La mejor forma de acceder a este “Anticristo”, sin lugar a dudas es teniendo una opinión de su director posicionada en el ecuador justo de la polémica: he visto muchos de sus trabajos, unos me han gustado y otros no. No es el Dios del Séptimo Arte, pero es justo atribuirle el mérito de la intermediación –a veces- del psiquismo y la conciencia.

Con éstas premisas sería absurdo no reconocer la maravilla cinematográfica que supone el prólogo de la película: con una banda sonora absolutamente cautivadora y una escenografía a cámara lenta filmada en un poderoso blanco y negro; que nos da unas pistas – luego veremos que erróneas- de lo que creemos que ocurrirá en la pantalla.

A partir de ese momento, una premisa se eleva entre los poderes de la concupiscencia y la razón; a partes iguales con la naturaleza y sus pulsiones; y el cerebro y su conductivismo.

El tema se enrolla, se retuerce y se laxa, hasta el punto de resultar orquestrado, preparado y fin en lugar de vehículo, que es lo que habría tenido que ser desde el primer momento.

Imágenes impactantes, imágenes duras, imágenes repugnantes, imágenes vacías; todas se dan la mano para enarbolar la bandera de la naturaleza y sus designios; la decisión de ésta de proteger bajo su manto o expulsar sin opción a redención. Muchos temas sin desenhebrar, muchos temas esbozados como justificación, pero sin explicación; mucha información mental que se queda corta con cuatro escenas provocadoras, claustrofóbicas y agotadoras.

Sinceramente, después de una meditación pausada sobre lo visto, creo que hay demasiado collar para tan poco perro; y el sí porque sí conmigo nunca funcionó.

Quien vea esta película, lejos de tribulaciones vacuas se tendría que hacer primero esta pregunta: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿surgió primero la idea de la película y luego se regó con esas escenas; o bien fueron las ganas locas de provocar con esas escenas, las que hicieron que se tuviera que crear un guión para poder hilarlas?

El debate es complicado, ahí dejo la reflexión.