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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
Críticas 1,293
Críticas ordenadas por utilidad
8
12 de marzo de 2012
58 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece mentira que, a día de hoy, nadie en FA haya reparado en este hermoso y olvidado film, ni que ningún usuario haya llamado la atención sobre él. Se trata de la primera película dirigida por el extraordinario operador William Fraker (suya es la fotografía, entre otras, de La semilla del diablo, Bullitt, Buscando al señor Goodbar y Le leyenda de la ciudad sin nombre). Dirigió además la interesante Un reflejo de miedo, y la fallida pero no desdeñable La leyenda del Llanero Solitario. Monte Walsh es un western crepuscular que narra con sobriedad y parsimonia las andanzas de unos vaqueros en los estertores finales del viejo este. Los rancheros ya no ganan dinero como antes, y han de recortar gastos y proceder a despidos (¿os suena?). Mientras su amigo Chet, interpretado por Jack Palancas, eficaz como siempre, se establece como tendero, Monte es incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, ni siquiera por el amor de la hermosa Martine (Jeanne Moreau, tan atractiva como siempre). La interpretación de Lee Marvin es simplemente impresionante. Su química con Moreau es excelente, dado que iniciaron una relación durante el rodaje de la película (la extraña pareja, ¿um?). David Walsh ilumina la cinta como lo habría hecho Fraker, y John Barry nos ofrece otra banda sonora maravillosa e inolvidable, en la que aporta una precioso tema central interpretado por Mama Cass. ¿A qué esperáis para incorporarla a nuestra web favorita?
Bien, eso lo escribí ayer, y hoy he obtenido mi recompensa. Gracias en nombre de todos los fans.
Eduardo
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6
12 de febrero de 2019
43 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
La crítica suele crear nuevos genios cada dos por tres. En algunas ocasiones existe una base sólida para ello; en otras, hay que esperar, analizar y reflexionar. Viene esto a cuento de Yorgos Lanthimos, un espabilado realizador griego que, de la noche a la mañana, ha pasado de ser un francotirador a convertirse en el niño mimado de la industria. Y no lo veo claro. Porque ni Canino ni Langosta me parecieron grandes maravillas, sino pedantes ejercicios de estilo que ocultaban detrás una nada avasalladora.Pero en Langosta ya contó con Colin Farrell y Rachel Weisz (y con Olivia Colman, cuidado), se rodó en inglés, y lo mismo cabe decir de El sacrificio de un ciervo sagrado, con Colin Farrell de nuevo y Nicole Kidman. Todavía no la he visto, pero teniendo en cuenta mis tendencias masoquistas, no me cabe duda de que lo haré en cuanto caiga en mis manos. Se rodó en Estados Unidos, por cierto.
El nuevo encargo de Lanthimos, porque de eso se trata, es una tragicomedia de tema histórico sobre la desdichada reina Ana Estuardo y sus dos amantes, Sarah Churchill, antepasada directa de sir Winston, y la advenediza Abigail Masham. El mismo realizador ha declarado que la precisión histórica no le interesaba demasiado, sino las relaciones entre los personajes. Esta vez, el público se ha aliado con la crítica, y La favorita ya huele a Oscar en diversos apartados, siempre que Alfonso Cuarón y su Roma lo permitan. Se trata de una cinta calculadamente pretenciosa y salpicada de morbo, en que importa más la tensión entre el trío protagonista que el contexto histórico. Mandan las mujeres, y los hombres son simples comparsas de la trama y de las intrigas cortesanas, personajes de erección pronta y escaso cerebro. Por supuesto, se nos ofrecen pinceladas de ese curioso Parlamento en que la reina tenía la última palabra, y lo que se legislaba por una parte se descomponía en privado con un simple cunnilingus. La ambientación, los decorados, el apartado de vestimentas se llevarán alguna estatuilla, por supuesto, y muy mal tendría que ir para que al menos dos de las estrellas vuelvan a casa acompañadas del hombre calvo , aunque mi corazón está con Yalitza Aparicio. Es difícil destacar a una sobre las otras dos: Colman está poderosa y contenida, Weisz magnífica como de costumbre, y Stone magnética con sus ojos de gata. La fotografía, que toma prestada la luz existente sin recurrir a artificios, contribuye a situarnos en ambiente, y los diálogos mezclan lo literario con lo vulgar, como en toda buena pieza de época que se precie. El uso del gran angular me irritó en algún momento, pero caramba, Lanthimos es un autor y ha de dejar su huella, a pesar de que sea la primera cinta en que no participa en el guión. Ahora veremos cómo le sienta el éxito a nuestra joven promesa. Espero que no acabe rodando una de superhéroes con ínfulas de tragedia griega.
