Al terminar de ver "El club de los cinco", veintitrés años después de su realización, pareciera como si el halo de arrugas y achaques que siempre trae el paso del tiempo, no hubiera afectado de manera alguna a la poderosa historia que se desarrolla de manera integra en las aulas de un colegio. Los diálogos del deportista, de la muchacha de familia acomodada, del rebelde, del joven estudioso o de la adolescente solitaria que se reúnen durante una mañana de sábado a cumplir un castigo en la biblioteca del colegio, todavía siguen perennes. Esto porque sus problemas: el miedo a crecer, el irrefutable pavor a transformarse en una copia idéntica de sus padres, las abusivas discriminaciones que existen entre sus pares, son y seguirán siendo escollos a sortear por la juventud de turno. A mí me gustaría saber, por esa curiosidad que despiertan las buenas películas, cuantos de los jóvenes espectadores de esa época, hoy convertidos en padres cuarentones, se quejan habitualmente acerca de lo corrompida que se encuentra la juventud de ahora en contraposición a lo que ellos experimentaron como adolescentes. Esto porque pronto se olvidan los mensajes, porque pronto se olvida que los jóvenes actuales no son tan diferentes a los de otras generaciones, porque que en realidad son los adultos los que han sufrido los cambios.
Síntesis: joya disfrazada de película "para adolescentes".