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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
8
Western Brett McBain, un granjero viudo de origen irlandés, vive con sus hijos en una zona pobre y desértica del Oeste americano. Ha preparado una fiesta de bienvenida para Jill, su futura esposa, que viene desde Nueva Orleáns. Pero cuando Jill llega se encuentra con que una banda de pistoleros los ha asesinado a todos. (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo que por definición es imposible hacer, y creo que es una tarea titánica y absolutamente quimérica a la que se enfrentó el gran Sergio Leone tras haber rodado el que para mí es el mejor «Spaghetti Western» de todos los tiempos: «El bueno, el feo y el malo». ¿Cómo hacer para volar más alto que el mismo cielo? ¿Era posible acaso estirar y extremar todavía más los códigos estéticos que el propio Leone había inventado tras agigantarlos hasta lo inverosímil en aquella obra cumbre? La factura, el esmero y la enorme laboriosidad con la que está llevada adelante «Hasta que llegó su hora» demuestran que lo intentó por todos los medios. Muchas de las excelentes reseñas que he leído acerca de ella en esta web ponderan el logro, acuñando «Hasta que llegó su hora» como la obra maestra final del gran Leone. Me parece una opinión muy válida y harto respetable, pero no es la sensación que yo tengo. De hecho creo que Sergio, ante la imposibilidad de superar lo insuperable, claudicó ante su propio genio y entendió que la mejor solución era dar un pequeño paso atrás, suavizando sus propios códigos cinematográficos. Así y todo, y como Leone sigue siendo Leone y Morricone sigue siendo Morricone, lo que salió fue una película soberbia que se acerca mucho a lo que yo considero una obra maestra.

Las reglas del juego expositivo siguen siendo las mismas, y demos gracias por ello: primeros planos de rostros sudorosos y grasientos, moscas zumbonas, planos detalle de manos acercándose a las pistolas, botas pisando polvo innominado, miradas intensas, intercambios de gestos, movimientos de manos fugaces que la cámara apenas parece captar; todo esto combinado con impresionantes panorámicas de estaciones ferroviarias maltrechas o a medio construir y tomas interiores de salones que parecen medio enterrados en la incuria del desierto. Un villano que (tengo que decirlo) por momentos me dio más repelús que el mismo Sentencia, gracias a la aparición de un Henry Fonda inesperadamente escalofriante. La parquedad de Bronson anuncia todo el tiempo una venganza añeja en forma de carcoma del alma. La socarronería de Robards y su amargura lo convierten en uno de los malandrines más entrañables del género. Y una espectacular Cardinale, de abrumadora belleza, redondea el mejor personaje femenino que Leone haya tenido jamás.

La historia se vuelve un ápice más compleja que en sus anteriores obras, en parte debido a la inclusión del progreso como factor argumental; la llegada al lejano Oeste de los «caballos de hierro» otorga un nuevo matiz, como en «El bueno, el feo y el malo» lo había otorgado la Guerra de Secesión. Leone se muestra una vez más como un hábil enlazador de tramas, que resuelve con un guion, como siempre, muy breve y conciso, y valiéndose de su estilo radical basado en la perfecta conjunción entre unas imágenes poderosísimas y una música épica espectacular.

Todo son elogios, como veis. Entonces… ¿qué pinta ese 8 tan miserable y mezquino en mi calificación? ¿Qué es lo que hace que no la considere la obra cumbre de Leone o incluso un poco más? Como fan del director italiano, ¿qué me impide elevarla hasta los altares cinematográficos? Creo que en este sentido pesa demasiado la influencia que sobre mi ánimo cinéfilo ejerció «El bueno, el feo y el malo», obra que considero perfecta y redonda en todos sus aspectos. «Hasta que llegó su hora», siendo, como digo, una película monumental, me da la sensación de estar algo menos consolidada, e incluso de faltarle un poco (sólo un poco) de la fuerza a la que Leone me tiene acostumbrado. Quizá esta impresión cambie con los sucesivos visionados y termine embelesándome tanto o más que la gloriosa aventura de Walach, Eastwood y Van Cleef. De momento, no obstante, toda mi consideración y mi admiración, pero con la reserva de saber que, desde siempre, fue imposible superar lo insuperable.
Arsenevich
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