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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Drama Debido a una rara enfermedad, Ed Avery debe tomar cortisona, una droga que todavía está en proceso de experimentación y que le provoca alteraciones mentales que repercuten en su trabajo como profesor y en sus relaciones familiares. (FILMAFFINITY)
14 de noviembre de 2007
55 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que, como "Susana", de Buñuel, ésta es una de esas películas auténticamente subversivas (es decir, aquellas que precisamente aparentan no serlo) y más aún teniendo en cuenta que se concibió en el seno de la industria hollywoodiense.

Si "El crepúsculo de los dioses" desnuda los entresijos de esa misma industria, el film de Ray hace lo propio con algo más amplio e intangible, como es una mentalidad muy determinada y extendida en su país que podemos denominar —intentando evitar los estereotipos— la "América profunda"; esa clase media acomodada y conservadora que, bajo un barniz de apacibilidad, se muestra llena de prejuicios y que, en menor o mayor medida, también ha sido objeto de disección crítica en obras como "Picnic", "Al este del edén", "Esplendor en la hierba" o "Terciopelo azul".

Se lamentaba Ray en más de una entrevista de haber dado nombre y apellido al medicamento que trastorna gravemente al protagonista, la cortisona, nueva en ese momento y poco estudiada. Sin embargo, más allá de la contundente denuncia que la película hace de los peligros inherentes a cualquier adicción, queda claro, me parece, el carácter metafórico de esta excusa argumental. A través del delirio del personaje genialmente interpretado por James Mason —también productor del film—, quien llega, nada menos, que a invocar el sacrificio de Abraham, salen a la luz los mecanismos latentes de una sociedad ferozmente ultraderechista, colindante con el fascismo.

Y esta denuncia la pone en escena un pletórico Nicholas Ray, que compone los planos con más fuerza que nunca. Pienso que, cronológicamente, él y Minnelli fueron de los primeros en entender y aprovechar al máximo las potencialidades del cinemascope, dejando de lado que también comparten el uso significativo del color. Sólo con la variación de los encuadres y los ángulos de cámara se muestra cómo un mismo espacio —una escalera, un jardín, una sala de estar…— pasa de ser acogedor a convertirse en siniestro. Incluso un recurso manido del cine para mostrar una personalidad escindida —el reflejo deformado del rostro en un espejo roto— resulta tan potente y perturbador, que parece que sea la primera vez que se utiliza.

Aprovecho finalmente para reivindicar desde aquí la figura de Ray. Pienso que los fervores críticos tienden a ser generacionales, de manera que cada hornada cinéfila ansía encontrar sus propios ídolos, al tiempo que derriba los anteriores. Dado que Ray fue un icono para Godard y compañía, ahora probablemente paga injustamente las consecuencias de quienes pretenden relativizar o incluso despreciar el valor crítico de la vieja Nueva Ola. Es cierto que introdujeron en sus comentarios bastantes "boutades", pero ello no debe obstar para distinguirlas de las aseveraciones aún válidas. Y, en este sentido, me duele que su entusiasmo hacia Ray sea hoy considerado por muchos como prototipo de antiguas "extravagancias" críticas. Nunca es tarde, pienso, para volver a contar con Nicholas Ray.
Quim Casals
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