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Críticas de Benjamín Reyes
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Críticas 117
Críticas ordenadas por utilidad
7
29 de abril de 2016
36 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La punta del iceberg”, tras su paso por la sección oficial del Festival de Málaga, ha llegado a las salas comerciales. No es una película fácil de ver para el gran público, que parece optar en su mayoría por cine de mero entretenimiento como “Palmeras en la nieve” u “Ocho apellidos catalanes”, ya que muestra los efectos de la competitividad despiadada en el mundo laboral de la sociedad actual basada en el capitalismo salvaje, donde no importan las personas sino la repercusión negativa que pueda tener para la imagen de la empresa la pérdida de vidas humanas.
Basada en la obra teatral homónima de José Amaro Carrillo (que a su vez se inspira en hechos reales acaecidos en fechas recientes en Francia), “La punta del iceberg”, se adentra en el espinoso tema de varios suicidios en una empresa de alto copete. Recientemente “El País” publicó las cifras de suicidio en Corea del Sur: cerca de 40 personas acabaron con su propia vida cada día en 2011. Un dato espeluznante.
Tras el prestreno el pasado 28 de abril, en un abarrotado Cine Víctor de la capital tinerfeña, uno de los comentarios más escuchados era que para ser una ópera prima rebosaba madurez. No es de extrañar ya que David Cánovas cuenta con 44 años, una decena de cortometrajes a sus espaldas (algunos con minutajes en torno a los 30 minutos) y varios proyectos de largometrajes que no llegaron a cuajar por diversas circunstancias. Puede ser que la mayoría del público, sobre todo en la Península, empiece a conocer ahora a Cánovas, pero tras de sí hay una sólida trayectoria fílmica. De hecho, el tema laboral no es nuevo en la filmografía del director tinerfeño, ya que lo trató en “Cuestión de actitud” (2008) y “El contratiempo” (2009). Tampoco lo es del suicidio, ya que en “El intruso” (2005), que le valió la nominación al Goya al mejor cortometraje, ya abordaba este controvertido tema.
El guion, escrito a seis manos (Alberto García y José Amaro Carrillo arropan a Cánovas), está bien hilvanado. Incluye gotas de humor negro y un personaje como el camarero que descarga de drama la trama. Así como un guiño al clásico de Chaplin, “Tiempos modernos” (1936). Uno de sus puntos fuertes es la construcción de personajes. Asimismo, destaca la presentación de estos como la del primer suicida (Marcelo Miralles, encarnado por Ginés García Millán), al que primero vemos su rostro y luego, en “off”, su defenestración; o la de la protagonista Sofía Cuevas (encarnada por una ubicua y contenida Maribel Verdú), una alta ejecutiva sin aparentes escrúpulos, que paulatinamente, irá mostrando su lado emocional.
El resto del reparto no le anda a la zaga. Bárbara Goenaga (la frágil empleada), Álex García (el ejecutivo estresado), Fernando Cayo (el jefe déspota), Carmelo Gómez (el trepa sin escrúpulos) están impecables en sus respectivos roles. Hasta la fugaz aparición de Nieve de Medina es digna de mención. “La punta del iceberg” es una película pulcra, caracterizada por la sutileza de los movimientos de cámara. A pesar de su asfixiante trama concebida como un “thriller”, repleta de diáfanos espacios videovigilados, y donde la música compuesta por Antonio Hernández ayuda a crear una certera tensión narrativa, la película respira gracias a los planos aéreos de Madrid o la escena de la azotea.
En los últimos años –el cine ha sido permeable a la cruda realidad social- podemos encontrar un puñado de películas que abordan los conflictos que se producen en el seno laboral en la sociedad contemporánea. Algunas con las que “La punta del iceberg” establece conexiones son las españolas “El método” (2005) o “Smoking Room” (2002); o las francesas “Arcadia” (2005), en la que el protagonista planeaba asesinar a sus contrincantes o “Dos días, una noche” (2014). Incluso se ha hecho comedia con el tema, de forma brillante como en “El jefe de todo esto” (2006) y “Louise-Michel” (2009).
En definitiva, “La punta del iceberg” es una película necesaria en estos tiempos de ERE, en la que lo único que importa es la cuenta de resultados y en la que los trabajadores son concebidos como meros peones en una partida de ajedrez. Cine que hace reflexionar sin sermonear.
Benjamín Reyes
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1
19 de julio de 2015
46 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se sube el telón. Se ve a Manuel Manquiña, Karra Elejalde y Albert Plá protagonizando chascarrillos escatológicos, suena una música molona, hay alusiones al consumo de drogas compulsivo y constantes escenas al volante. ¿Cómo se llama la película?: “Airbag 2”, pero camuflada con el título de “Rey gitano”.
