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Voto de Chris Jiménez:
10
Western Brett McBain, un granjero viudo de origen irlandés, vive con sus hijos en una zona pobre y desértica del Oeste americano. Ha preparado una fiesta de bienvenida para Jill, su futura esposa, que viene desde Nueva Orleáns. Pero cuando Jill llega se encuentra con que una banda de pistoleros los ha asesinado a todos. (FILMAFFINITY)
9 de agosto de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cantan las cigarras. El viento aúlla entre los secos matojos. Las gotas de sudor resbalan por la frente hasta caer en las ardientes maderas. Una gota de agua se precipita desde el ajado techo. Una traviesa mosca revolotea.
A un lado y al otro profundo desierto, pasado y presente seco. Los raíles del ferrocarril, el futuro, entre medias. Tres hombres a un lado, un hombre al otro...

Durante más o menos un cuarto de hora se nos fuerza a penetrar en un imaginario compuesto de calor sofocante, carne sudorosa, rostros humanos desfigurados, viento que quema, polvo que entra en los ojos; poco a poco, gracias a una estilización visual magistral, a una desconexión del tiempo con la realidad que se contempla sosegadamente y a una paciencia extrema basada en otorgar un valor de eternidad a cada encuadre que se traza con una belleza pictórica abrumadora, la tensión se ha diluido y ya nos sentimos parte de ese mundo, único y de ensueño. Vamos a tragar la misma arena y a quemarnos los pies como aquellos a quienes sólo mirábamos incómodos hace un rato.
Muy pocos conseguirían algo así, pero Sergio Leone pertenece a ellos, y sólo este pequeño tramo de lo que es una obra a la que aún le queda por abarcar más de dos horas y media de metraje, deja grabado a sangre y fuego esta maestría. A ella quería llegar, a la cumbre de su propia perfección, tras finiquitar su Trilogía del Dólar; iba a poder contar con el apoyo de Paramount, con un reparto soñado que antes, por falta de presupuesto, jamás se planteaba, y para llegar a esa meta sería ayudado por conocidos y admiradores como Bertolucci, un joven Argento que aún ejercía de crítico y guionista y su antiguo colaborador Sergio Donati.

Se ensambla todo un monstruo de Frankenstein del Oeste cuya influencia primordial, a pesar de haber más de una veintena de influencias individuales, es la misma concepción de mitología norteamericana del "western" que se lleva cimentando desde hace décadas y que ahora está cayendo en su fase oscura y moribunda, un crepúsculo desolador. Se viaja a las raíces desde los mismos horizontes de grandeza que un día protagonizaron las aventuras de honor de John Ford (si bien el rodaje pasa por varios países, incluido el nuestro, una vez más), "Raíces Profundas" recordadas por Donati para el inicio de varias historias que son el final de otras.
Si la llegada del pistolero misterioso ante los expectantes ojos del granjero Starrett y su hijo Joey figuraba un milagro en la obra de George Stevens, ahora ambos serán acribillados a balazos sin concesiones. No existen los milagros en una tierra baldía de piedras y cigarras, y el encargado de descomponer el espejismo es un Henry Fonda cuya interpretación de Frank impactó a todos; el hombre que siempre representó la virtud en el cine clásico, que un día se metió en la piel de Abraham Lincoln, ahora era uno de los villanos más repelentes e indignos de la Historia. Será el primero de tres hombres que se vea apegado, por una razón u otra, al páramo de Sweetwater.

Los otros dos son Charles Bronson y Jason Robards. Este trío se postula como la evolución del antes encarnado por Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, pero Bertolucci y Donati despojan el rastro de maliciosa mordacidad que todos ellos llevaban a cuestas para describirlos desde una perspectiva más pesimista y siniestra, del mismo modo que Leone, quien visiona su obra a través de un cristal de oscuridad poética, antes difuminado por la parodia. "C'era una Volta il West" establece los más conocidos elementos del "western" de antaño para que, como empuñando un hierro candente de marcar reses, deje un sello imborrable, siendo su principal sentimiento la desolación y el pesimismo.
Mientras el de "El Bueno, el Feo y el Malo" era un Oeste de guerra civil, muerte y codicia, el de esta historia es un Oeste de construcción y progreso, de desiertos delimitados por la línea del ferrocarril, que trae la civilización, que une a pueblos inmigrantes, lo cual significa el fin de los tiempos de la barbarie, simbolizado a su vez en el trío masculino, estereotipos desdibujados desde lo atemporal y romántico (el lacónico pistolero anónimo, el rebelde forajido, el malvado asesino sin escrúpulos), individuos de "vieja raza" que aún siguen practicando la violencia y ligados al cinismo.

Bertolucci, ante la ignorancia de Leone para elaborar personajes femeninos, reimagina a la Vienna de "Johnny Guitar" para la "meravigliosa" Claudia Cardinale en el papel desgarrador de Jill, la prostituta de New Orleans que atraviesa Monument Valley para llegar a un oasis de esperanza y se encuentra sin haberlo esperado un infierno de masacre, esa Sweetwater que, al igual que el resto de tierras de la nación, va a transformarse con el paso de los años en un lugar de progreso.
La referencia a la Historia del "western" llega a una bella semejanza, y es que, como el soñador McBain, John Ford, de raíces irlandesas, también quiso reverenciar a los EE.UU. y glorificar su evolución a través del cine. Una evolución, un progreso que se persigue a fuerza de sobrellevar la muerte de seres inocentes, la injusticia y las viles acciones de individuos que ostentan el poder usando el arma más poderosa que ese mismo progreso ha traído: el dinero.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Por su parte, la obra de Leone marcha a todo el Mundo, pero su éxito no es tan grande en comparación con la anterior; su público esperaba una perversa burla, no un evocador tributo, en especial en EE.UU., donde para su disgusto se estrena por medio de un montaje vergonzosamente mutilado por Paramount.
Pero no pudo alcanzar el género, como reinvención amarga de sus propias claves y estereotipos, una resurrección más audaz y salvajemente honesta, humanista a su manera, al mismo tiempo la apoteosis y la apostasía de lo que ha cruzado el Oeste en el cine en sus casi siete décadas de vida...y ha tenido que ser un italiano, no un estadounidense, el responsable de ello. "¡Ay, l'ironia!", diría él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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