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Voto de Jark Prongo:
7
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Ciencia ficción
La Tierra es invadida por unos seres extraterrestres que se introducen en el cerebro de los humanos tomando control de sus cuerpos. Un adolescente impide que se finalice el proceso cuando uno de estos alienígenas se introduce en su mano, terminando como parásito de su cuerpo en una relación en la que ambos tienen sus personalidades intactas. Juntos, lucharán contra el resto de parásitos que devoran humanos. (FILMAFFINITY)
12 de junio de 2015
20 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos parásitos están suplantando las identidades de medio Japón. Son los taxistas, son los profesores, son los policías, son los políticos, son Gohanda. Lo que no son es veganos, pues los muy cabrones se te comen la cabeza de un bocao si te pillan a solas y con hambre. Shinichi es un adolescente que por cosas del azar ha establecido una relación de simbiosis con el parásito que quería instalarse en su chola; ninguno suplanta al otro, quedan ambos conformando el único locutor válido que existe en la guerra por la supervivencia que se ha desatado entre humanos y parásitos. Un locutor válido al que los suplantados expondrán sus ideas y perspectivas sobre la existencia -y lo mucho que sobran los humanos por mucho que se crean especiales e incluso mejores que ellos- y que sopesará todo, sí, pero que también tendrá que dejar el diálogo de lado en ocasiones para cortarles el pescuezo. Un locutor válido que tiene que seguir yendo a clase, que ha de ocultar que su mano sea un alienígena polimorfo y que es el Peter Parker nipón de cuando el traje simbionte. Hete ahí la principal influencia para el manga original junto a The Body Snatchers de Jack Finney y La Cosa de John Carpenter en una adaptación que, debido a lo que ha tardado en hacerse (por una movida con los derechos que no ejerció New Line Cinema en los diez años durante los que pudo hacerlo), puede parecer deudora de ese grandísimos jit de la posesión de instituto que fuera El Diablo Metió La Mano o de aquel bodrio de la invasión alienígena sibilina que resultó ser Dreamcatcher cuando no del Agujero Negro de Charles Burns cuando en realidad sucede que es del revés, que todas estas obras se nutren claramente del manga de Hitoshi Iwaaki de la misma forma que sus creaciones de las cabezas de los japoneses. Hasta James Cameron admite haberse fijado en el manga para idear al T-1000 de Terminator 2 y a la vieja de Titanic.
Películas sobre la paranoia y la pérdida de identidad individual y de la masa hay miles, destacando esa The Blob -y el fantástico remake de Chuck Russell, El Terror No Tiene Forma- que haría las delicias de Ortega y Gasset al ver sus teorías sobre la disolución de la identidad y la voluntad de un modo tan gráfico. Sobre la penetración de entes oscuros y/o alienígenas en las instituciones, valga la redundancia con lo que se entiende en España sobre el ejercicio de la política, también está la soberbia Estás Vivos de John Carpenter. Pero películas que mezclen alegremente la conspiranoia de instituto a lo The Faculty con cierto tono serio para tratar según qué episodios traumáticos y las ganas de abrir vías de reflexión sobre el papel del ser humano en la naturaleza pocas, la verdad. Y si encima la gran diferencia reside en que los parásitos pueden expresarse y se les deja, se les escucha, no aparece ningún Fiscal que les priva del habla vía apelar a la Ley Antiterrorista, pues para qué más. Porque esa es la gran diferencia respecto a todas sus semejantes, que cada ente parasitado el que tengo aquí colgado. No, coño. Que cada parásito, a su manera todos exactamente iguales en pretensiones de origen –las que vienen impresas en su ADN- pero que van divergiendo conforme los cuerpos que habitan no desahucian por completo a su remanente humano, es un ente diferenciado, un algo con su propia opinión formada sobre si los humanos han de ser exterminados o estudiados o lo que sea. E igual al rato de explayarse sobre por qué te quieren comer la cabeza de forma literal dejan la oratoria y proceden al cuchillazo biológico y la predación, pero oye, McReady y compañía cuando lo de la base en el ártico ni un ”oye, tete, que lo hago por esto, sin acritud” o un ”lo siento” por parte de La Cosa, y eso duele.