Juanma Bajo Ulloa se dio a conocer en 1989 con el cortometraje “El reino de Víctor” (que tiene el honor de ser el primer cortometraje galardonado con un Goya), en el que ya se vislumbraban algunos rasgos de sus notables largometrajes “Alas de mariposa” (1991) y “La madre muerta” (1993), dos interesantes trabajos que apuntaban a un director con hechuras. Luego con “Airbag” (1997) pegó un pelotazo comercial con una gamberrada divertida. Años después presentó la endeble “Frágil” (2004), en la que ya se percibía su desencanto por todo lo que rodea al mundo del cine. Desde entonces solo había dirigido dos cortometrajes, “Qué glande es el cine” (2005) y “No hubo manera” (2013), así como un documental “Historia de un grupo de rock” (2008). Ahora regresa con la inefable “Rey gitano”, en la que plasma su desencanto con la realidad social actual. En una ocasión llegó a afirmar en una entrevista concedida a “La Vanguardia”: “La vida es un pastel de mierda con algunos tropezones de fresa”. Pues bien, parafraseando su propia afirmación. “Rey gitano” es un pastel de mierda con solo un tropezón de fresa: María León.
El último filme de Ulloa pretende ser un ajuste de cuentas con el descreimiento de su autor con la casta política (no solo española sino internacional) y un sabotaje a la monarquía española, pero en realidad lo que consigue es sabotear no solo su propio cine sino el cine en general con una película repleta de bromas pueriles de mal gusto cercanas en ocasiones a un Torrente bastardo (como ejemplifica la escena de la cata de orín) o incluso a “¡Ja, me maaten…!” (2000), del dúo humorístico Cruz y Raya, en la que por lo menos Juan Muñoz sabía imitar el acento gitano no como el ubicuo Arturo Valls, que produce grima con su ridícula forma de hablar. ¿Quién le ha dicho a este presentador de televisión que sabe actuar?
El elenco es básicamente la misma “troupe” que la de “Airbag”, en la que Rosa María Sardá encarna a una bizarra miscelánea entre Angela Merkel y Hitler (bigote rubio incluido), Karra Elejalde comete constantes “lapsus linguae” carentes de gracia, Manuel Manquiña calca a Martínez El Facha de “El Jueves” o Albert Plá es un ávido pajillero consumidor de pornografía. Les secundan Santiago Segura (un rico postrado en una silla de ruedas) y Charo López (una faquir sexual) en unos esperpénticos papeles que pretender mostrar la putridez del poder. Que Ulloa intenta rematar con unos pésimos imitadores de la familia real española. De esta especie de pandilla basura la única que se salva de la quema es María León, que deja algunos ramalazos de su calidad como actriz.
Ulloa escribe, dirige y produce un auténtico desaguisado fílmico. El colmo es cuando denigra el cine de Woody Allen con los comentarios que pone en la boca del personaje que encarna Elejalde. No se puede caer más “bajo”. “Rey gitano” llega a producir sonrojo y vergüenza ajena. Cuando uno ya no tiene nada que aportar es mejor no martirizar al público con bromas endogámicas que solo le hacen gracia al que las escribió. Lo mejor que se puede hacer con esta película es tirar el recuerdo de su visionado a un váter imaginario y tirar de la cadena.
Benjamín Reyes
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Bunbury: El camino más largo
Documental
España2016
6.5
416
Documental, Intervenciones de: Enrique Bunbury, Robert Castellanos, Ramón Gacías, Jose Girl ...
7
6 de noviembre de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La figura de Enrique Bunbury desata filias y fobias desaforadas. O lo aman o lo detestan. Por eso era extraño que todavía no se hubiera rodado una película sobre Bunbury, excantante de Héroes del Silencio, y el roquero español más internacional con permiso de Miguel Ríos. Ha tenido que ser Alexis Morante, un andaluz afincado en Los Ángeles (la nueva morada de Bunbury) el que lo convenciera para adentrarse en este viaje fílmico.

El filme comienza con imágenes del último concierto de la gira “Hellville” en el estadio Azteca de México D.F., el 11 de noviembre del 2009, ante un multitudinario y enfervorecido público. Seis meses después emprende una nueva gira por las carreteras de Estados Unidos, de 26 conciertos en lugares como Detroit, Dallas, Chicago, Nueva York, Boston o San Francisco, donde es un auténtico desconocido.
En sus propias palabras: “Es una aventura vital. Vamos a rebobinar y recordar cómo hacíamos las giras cuando empezamos en la música. Estados Unidos es un lugar inhóspito para los roqueros españoles. Hay que luchar contra las rutinas”.

Por eso “El camino más largo” ofrece a un músico en constante renovación. Capaz de sacar al mercado un álbum con sonido discotequero en 1997 (“Radical sonora”) y luego un elepé de versiones de canciones (“El jinete, 2001) con temas de Sting, The Beatles o José Alfredo Jiménez.

