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Voto de Jark Prongo:
9
5.5
576
Fantástico
"Finisterrae" narra la historia de dos fantasmas que hartos de transitar en el territorio de las penumbras, deciden realizar el Camino de Santiago hasta el fin del mundo (Finisterre) para una vez allí, empezar una etapa terrenal y efímera en el mundo de los vivos. Un recorrido introspectivo por territorios inhóspitos en el que se encontrarán con seres extraños, animales salvajes y personajes surrealistas. Deberán sortear situaciones ... [+]
9 de febrero de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al igual que si a aquel sketch del Flying Circus titulado French Subtitled Film se le hubiesen suprimido las risas enlatadas a un amplio margen de los espectadores (caso de verlo descontextualizado del programa al que pertenecía) les habría costado discernir si era una pieza inédita del Godard de su etapa medio narrativa medio política o una mera parodia por la precisión al detectar tics de forma y fondo y mimetizarlos, cabría hacer el experimento opuesto añadiendo una pista de risas a Finisterrae para demostrar que funciona de idéntica manera a lo referido al principio de esta larguísima frase. Es más, la película de Sergio Caballero deambula todo el rato por un fino alambre sin caer ni del lado de la mofa ni del del cine trascendental, es un ejercicio de funambulismo que acerca el cine a ese espectáculo más próximo al circo y a lo mágico que debiera ser según sus preceptos fundacionales (nunca está de más recordar que George Méliès era mago, al igual que muchos otros pioneros del cine tipo Segundo De Chomón). Finisterrae es una obra atípica en su resultado final pero todavía más en su concepción, pues no existía un guión a seguir, una historia que contar, eso ya se inventaría en la sala de montaje. Aquí prima la imagen de base, algo lógico teniendo en cuenta que Sergio Caballero lleva dos décadas encargándose de todo lo que concierne al apartado visual del Festival Sónar y considerando su vinculación hace ya bastante a Marce·Lí Antúnez, un artista que siempre ha buscado poder plasmar abstracciones en imágenes concretas. La cercanía a la naturaleza está ahí en todo momento, no solo por la presencia de animales, sino también por la de los cuatro elementos –tierra, aire, agua, fuego-; tanto es así que que el nombre de Luis Miñarro aparezca en labores de producción resulta del todo comprensible, pues él anduvo también en idénticas tareas
en otras dos películas casi bucólicas en cuanto a su vínculo con la naturaleza, Honor De Cavalleria de Albert Serra y Tío Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas, de Apichatpong Weerasethakul. Ésta última con ciertos nexos en su metafísica holística con las pretensiones de los dos protagonistas de Finisterrae.
En Finisterrae no va ni un minuto de metraje y ya estás viendo más un retablo a la Roy Andersson que un encuadre de cine, aquí casi tiene más sentido hablar de retablos pictóricos por segundo que de frames. Dos minutos más y con un caballo y dos fantasmas creados con sendas sábanas del LIDL Sergio ha conseguido dejarte un plano icónico que es probable que perdure más en la memoria del espectador que cualquier solemnidad metafísica de Bergman con la muerte jugando al ajedrez en la playa. Esa secuencia la remata con un comentario sobre la náusea que bien puede que sea la cosa más bufa que se haya visto jamás en una película o la más trascendental, el espectador será quien lo decida. Y al poco una toma nocturna del fantasma al galope en medio de una ciudad -reminiscente de aquella fantástica The Navigator, Una Odisea En El Tiempo de Vincent Ward- de las de quedarse boquiabierto que también queda remachada con la aparición del segundo fantasma derrapando con su silla de ruedas a lo Die Antwoord en Umshini Wam o Daniel Day Lewis en Mi Pie Izquierdo que qué otro director te ha hecho eso alguna vez, que es lo mismo que si en Stalker llegan a La Zona todo serios los protagonistas y allí está Juan y Medio para recibirles con el jamoncito y unos chistes de Manolo de Vega. Y así todo el rato, separando –o igual concediéndole la misma importancia a una cosa y a la otra- lo trascendental y lo chorra. Demostrando que ambas posibilidades no son excluyentes, sino que funcionan cual ying y yang, que depende del espectador conceder qué tiene predominancia de negro y qué de blanco en la sucesión de momentos delirantes. Que son muchos y muy pero que muy buenos, del nivel de Hayao Miyazaki en El Viaje De Chihiro o de las ocurrencias de los dos unicornios malignos de Charlie El Unicornio, destacando por encima de todos ese alcornoque que muestra video arte catalán de los años ochenta y su versión alternativa, una ventana
interdimensional a Jeff Mills soltando el The Bells en una edición del Sónar. Porque aquí la música sí que es esencial, y por ello se escoge de tal manera que Nico y Suicide expliquen con sus canciones en las escenas en las que aparecen la importancia no ya de saber musicar bien en el cine, sino de considerar a las canciones un elemento compositivo de plano y secuencia igual de importante que el encuadre. Y, yendo más lejos, el medio también igual de importante: Sergio hizo el videoclip de Tu Coño Es Mi Droga pensando en los smartphones, y de ahí que se desarrolle en una sorprendente cadencia en vertical.
en otras dos películas casi bucólicas en cuanto a su vínculo con la naturaleza, Honor De Cavalleria de Albert Serra y Tío Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas, de Apichatpong Weerasethakul. Ésta última con ciertos nexos en su metafísica holística con las pretensiones de los dos protagonistas de Finisterrae.
