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España España · Madrid
Voto de Servadac:
7
Romance. Comedia Alfred Kralik es el tímido jefe de vendedores de Matuschek y Compañía, una tienda de Budapest. Todas las mañanas, los empleados esperan juntos la llegada de su jefe, Hugo Matuschek. A pesar de su timidez, Alfred responde al anuncio de un periódico y mantiene un romance por carta. Su jefe decide contratar a una tal Klara Novak en contra de la opinión de Alfred. En el trabajo, Alfred discute constantemente con ella, sin sospechar que es ... [+]
30 de junio de 2009
131 de 140 usuarios han encontrado esta crítica útil
1h05’44”: En ese punto de la cinta se encuentra un plano inolvidable, un plano casi mudo que ilustra lo que, para mí, viene a ser el «otro» toque Lubitsch.

Un funcionario con chaqueta negra clasifica el correo bajo una lámpara redonda que ilumina la parte izquierda del encuadre. Una carta, blanquísima, destella brevemente en una de sus manos.

Al fondo a la derecha, en penumbra, se atisba el casillero con los apartados de correos.

Un segundo funcionario, con bata blanca y un saco de cartas atraviesa la escena. La cámara, en escorzo, parece que lo sigue. El cuadro se cierra con firmeza y el funcionario lo abandona para no volver. Comprendemos que el travelling no pretendía acercarse al empleado sino al apartado de correos número 237, vacío y rodeado de casillas que sí contienen algún sobre.

En ese momento, anticipamos lo que va a ocurrir. Sentimos la punzada, el desencanto.

El enfoque se desplaza hacia el fondo de la casilla y el plano se hace fijo. Una mano enguantada irrumpe temerosa, tantea, busca, nada encuentra. La desilusión queda expresada por el movimiento de sus dedos. La mano se bate en retirada al tiempo que el rostro de Klara asoma por el casillero. Es un semblante de ojos tristes, hermosamente iluminado y enmarcado por el apartado de correos.

Lubitsch encadena al siguiente plano, ya en la tienda de Matuschek. Apenas han pasado veinticuatro segundos y han sido dibujados, por medios exclusivamente cinematográficos, los sentimientos de esperanza, temor y decepción.

Sin barroquismo ni sensiblería, Ernst Lubitsch distribuye las luces y las sombras –en la fotografía y en el retrato de las emociones–. Entramos en el plano a rebosar de expectativas y el director nos lleva de la mano hasta el abatimiento.

Se suele decir que el ‘toque Lubitsch’ habita en la ironía fina y elegante. Pero, como se echa de ver en este plano, el alemán también acierta a deslumbrarnos con otro tipo de elegancia: aquella con que muestra el sentimiento puro, tembloroso, sin rastro de ironía.

Fijando la emoción con sutileza, el plano Lubitsch resplandece con la magia de los grandes.
Servadac
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