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Voto de Antonio Morales:
5
Drama El dictador sudamericano Santos Banderas es un hombre solitario y amargado, que vive rodeado de intrigantes y aduladores. Las fuerzas rebeldes están cada vez mejor organizadas, y el hecho de que Santos sea el responsable de la muerte del hijo de un pobre indígena hace estallar las iras del pueblo, que convierte en un símbolo los restos del chico. (FILMAFFINITY)
29 de abril de 2017
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una república bananera imaginaria aparece el tirano Santos Banderas inspirado en la novela de Valle-Inclán, se asemeja a un ser abyecto en descomposición que huye de la luz y se refugia en la penumbra mientras su hija, de la que no conocemos nada languidece enferma en una cama. El macabro físico lo aporta un espléndido Gian María Volonté, amanerado gesticulante e histriónico sátrapa, es la imagen patética que le ha querido otorgar el cineasta al personaje con claro sabor expresionista, de cabeza casi rapada, parapetado tras unas gafas de sol redondas con movimientos parecidos a una marioneta, proyectando su malsana sombra por las blancas paredes de su imaginaria fortaleza, rodeado de correveidiles, aduladores y lametraserillos. Busca la vida en el coraje de los otros y ama la oscuridad como única compañera. Una amarga reflexión sobre la soledad del poder.

Santos Banderas adolece de la vitalidad y la fuerza para luchar por su amada, sencillamente porque no tiene nadie a quien amar, por su naturaleza represora siempre será temido y nunca amado, aunque presentado de forma vampírica, no se alimenta de sangre como hacía Nosferatu a quien se asemeja con su inquietante perfil. Pretende socavar una revolución con su paternalismo prepotente, pero la andadura de este tirano se va desmoronando igual que su mundo corrupto, mientras el resto de personajes del relato, sin apenas entidad ni espesor dramático se aferran a los privilegios que les garantiza el régimen. Esa clara diferencia entre el dictador excelentemente dibujado y sólo el esbozo del resto de personajes que le rodean: el embajador homosexual español (Gurruchaga), el prestamista ladino (Fernando Guillén), la puta vidente (Ana Belén), el cortesano bufón y ebrio (Juan Diego) y el oficial rebelde (López Tarso), entorpecen más que mejorar lo que se representa con la intención de ser fiel al autor.

Afortunadamente el film es escueto y va directo al grano sin caer en veleidades folclóricas y en la redundancia paisajistica. Aún así, la película resulta poco fluida y un tanto aburrida, a pesar de estar bien adaptada por Azcona y el cineasta, una vez que conocemos su trama y situaciones, nunca nos sorprende y todo es previsible. Deciden comprimir la historia en sólo dos días, en ese lapso temporal deberían ocurrir cosas más importantes a los personajes como a la mecánica propia del relato. García Sánchez construye un mosaico humano que siempre está en función del villano protagonista, además de no definirse con decisión entre el drama y el esperpento. En cambio su puesta en escena me parece inteligente y descriptiva pero en el fondo es un film frío que no emociona, porque no basta sólo con criticar y burlarse del patetismo de un tirano que nos puede parecer familiar y detestable.

Resulta paradójico que la película de García Sánchez, producida entre otros por Víctor Manuel, el cantautor asturiano esposo de Ana Belén y acérrimos militantes de la izquierda, fuera rodada en Cuba sobre un dictador de derechas, precisamente una de las dictaduras comunistas más longevas y terribles del continente americano, haciéndolo sin ningún complejo democrático y bendiciendo las facilidades que les otorgarían desde ese sectarismo que practica la progresía que denuncia las dictaduras, siempre que sean de derechas porque si son de izquierdas, las bendicen y las protegen con esa curiosa vara de medir que suelen practicar. Porque todas las dictaduras son execrables, señores míos, incluyendo cualquier ideología. No conozco ninguna dictadura que haya traído prosperidad a su pueblo. No puedo entender cómo siguen fascinando los Mesías revolucionarios que convencen con promesas utópicas y demagógicas a tanto ingenuo desinformado.
Antonio Morales
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