Morante no apuesta por lo fácil y consecuentemente no se centra en las actuaciones de su repertorio sino en las esperas, en los momentos muertos, en los instantes de reflexión y confusión. Por lo tanto, “El camino más largo” no es una película para mayor gloria de Bunbury, sino una mirada interior a una estrella del rock, que busca nuevos senderos musicales, de tal forma que la cámara se convierte en su sombra y muestra verdaderos momentos de intimidad. Sin desvelar los momentos cruciales del documental, si apuntaremos que en un momento dado le grita a Morante: “¡Eh, vale ya de grabar!” y pronuncia la frase: “Se me ha caído el alma al suelo”.

Ahí reside la grandeza de “El camino más largo”. En cómo un músico que ya tiene su público acérrimo en plazas de España y Latinoamérica, decide arriesgarse y transitar por nuevos horizontes musicales. “Las transiciones musicales son traumáticas. Mi cabeza ya está en otro sitio”, revela en un momento dado de la cinta. Asimismo, en la película hay carretera, mucha carretera, que ejemplifica que el rock es un camino de largo recorrido y que plasma que Bunbury está inmerso en un perpetuo viaje hacia ninguna parte.
Benjamín Reyes
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3
11 de enero de 2015
21 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película más taquillera en Francia (“Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?”) y el filme que ha arrastrado más público en España a los cines (“8 apellidos vascos”) a lo largo del 2014 tienen como denominador común que se ríen de los tópicos acendrados tanto en la cultura francesa como en la española, respectivamente. También tienen en común que son dos comedias de consumo fácil, humor blandengue, personajes estereotipados, que en el fondo tienen buen corazón, y unos gags predecibles. Y precisamente por eso 12 millones de franceses han decidido pagar una entrada para reírse de sí mismos (elocuente es la escena en la que la variopinta familia canta La Marsellesa).
“Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” se sitúa en la órbita de títulos recientes como “Bienvenidos al Norte” (2008), en la que se hacía hincapié en las diferencias generales entre los habitantes del Norte y el Sur de Francia, “Bienvenidos al Sur” (2010), que era la versión italiana de la anterior o “Nada que declarar” (2011), que daba pábulo al humor pseudo racista entre los galos y los belgas. Precisamente, en la frase “yo no soy racista, pero...” se fundamenta el argumento de esta casquivana comedia. Un francés de pura cepa (que encarna el popular Christian Clavier, conocido por “Los visitantes”, 1993) ve cómo tres de sus hijas contraen matrimonio con un chino, un musulmán y un judío. La cuarta tiene un novio de raza negra. Esto que podría parecer el principio de un chiste, refleja una realidad actual: el 20% de los matrimonios galos son mixtos. Y de hecho, el director se ha inspirado en su propia familia para pergeñar este curioso argumento. Realizador, por cierto, desconocido por estos lares ya que de sus cinco películas esta es la primera que se estrena en España, de lo cual me alegro encarecidamente. De todas formas, no se convertirá en la película predilecta de Marine Le Pen, la líder de la extrema derecha francesa.
En cierta manera “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” es la actualización del cine del inefable cómico francés Louis de Funès, que protagonizó en los 60 y 70 un puñado de filmes de dudoso gusto, pero que hicieron fortuna en la audiencia francesa, como lo hicieron en la española las andanzas de paleto entrañable que encarnaba Paco Martínez Soria o en la italiana el procaz y escatológico Alvaro Vitali.
Esta exitosa (comercialmente hablando) película se encuentra en las antípodas de ácidas e irreverentes comedias recientes como la también francesa “Louise-Michel” (2008), que se mofaba inteligentemente de los despidos laborales masivos o la británica “Four Lions” (2011), que se reía brillantemente del terrorismo islámico. Aunque la cinta de Phillipe de Chauveron no propicie una crítica demasiado elaborada sí que plantea una pregunta interesante: ¿Existe el público medio o se fabrica? El hecho de que las productoras, las distribuidoras y las salas de exhibición en muchos casos forman parte de la misma corporación facilitan la creación de un consumidor estándar. Por cierto, algunas comedias francesas recientes más recomendables son “La cena de los idiotas”, (1998) “Después de usted” (2003) o “Pequeñas mentiras sin importancia” (2010).
Benjamín Reyes
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10
13 de junio de 2015
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filmoteca Canaria, en colaboración con Fimucité, ha organizado un ciclo, que se desarrollará entre en junio y julio del 2015, que rescata la memoria del compositor galo François de Roubaix con motivo del 40 aniversario de su muerte, acaecida en Tenerife en 1975 mientras practicaba submarinismo en Los Cristianos, donde está enterrado por expreso deseo de su familia, dado el vínculo que le unía a la isla, que visitaba varias veces al año.
