Haz click aquí para copiar la URL
Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
8
Thriller. Drama Después de haber dado un golpe muy lucrativo, un hombre es traicionado por su esposa y por su mejor amigo. Ambos lo abandonan, dándolo por muerto, en una celda de la abandonada prisión de Alcatraz. Años después, intentará vengarse y recobrar su parte del botín. (FILMAFFINITY)
25 de enero de 2012
37 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de mi vida cinéfila he visto infinidad de tipos duros, muy duros, en una gran pantalla. Tipos como Humphrey Bogart, James Cagney, Richard Widmark, Robert Mitchum, Marlon Brando, Jack Palance, John Wayne, Kirk Douglas, Robert Ryan, Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Anthony Quinn, Charles Bronson, Chuck Norris, Bruce Willis, Harvey Keitel, Al Pacino, Sylvester Stallone, Joe Pesci, Ed Harris, Dolph Lundgren, Mickey Rourke, Jason Statham… Pero pocos, muy pocos, como Lee Marvin en “A quemarropa”. Un tipo al que dejan tirado con dos balazos en el vientre en una celda vacía de Alcatraz y aún tiene los santos cojones de lanzarse a las gélidas aguas del Pacífico para llegar nadando a la costa… y salvarse. Un tipo duro, sin duda. Una roca. Como Alcatraz, por cierto. Y casi tanto, también, como Charles Bronson, el hombre sin nombre de “Hasta que llegó su hora”. A mi juicio, el tipo más duro de la historia del cine. Un tipo con el que Walker (Marvin) comparte mirada, gravedad, contención, laconismo, frialdad, inclemencia… y hasta ausencia de nombre. En el caso de Walker, obviamente, de nombre de pila. Pero de nombre al fin y al cabo.

Dejando al margen la soberbia composición de Marvin, sin embargo, lo que más me fascina de “A quemarropa” son los destellos de gran cine que le imprime Boorman: su técnica narrativa a base de flashbacks, su cámara lenta a lo Peckinpah, su poderoso erotismo, su cuidada recreación de ambientes —a veces sórdidos y, a veces, elegantes— y, sobre todo, el incuestionable vigor de sus mejores secuencias (en especial la de las persistentes pisadas en la estación de metro, la de la irrupción de Walker en casa de su esposa vaciando el cargador en el humeante colchón matrimonial y la de Angie Dickinson abofeteando a un impávido Marvin hasta quedar absolutamente exhausta). Secuencias, todas ellas, que deberían figurar, a mi juicio, en cualquier manual cinéfilo de escenas para la posteridad.

Ocho rocosas estrellitas, pues, para un más que digno ejercicio de neo-noir que —pese a la innegable simpleza de su guión— me parece muy pero que muy recomendable para todos los que opinamos que el cine de autor y el de género nunca deberían haber reñido. “A quemarropa” es la prueba.
Taylor
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow