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Voto de Alexei:
8
7.1
1,662
Drama
Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
14 de agosto de 2008
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comienza el gran día, último día sábado 10 de noviembre de 2007, día que justifica todo el festival, incluso.
A las 12 del mediodía me dirijo hacia el Casino de la Exposición, donde tiene lugar la rueda de prensa de Béla Tarr. Tonto de mí, llego tarde por primera vez a una cita imprescindible del festival.
Entro en la sala, pasados unos diez minutos desde el comienzo, y ahí está, sentado al lado de Manuel Grosso, Tarr, en carne y hueso, exactamente igual a como lo he visto en fotos: chaqueta negra de cuero y gafas de sol redondas.
Siempre corta e insatisfactoria, por supuesto, la rueda de prensa acaba y yo me quedo con que “A Londoni Férfi” ha sido para Béla Tarr la película más difícil de llevar a cabo, una producción que se extendió durante más de dos años, lastrada por una larga pausa debido al suicidio, en febrero de 2005, del productor francés Humbert Balsan, a quien está dedicada la película.
A las 16:00 puedo ver “El Jardín de la Fantasía”.
Después “Alondras en el Alambre” a las 18:00.
21:00.
Empieza.
El tiempo queda suspendido.
Contemplamos la cabina de guardagujas ferroviario donde deambula Maloin, protagonista de esta historia.
La cámara sube, se mueve, baja, entra por sitios imposibles… comienza una pausada sinfonía de movimientos que componen un único plano y a la vez una única escena.
“Los primeros 20 minutos de «El Hombre de Londres» es lo mejor que se ha filmado en Europa este año”, había dicho Grosso. Y no le falta razón.
Cuando me enteré de que el último film de Béla Tarr estaba basado en “L’Homme de Londres”, novela del escritor belga Georges Simenon, me compré el libro y me lo leí. Sin ser una obra maestra, sin ser siquiera un gran libro, está escrito con un lenguaje claro y sencillo, con una trama interesante pero que tampoco da lugar a una excesiva intriga o a una excesiva tensión, donde lo único a destacar es el final, en el que el escepticismo y el cinismo de Maloin lo coronan como padre de Meursault; y es que, escrito nueve años antes, el final del libro bien pudo ser un perfecto incentivo para que Camus creara al famoso extranjero.
El libro se presenta también, al parecer, como un punto de inflexión en la obra de Simenon, punto en el que dejó de escribir “noveluchas policíacas y populares” y se pasó a cosechar una reputación de “escritor serio y trascendental”, habiendo firmado un contrato con la prestigiosa editorial francesa Gallimard.
En cualquier caso, la historia le sirve de pretexto al director para regresar a ese cine negro minimalista que ya explorara en “Kárhozat”, del año 88.
En esta producción el cuarteto mágico se quiebra con la salida del iluminador Gábor Medvigy y la entrada del nuevo Fred Kelemen, alemán de madre húngara, del cuál no tenía referencia alguna; pero insiste en la dirección con Tarr, en el guión con Tarr y el escritor László Krasznahorkai, y en la música con Mihály Vig.
(Sigue en spoiler por falta de espacio).
A las 12 del mediodía me dirijo hacia el Casino de la Exposición, donde tiene lugar la rueda de prensa de Béla Tarr. Tonto de mí, llego tarde por primera vez a una cita imprescindible del festival.
Entro en la sala, pasados unos diez minutos desde el comienzo, y ahí está, sentado al lado de Manuel Grosso, Tarr, en carne y hueso, exactamente igual a como lo he visto en fotos: chaqueta negra de cuero y gafas de sol redondas.
Siempre corta e insatisfactoria, por supuesto, la rueda de prensa acaba y yo me quedo con que “A Londoni Férfi” ha sido para Béla Tarr la película más difícil de llevar a cabo, una producción que se extendió durante más de dos años, lastrada por una larga pausa debido al suicidio, en febrero de 2005, del productor francés Humbert Balsan, a quien está dedicada la película.
A las 16:00 puedo ver “El Jardín de la Fantasía”.
Después “Alondras en el Alambre” a las 18:00.
21:00.
Empieza.
El tiempo queda suspendido.
Contemplamos la cabina de guardagujas ferroviario donde deambula Maloin, protagonista de esta historia.
La cámara sube, se mueve, baja, entra por sitios imposibles… comienza una pausada sinfonía de movimientos que componen un único plano y a la vez una única escena.
“Los primeros 20 minutos de «El Hombre de Londres» es lo mejor que se ha filmado en Europa este año”, había dicho Grosso. Y no le falta razón.
Cuando me enteré de que el último film de Béla Tarr estaba basado en “L’Homme de Londres”, novela del escritor belga Georges Simenon, me compré el libro y me lo leí. Sin ser una obra maestra, sin ser siquiera un gran libro, está escrito con un lenguaje claro y sencillo, con una trama interesante pero que tampoco da lugar a una excesiva intriga o a una excesiva tensión, donde lo único a destacar es el final, en el que el escepticismo y el cinismo de Maloin lo coronan como padre de Meursault; y es que, escrito nueve años antes, el final del libro bien pudo ser un perfecto incentivo para que Camus creara al famoso extranjero.
El libro se presenta también, al parecer, como un punto de inflexión en la obra de Simenon, punto en el que dejó de escribir “noveluchas policíacas y populares” y se pasó a cosechar una reputación de “escritor serio y trascendental”, habiendo firmado un contrato con la prestigiosa editorial francesa Gallimard.
En cualquier caso, la historia le sirve de pretexto al director para regresar a ese cine negro minimalista que ya explorara en “Kárhozat”, del año 88.
