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España España · santiago de compostela
Voto de berenice:
8
Drama Urgida por la necesidad de dinero para cubrir sus cuantiosos gastos, una condesa vende unos pendientes que le regaló su marido, y a éste le dice que los ha extraviado. El joyero, indiscreto, le cuenta al conde lo sucedido, y le vende la joya que, tras distintos avatares, llegan a manos de un diplomático italiano. (FILMAFFINITY)
4 de noviembre de 2012
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravilloso retrato femenino enmedio de la Francia de finales del siglo XIX: sus salones, sus afeites, sus militares, sus palcos. Nunca la ambientación de una película tuvo tanto que ver con los caracteres de los personajes que la pueblan. Se lo digo yo que he leído mucho sobre ese siglo y además soy muy mayor. Aquí, no son actores en un decorado, sino seres vivientes de aquel siglo. Nada sobra, y usted nunca tendrá la sensación de que la gente que pasa por la calle son extras. Pero, ojo, los personajes son aristócratas y clases dirigentes, y del siglo XIX además, así que se comportan como tales, (en vez de, como en tantas películas modernas, como usted o yo vestidos con ropas carísimas y yendo a la ópera en coche de caballos). Louise de Vilmorin, la autora de la novela, era ella misma aristócrata, y coleccionista de amantes, (alguno famosos como Cocteau, Malraux o Saint-Exupery, ahí es nada). Ella misma presentó en su salón, (ya se sabe el significado de la palabra salón para estas gentes) a Max Ophüls.
El retrato psicológico de la protagonista, (fría, como siempre, Darrieux, pero aquí queda de perlas), es uno de los mejores que recuerdo. Pero no le va a la zaga el marido, con una interpretación de antología de Charles Boyer. Más discreta es la actuación de Vittorio de Sica, con su sempiterno aspecto de peluquero. También hay una pequeña colección de personajes secundarios que resultan hondos, veraces, casi sin proponérselo, como la criada y confidente.
No hay argumento que contar, apenas; referencias a Bovary y Karenina, pero con mucho más hielo. Y un ballet cinematrográfico por parte de Ophüls, que nos lleva volando de los armaritos y los pequeños frascos de perfume a los grandes palcos de la ópera, siempre destilando vida en cada plano.
¿Por qué, por tanto, no un diez? Será por alguna sensación extraña, difícil de explicar, algo relacionado con el frío.
berenice
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