Películas sobre la paranoia y la pérdida de identidad individual y de la masa hay miles, destacando esa The Blob -y el fantástico remake de Chuck Russell, El Terror No Tiene Forma- que haría las delicias de Ortega y Gasset al ver sus teorías sobre la disolución de la identidad y la voluntad de un modo tan gráfico. Sobre la penetración de entes oscuros y/o alienígenas en las instituciones, valga la redundancia con lo que se entiende en España sobre el ejercicio de la política, también está la soberbia Estás Vivos de John Carpenter. Pero películas que mezclen alegremente la conspiranoia de instituto a lo The Faculty con cierto tono serio para tratar según qué episodios traumáticos y las ganas de abrir vías de reflexión sobre el papel del ser humano en la naturaleza pocas, la verdad. Y si encima la gran diferencia reside en que los parásitos pueden expresarse y se les deja, se les escucha, no aparece ningún Fiscal que les priva del habla vía apelar a la Ley Antiterrorista, pues para qué más. Porque esa es la gran diferencia respecto a todas sus semejantes, que cada ente parasitado el que tengo aquí colgado. No, coño. Que cada parásito, a su manera todos exactamente iguales en pretensiones de origen –las que vienen impresas en su ADN- pero que van divergiendo conforme los cuerpos que habitan no desahucian por completo a su remanente humano, es un ente diferenciado, un algo con su propia opinión formada sobre si los humanos han de ser exterminados o estudiados o lo que sea. E igual al rato de explayarse sobre por qué te quieren comer la cabeza de forma literal dejan la oratoria y proceden al cuchillazo biológico y la predación, pero oye, McReady y compañía cuando lo de la base en el ártico ni un ”oye, tete, que lo hago por esto, sin acritud” o un ”lo siento” por parte de La Cosa, y eso duele.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Una saga ésta, la de Parasyte, acometida por un experto destrozataquillas (que hasta ha realizado pelis de Doraemon y de Shin Chan en imagen real) y que cuanta con mayores licencias respecto a las que toma su adaptación anime por los lógicos problemas de condensar la obra original en un minutaje más reducido pero satisfactoria de pleno, con efectivos FXS que aunque sean cgi y ni de coña puedan emular la fisicidad de los originales de Rob Bottin que toma por ejemplo y con momentos emocionantes, algo extraño en este tipo de materiales: la muerte de la madre de Shinichi duele y hace desear que pueda cumplir su venganza –que además supone la liberación de ella para su descanso eterno. Migi, el simbionte, pasa de unos inicios siendo el marciano malaje de Mi Novia Es Una Extraterrestre en modo asperger –algo lógico en cualquier no humano al que se le diese la facultad del habla salvo en los perros, que dirían te quiero lo primero- a un ser más entrañable que Los Caraconos al que incluso le vence el sueño en ocasiones. Y la evolución del humano a más rasgos inherentes al parásito y viceversa a consecuencia de la vida en simbiosis es de una congruencia tal con los temas que se exponen que solo queda aplaudir pero con cuidado de no hacer daño a Migi.
PD: en toda la saga no sale ni un solo 100 Montaditos y es lógico porque a Japón todavía no ha llegado la franquicia, hay demasiado choque cultural en lo gastronómico y ningún yakuza se ha atrevido a fletarlo allí. No obstante ese feo detalle, esa carencia que te cagas, no hace que se resienta demasiado el resultado final.
PD: en toda la saga no sale ni un solo 100 Montaditos y es lógico porque a Japón todavía no ha llegado la franquicia, hay demasiado choque cultural en lo gastronómico y ningún yakuza se ha atrevido a fletarlo allí. No obstante ese feo detalle, esa carencia que te cagas, no hace que se resienta demasiado el resultado final.