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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
9
Western Durante la guerra civil norteamericana (1861-1865), tres cazadores de recompensas buscan un tesoro que ninguno de ellos puede encontrar sin la ayuda de los otros dos. Así que colaboran entre sí para conseguir el botín. (FILMAFFINITY)
4 de junio de 2008
187 de 203 usuarios han encontrado esta crítica útil
El rubio (Clint Eastwood, ‘el bueno’), Tuco (Eli Wallach, ‘el feo’) y Sentencia (Lee Van Cleef, ‘el malo’) forman parte desde hace mucho tiempo de ese particular Olimpo del spaghetti-western en el que habitan, entre otros, por tipos tan duros como Harmonica, Frank, Cheyenne, Django o el Chuncho.

Leone los concibió personalmente y como si de ‘Saturno devorando a sus hijos’ se tratara, intentó sacrificarlos en los títulos de crédito de “Hasta que llegó su hora”. Por suerte o por desgracia, fracasó en su empeño.

En su lugar murieron Jack Elam, Woody Strode y Al Mulock. El bueno, el feo y el malo sobrevivieron y cuenta la leyenda que su espíritu perdurará eternamente en el desierto de Almería.

El gran Sergio clausuraba con esta obra maestra su trilogía del dólar antes de darle un sublime carpetazo al spaghetti con una peli, si cabe, aún mejor: “Hasta que llegó su hora”.

Nunca me cansaré de ver esta auténtica lección de cine. Porque lo tiene todo. Absolutamente todo.

El italiano nos coge de la pechera y nos hace morder el polvo desde el primer momento. Nos pone a prueba con esos dilatadísimos silencios. Con ese ritmo ceremonioso. Nos obliga a escuchar el tintineo de las espuelas, el ulular del viento del desierto, el áspero raspado de un fósforo. Y si nuestro corazón aún no palpita lo suficiente, si aún no nos sudan las palmas y no se nos eriza el vello de puro pánico ante el careto de Sentencia, ahí interviene Don Ennio. Morricone es un monstruo y su música nos hace levitar corroborando la tremenda importancia que tienen los códigos extracinematográficos, habitualmente ninguneados ante la poderosa hegemonía de la imagen.

Su banda sonora es tan genuina y magistral como esos primerísimos planos de rostros sudorosos y mal afeitados, como la inimitable liturgia de un duelo, como la violencia explícita que exuda cualquier partitura leoniana. Ni más, ni menos.

Tal vez los tres tenores de Leone no posean la complejidad y la riqueza psicológica de Harmonica, Frank o Cheyenne, pero muy pocas veces tendremos ocasión de ver juntos a tres auténticas aves rapaces del western, tres legendarios fantasmas capaces de mantener el espíritu del spaghetti hasta el fin de los días.

Sencillamente irrepetible.
Taylor
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