A pesar de fenecer prematuramente a los 36 años, entre 1961 y 1975 compuso la banda sonora de más de cincuenta películas, entre las que despuntan “El silencio de un hombre” (“Le samouraï”, 1967, Jean Pierre-Melville), “Diabólicamente tuyo” (“Diaboliquement vôtre”, 1967, Julien Duvivier,), “Último domicilio conocido” (“Dernier domicile connu”, 1970, José Giovanni) o “Adiós amigo,” (“Adieu l´ami”, 1968, Jean Herman), que precisamente son los títulos que integran el ciclo, que comienza el próximo 4 de junio, en el Aguere Espacio Cultural de La Laguna con la proyección de “El silencio de un hombre”, a las 20:30 horas. Todas están protagonizadas por Alain Delon.
Jean-Pierre Melville (1917-1973) no goza del prestigio de sus coetáneos de la “nouvelle vague”, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Eric Rhomer o François Truffaut, pero es artífice de una sólida filmografía que incluye títulos como “Hasta el último aliento” (1966) o “Círculo rojo” (1970), pero sobre todo, es el responsable de un filme incontestable como “El silencio de un hombre”, una de esas joyas cinematográficas a las que la historia del cine no ha hecho justicia como es el caso de clásicos como “Incidente en Ox-Bow” (1943, William A. Wellman) o “Retorno al pasado” (1947, Jacques Tourneur).
Desde el primer plano de “El silencio de un hombre” sabemos que estamos asistiendo a una obra maestra del género policíaco. Vemos un plano fijo de una sobria y cochambrosa habitación en penumbra en la que se intuye que alguien, que está recostado en una cama, está fumando por el humo exhalado por un cigarro, mientras suena el arrullo de un pájaro enjaulado –una preclara metáfora de la existencia del protagonista, que roza unos billetes en la jaula antes de ponerlos a buen recaudo- y leemos el rótulo: “La profunda soledad de un samurái solo es comparable a la de un tigre en la jungla” (frase extraída del “Libro de los samuráis”). Un auténtico poema visual.
Su argumento es sencillo, un implacable asesino a sueldo comete un crimen y la policía le pisa los talones, pero el filme de Melville posee un trasfondo digno de elogio. Un circunspecto Alain Delon, pertrechado de gabardina y sombrero, es la imagen icónica del filme. “El silencio de un hombre” (originalmente “Le samouraï”), es como su título en español indica una película de silencios. Jef Costello no pronuncia su primera palabra hasta los nueve minutos para musitar un escueto: “Sí”. A lo largo de los 105 minutos de metraje solo mascullará frases sueltas y se limitará a sostener tres diálogos en los momentos pregnantes del largometraje. Él prefiere “hablar” a través de su pistola.
“El silencio de un hombre” no tiene el pulso narrativo de “Ascensor para el cadalso” (1957, Louis Malle), otra película imprescindible del “film-noir” francés de la época, pero posee un minimalismo y una atmósfera melancólica que envuelve al espectador en una fatalista historia que juega con los elementos clásicos del género: una “femme-fatal” duplicada en la figura de una mujer de raza blanca (encarnada por Nathalie Delon, por entonces esposa del protagonista de “Rocco y sus hermanos”) y una cantante de raza negra de un club nocturno; el perspicaz comisario que busca sacar la verdad a la luz, los ángulos insólitos (picados y contrapicados) o el escenario urbano que plantea París (Campos Elíseos, metro, calle Lord Byron, puente, escaleras…). Por su parte, la partitura compuesta por François de Roubaix comienza siguiendo los cánones de la música del cine policíaco, para luego alternar el uso de sintetizadores con la música jazz, donde la trompeta se erige en protagonista.
Por todo lo expuesto “El silencio de un hombre” es una película de obligado visionado, que ha influido a varios cineastas modernos como Tarantino o John Woo, siendo el caso más preclaro el de Jim Jarmusch, cuyo “Ghost Dog” (1999) es una actualización de este clásico. El programa continuará con “Diabólicamente tuyo” el 11 de junio, “Último domicilio conocido” el 18 de junio y “Adiós amigo” el 2 de julio. Las entradas para cada una de las funciones cuestan 2 € (1 € para estudiantes y jubilados). Por ultimo, el 9 de julio se exhibirá el cortometraje “Les musiciens de la pellicule” (1974), de Josée Dayan, dos cortometrajes dirigidos por el propio De Roubaix (“El Gobbo” y “Comment ça va j’m’en fou”) y el documental “Francois de Roubaix.Fan’s”, dirigido por su hija Patricia de Roubaix, proyecciones que pondrán el broche de oro al homenaje cinematográfico al músico galo. Paralelamente al ciclo, se tiene previsto organizar en julio un concierto de su hijo, el compositor y trompetista Benjamin de Roubaix, con músicos de jazz de las islas, en Los Cristianos.
Benjamín Reyes
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