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Voto de Archilupo:
8
Drama. Romance. Bélico A lo largo de tres generaciones, dos familias de un pequeño valle guipuzcoano mantienen relaciones tortuosas, marcadas por la violencia y las pasiones. La historia comienza en Guipúzcoa, en 1875. En una trinchera carlista, durante la guerra, un aizkolari logra salvar la vida embadurnándose con sangre de uno de los muertos, y dejándose apilar con los cadáveres. La presencia de una vaca le produce una extraña sensación, que se volverá obsesiva. (FILMAFFINITY) [+]
22 de julio de 2009
71 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) En su primer largometraje, Medem deja claro que es cineasta-poeta más que cineasta-narrador. Su baza, mucho más que el relato pormenorizado o la progresión dramática, es la atmósfera, lograda con potentes imágenes, llenas de inspiración visual. Vigorosas imágenes que activan una poesía violenta y primitiva. La secuencia inicial, en la que se insertan los créditos, ya marca ese tono. Con ritmo, con seca fuerza, el hacha del aizkolari clava el filo en el tronco a milímetros de sus pies descalzos. En cualquier momento, con las astillas puede saltar algún dedo.

Medem sabe que su fuerte no es un argumento muy tramado y se apoya en el andamiaje histórico (las Guerras Carlistas y la Guerra Civil), así como en una estructura de cuatro episodios. Con ello se ahorra construir en profundidad los personajes y elaborar situaciones.

2) Hay una épica heterodoxa, nada folklórica, del hombre que sobrevive en un aislado caserío erigido en la orilla del bosque, bosque que no es paisaje de fondo sino fuerza ancestral y protagónica. Una cámara subjetiva y trepidante culebrea entre los helechos.
La leña, unas pocas vacas, la huerta, la familia y los antepasados, los desafíos con aizkolaris de la comarca… Así se va sobreviviendo, sin apenas decir palabra.
El zumbido de las moscas que viven pegadas a las vacas ocupa buena parte de la banda sonora.

Dos familias, de caseríos vecinos, se relacionan en tenso silencio a lo largo de los años, en saga endogámica que incluye la insinuación del incesto.
Son pocos diálogos y muchas miradas, cargadas de mudos mensajes, reflejo de la proverbial parquedad vasca:

—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?
—Nadie me lo ha dicho. Lo pienso yo sola.

3) Todo remite a un mundo más amplio que el humano, supeditado a fuerzas naturales más imperiosas, como las que rigen en el bosque.
En el mundo humano las cuestiones se dirimen en guerras. El aizkolari de los tiempos carlistas huye de ello. Su espíritu se adentra por el ojo de una vaca como por un túnel. Sale al otro lado y desde ahí adopta la mirada distante y mansa del hervíboro. Túnel visual que se corresponde con el de la cámara de un fotógrafo que llega al caserío, y con el agujero del tronco de un gigantesco árbol muerto en el corazón del bosque.
“Al otro lado estáis vosotros. Yo estoy aquí, a este lado”, dice a su familia el abuelo, el patriarca medio ido, enfrascado en pintar vacas.
A través de una máquina de fotos observa con los nietos en el bosque el detalle de los pequeños organismos: insectos, gusanos, moluscos, reptiles. “Esto es muy importante. Es importantísimo”. Mientras, en los caseríos prosiguen las pasiones y arrebatos humanos.

4) La fuerza del aliento poético, que origina un lenguaje visual poderoso, repleto de oleadas sensoriales y sugerencias, contrapesa de largo la relativa inconsistencia de los personajes y la flojedad del final. *
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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