En esta producción el cuarteto mágico se quiebra con la salida del iluminador Gábor Medvigy y la entrada del nuevo Fred Kelemen, alemán de madre húngara, del cuál no tenía referencia alguna; pero insiste en la dirección con Tarr, en el guión con Tarr y el escritor László Krasznahorkai, y en la música con Mihály Vig.
(Sigue en spoiler por falta de espacio).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El autor húngaro, en cualquier caso, vuelve a encandilarme. Es evidente que recurriría, ¿pero quién quería otra cosa? Yo, desde luego, no. Por el contrario continúa con su “formalismo demoníaco”, con su estilización de la melancolía, de la miseria (tanto externa como interna), con una historia a la que absurdamente decapitan su final original, el del libro, por una razón que no logro entender.
Otra cosa que tampoco entiendo es el tema del doblaje, que ya se manifestó en su anterior película. En esta ocasión, los actores están doblados al francés, todos (para ser coherentes con la historia y la zona geográfica), y, según los labios, algunos sí que hablan en francés, pero por el tema de la pronunciación fueron igualmente doblados.
Pasados estos rodeos, creo que es hora de ir al grano: la película es impresionante, magistral; tiene una fotografía fastuosa, un trabajo de cámara pasmoso, dotado de un extraordinario virtuosismo; pero, por varias razones, no logré concentrarme. Como crítico, tengo un mal que es ir escribiendo mental e involuntariamente la crítica mientras veo una película (no con todas, claro); ejercicio irritante que no permite que traspase la pantalla; por eso cuando la veía se me venían un montón de frases e ideas a la cabeza… creo que he esperado hasta ahora para poder escribirla en la distancia, y no desde la obsesión, que puede dar resultados negativos.
Otra razón por la cual no logré que me llenara el esperado visionado de esta película fue porque poseo una endeble concentración, y, como era de esperar, la audiencia desertó paulatinamente, lo que hizo que tuviera que ver cada dos por tres a alguien levantarse y abandonar la sala, la cuál estaba llena, no porque todos conocieran a Tarr, ni mucho menos, sino porque era una de las últimas proyecciones del festival, la gente había visto el atractivo cartel y habían leído que era un thriller, sin saber, claro, que la película es una criatura ajena completamente al entretenimiento convencional.
A favor puedo decir que las actuaciones, como suele ser habitual, son brillantes (la caracterización de Maloin por parte de Miroslav Krobot es perfecta), y hay unas cuantas escenas que realmente llegan a emocionar y a apabullar por su grandeza.
En contra diré que la música del genial Vig, preciosa después de todo, llega a ser repetitiva por el uso desmedido del tema principal. También diré que las ideas que vertebran la historia, esa supuesta batalla moral que libra Maloin, el desmoronamiento de la rutina, las dudas, la ética, etc, no están plasmadas de una manera coherente, sino que están trazadas de un modo un tanto vago y difuso.
La cinta que nos pasaron tenía subtítulos en español incrustados en la imagen, hecho inequívoco de que tarde o temprano su distribución en España se hará efectiva. Esta crítica será reescrita cuando eso ocurra, para dar testimonio fidedigno, y pueda verla tranquilo en una sala con poca gente, pero sabiendo a quién van a ver.
Otra cosa que tampoco entiendo es el tema del doblaje, que ya se manifestó en su anterior película. En esta ocasión, los actores están doblados al francés, todos (para ser coherentes con la historia y la zona geográfica), y, según los labios, algunos sí que hablan en francés, pero por el tema de la pronunciación fueron igualmente doblados.
Pasados estos rodeos, creo que es hora de ir al grano: la película es impresionante, magistral; tiene una fotografía fastuosa, un trabajo de cámara pasmoso, dotado de un extraordinario virtuosismo; pero, por varias razones, no logré concentrarme. Como crítico, tengo un mal que es ir escribiendo mental e involuntariamente la crítica mientras veo una película (no con todas, claro); ejercicio irritante que no permite que traspase la pantalla; por eso cuando la veía se me venían un montón de frases e ideas a la cabeza… creo que he esperado hasta ahora para poder escribirla en la distancia, y no desde la obsesión, que puede dar resultados negativos.
Otra razón por la cual no logré que me llenara el esperado visionado de esta película fue porque poseo una endeble concentración, y, como era de esperar, la audiencia desertó paulatinamente, lo que hizo que tuviera que ver cada dos por tres a alguien levantarse y abandonar la sala, la cuál estaba llena, no porque todos conocieran a Tarr, ni mucho menos, sino porque era una de las últimas proyecciones del festival, la gente había visto el atractivo cartel y habían leído que era un thriller, sin saber, claro, que la película es una criatura ajena completamente al entretenimiento convencional.
A favor puedo decir que las actuaciones, como suele ser habitual, son brillantes (la caracterización de Maloin por parte de Miroslav Krobot es perfecta), y hay unas cuantas escenas que realmente llegan a emocionar y a apabullar por su grandeza.
En contra diré que la música del genial Vig, preciosa después de todo, llega a ser repetitiva por el uso desmedido del tema principal. También diré que las ideas que vertebran la historia, esa supuesta batalla moral que libra Maloin, el desmoronamiento de la rutina, las dudas, la ética, etc, no están plasmadas de una manera coherente, sino que están trazadas de un modo un tanto vago y difuso.
La cinta que nos pasaron tenía subtítulos en español incrustados en la imagen, hecho inequívoco de que tarde o temprano su distribución en España se hará efectiva. Esta crítica será reescrita cuando eso ocurra, para dar testimonio fidedigno, y pueda verla tranquilo en una sala con poca gente, pero sabiendo a quién van a ver.