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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Urgida por la necesidad de dinero para cubrir sus cuantiosos gastos, una condesa vende unos pendientes que le regaló su marido, y a éste le dice que los ha extraviado. El joyero, indiscreto, le cuenta al conde lo sucedido, y le vende la joya que, tras distintos avatares, llegan a manos de un diplomático italiano. (FILMAFFINITY)
22 de mayo de 2014
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1951, Louise de Vilmorin, mujer de letras muy dada a recibir en su residencia a la crema de la intelectualidad parisina, hace llegar a Max Ophüls, asiduo de sus tertulias literarias, un ejemplar de su novela “Madame de…” con vistas a una posible adaptación a la pantalla. Pensaba la escritora, después de asistir entusiasmada a una proyección de “La Ronde” (1950), que el material dramático de su texto se adaptaba como un guante al universo del realizador franco-alemán. Así, la particular andadura de la Condesa Louise De, una aristócrata predispuesta a las intrigas y galanteos amorosos que encuentra en unos pendientes su atormentado rondó cinematográfico, no estaba lejos de algunos temas habituales de su filmografía. La propia circularidad de la historia permite a Ophüls trabajar sobre un conjunto de elementos comunes a su obra y a los que dotar de su particular concepción del espacio y el tiempo.

El cineasta vuelve a contar con Danielle Darrieux, una actriz de aspecto elegante y sofisticada muy acorde con el personaje, como también lo son, su marido, un excelente Charles Boyer, contenido en las formas y un no menos grande Vittorio De Sica, como amante, que además de ser un gran cineasta era un soberbio actor. Los personajes del film se debaten entre lo que realmente son y la imagen que proyectan sobre los demás, entre la tensión generada por sus sentimientos enfrentados a sus actuaciones sociales. Es fácil, por tanto, encontrar en el film numerosos planos en que los personajes aparecen encuadrados a través de cristales o espejos que constituyen una especie de ventana del alma, por así decirlo. La profundidad de campo que dan los espejos, da paso a una puesta en escena con una elegancia en los detalles, “travellings” suntuosos con una fascinante armonía en los movimientos de los personajes y la cámara.

Los diálogos son brillantes, la gestualidad, dignos de un cineasta de gran cultura, propio de un director con un estilo fácilmente reconocible. Cómo están filmadas las escenas en la estación del tren, las escenas de la ópera (por el aria que suena, diría que es “Orfeo y Eurídice” de Gluck), son una gozada. Un cineasta feminista que retrata a la mujer con mucha fuerza, personalidad y una rebeldía absoluta ante los convencionalismos. Pero siempre desde el buen gusto, ejerciendo una irónica y soterrada crítica de esa clase social en decadencia. Una estupenda fotografía y una deliciosa música de una sutileza absoluta que hacen de este bello film una propuesta admirable de una forma de hacer cine que no ha encontrado discípulos que la mantuvieran viva, y que lamentablemente es irrecuperable. Max Ophüls fue un sagaz cronista de principios del siglo pasado.
Antonio Morales
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