En Finisterrae no va ni un minuto de metraje y ya estás viendo más un retablo a la Roy Andersson que un encuadre de cine, aquí casi tiene más sentido hablar de retablos pictóricos por segundo que de frames. Dos minutos más y con un caballo y dos fantasmas creados con sendas sábanas del LIDL Sergio ha conseguido dejarte un plano icónico que es probable que perdure más en la memoria del espectador que cualquier solemnidad metafísica de Bergman con la muerte jugando al ajedrez en la playa. Esa secuencia la remata con un comentario sobre la náusea que bien puede que sea la cosa más bufa que se haya visto jamás en una película o la más trascendental, el espectador será quien lo decida. Y al poco una toma nocturna del fantasma al galope en medio de una ciudad -reminiscente de aquella fantástica The Navigator, Una Odisea En El Tiempo de Vincent Ward- de las de quedarse boquiabierto que también queda remachada con la aparición del segundo fantasma derrapando con su silla de ruedas a lo Die Antwoord en Umshini Wam o Daniel Day Lewis en Mi Pie Izquierdo que qué otro director te ha hecho eso alguna vez, que es lo mismo que si en Stalker llegan a La Zona todo serios los protagonistas y allí está Juan y Medio para recibirles con el jamoncito y unos chistes de Manolo de Vega. Y así todo el rato, separando –o igual concediéndole la misma importancia a una cosa y a la otra- lo trascendental y lo chorra. Demostrando que ambas posibilidades no son excluyentes, sino que funcionan cual ying y yang, que depende del espectador conceder qué tiene predominancia de negro y qué de blanco en la sucesión de momentos delirantes. Que son muchos y muy pero que muy buenos, del nivel de Hayao Miyazaki en El Viaje De Chihiro o de las ocurrencias de los dos unicornios malignos de Charlie El Unicornio, destacando por encima de todos ese alcornoque que muestra video arte catalán de los años ochenta y su versión alternativa, una ventana
interdimensional a Jeff Mills soltando el The Bells en una edición del Sónar. Porque aquí la música sí que es esencial, y por ello se escoge de tal manera que Nico y Suicide expliquen con sus canciones en las escenas en las que aparecen la importancia no ya de saber musicar bien en el cine, sino de considerar a las canciones un elemento compositivo de plano y secuencia igual de importante que el encuadre. Y, yendo más lejos, el medio también igual de importante: Sergio hizo el videoclip de Tu Coño Es Mi Droga pensando en los smartphones, y de ahí que se desarrolle en una sorprendente cadencia en vertical.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Se menta mucho a Tarkovski, Antonioni, Bergman y Angelopoulos cuando se habla de Finisterrae y, siendo del todo lógico (especialmente cuando al que se cita es a Philippe Garrel, ya que comparte espíritu, círculo de fuego y a Nico con La Cicatriz Interior) se echa en falta otro nombre, el de Electroma, la road movie muda, contemplativa y transmutativa que obraron los Daft Punk en su única avanzadilla como directores y que condensaba el modo de entender el cine que tenían los señores citados en primera instancia (además de llegar al extremo pictórico de recrear en un plano El Origen Del Mundo de Courbet con dunas de un desierto). Aunque, en realidad, Finisterrae con lo que tiene más en común es con Hausu. La obra maestra de Obayashi es a lo que más se parece el film de Sergio Caballero pese a no parecerlo de primeras por dos sencillas razones. Una, que el nivel de confusión al ver ambas películas es idéntico; un espectador que visiona Hausu puede creer estar asistiendo a una bufonada mientras que el Defensor Del Menor que esté en la butaca de al lado creerá estar viendo una obra terrorífica y a todas luces censurable o constitutiva de delito cuando no de lesa humanidad. Otro tanto de lo mismo con Finisterrae, puede haber quien acabe conmovido e incluso derramando una lágrima con ese final donde los fantasmas transmigran a renos y quien a esas alturas tenga dolor de tripa por no haber podido parar de reír durante la hora y media de película que va ya. La segunda es que los dos mayores logros de ambos films son responsabilidad directa de mentes privilegiadas, las de las hijas de sendos directores. Todo el terror que surge de lo irracional es fruto de la imaginación de la hija de Obayashi, y en Finisterrae la sublime idea de configurar la apariencia de los fantasmas de la manera en que se hizo, con esas sábanas, a lo dibujo animado, es algo que hay que agradecerle a la hija de Sergio. Algo que agradecerle de verdad, de solicitar su número de cuenta e ingresarle no menos de 100 € todo espectador que disfrute el film, pues cada plano con los fantasmas en cuadro termina resultando memorable al final, icónico en grado sumo. Y al final con una y con otra, con esos trucajes en ocasiones no lejanos a los de Segundo de Chomón y demás ilusionistas, se tiene la sensación de ser ese gato deprimido que asistía a una función de los Monty Python homenajeando a dichos pioneros en el sketch de
Confuse A Cat. Sobre todo con la secuencia que no se sabe si la imagen de Finisterrae se ha puesto boca abajo o se está viendo el reflejo en un lago. Sergio Caballero genio supremo.
Confuse A Cat. Sobre todo con la secuencia que no se sabe si la imagen de Finisterrae se ha puesto boca abajo o se está viendo el reflejo en un lago. Sergio Caballero genio supremo.