Eduardo
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6
5 de diciembre de 2017
40 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al principio, iba a titular esta crítica "Te bajaste las bragas, Kenneth Branagh", siguiendo la casposa tradición de obras maestras literarias como "La cagaste, Burt Lancaster" o "Eres la leche, Don Ameche". Después, pensé que no debía atormentar de esta forma a mis sufridos lector@s y me decanté por algo más normal.
Quería expresar con ello la profunda decepción que supuso para mí el quiebro de Branagh cuando, promovido a nuevo Laurence Oliver y apóstol de Shakespeare, tras filmar el Hamlet más grande jamás llevado a la pantalla, se cruzó en su camino el remake de La huella y todo se frustró. Convirtió en basura una obra maestra del cine y se zambulló ya definitivamente en el cenagal del blockbuster con Thor, rodó un Jack Ryan, y ahora amenaza con una serie de Poirot. Ya lo decía Joe E. Brown: nadie es perfecto.
Asesinato en el Orient Express 2017 no es tan calamitosa como presagiábamos. Es una obra de tintes clásicos, rodada con soltura, que sirve para acotar una serie de conclusiones urgentes. 1) Tía Agatha es inmortal. Si el chiflado del pelo imposible y el gordinflón coreano no lo impiden, nuestra vieja dama oh-so-british tiene cuerda para siglos, del mismo modo que Conan Doyle y su inmortal Sherlock. They are here to stay forever and ever. 2) Kenneth Branagh no es Poirot, ni de lejos, como no lo fueron Albert Finney ni, muchísimo menos, Peter Ustinov. Sólo hay un Poirot, y ése es David Suchet, el protagonista de la excelente serie que se prolongó desde 1989 hasta 2013. Si Drácula es Christopher Lee, si Sherlock Holmes es Basil Rathbone, si James Bond es Sean Connery, con permiso de Daniel Craig, Poirot es Suchet. No me canso de verla, hacedme caso. Branagh recuerda más a un coronel inglés retirado, bastón incluido, que al inmortal sabueso belga. 3) Siendo Asesinato en el Orient Express una de las obras cumbres de tía Agatha, no se le acaba de sacar punta en el cine. No nos engañemos, la película de Lumet era apañdita y punto, como lo es la actual versión. ¿Dónde está la mejor traslación de esta novela tramposa pero fascinante? Id a la serie de Suchet y lo sabréis. Sin tantas alharacas, sin tanta estrella impostada, sin tantos efectos especiales, con una declaración final de Poirot importante y diferente de las películas citadas.
En la nueva versión, el desfile de rostros conocidos es abundante pero irregular. La de Sídney Lumet le gana por goleada. Ya hemos hablado de Branagh. Francamente, ese bigote es un insulto para los amantes del personaje. Sale Johnny Depp, poco, afortunadamente, porque es el asesinado (no es spoiler, sucede pronto y se ve venir desde que asoma a la pantalla), y no se encuentra en su mejor estado. Judi Dench hace de Judi Dench, muy altiva ella. Perrélope Cruz está incluso fea, y anda bastante despistada, al igual que Willem Dafoe, en una prestación penosa. Michelle Pfeiffer, a la que siempre adoraremos, pasea por los vagones su belleza otoñal y lánguida. Y el entrañable Derek Jacobi obtiene también su cuota de pantalla.
¿Qué nos queda? Majestuosos travellings, algunos totalmente absurdos, bellos paisajes nevados, una hermosa banda de Patrick Doyle que en ningún momento recuerda a la de Richard Rodney Bennett, y la amenaza evidente de que Muerte en el Nilo será la próxima de la serie.
Para acabar, no os perdáis el cuadro de la Última Cena en la escena final. Es que un autor siempre es un autor...
Eduardo
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8
13 de marzo de 2019
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gustan las películas a contracorriente. Me gustan las películas que desafían a las modas, a los influencers, youtubers y demás escoria. Me gusta que alguien se atreva a rodar un western en 2017. Y me gusta que ese western le salga casi redondo, casi perfecto, casi modélico. Hostiles, por supuesto no estrenada en España (¿Para qué? ¿Para que sólo sepan apreciarla unos cuantos frikis aferrados al buen cine?), cortesía de TV1, habla de odio y respeto, de violencia y nostalgia, de cansancio y anhelo, del triste deambular de unos cuantos seres llamados humanos por las tierras del dolor y la amargura, futuros cadáveres que sólo dejarán como estela sus chillidos de terror ante la amenaza de la oscuridad eterna. Un odiador de indios, el capitán Quaid (un Christian Bale en estado de gracia) se ve obligado, si no quiere perder la pensión, a acompañar hasta su última morada al jefe cheyenne que ha sido su enemigo acérrimo durante décadas. Durante el trayecto, recogerá a una joven esposa y madre cuya familia ha sido masacrada por los sioux, y aprenderá unas cuantas cosas sobre lo que ocultan los prejuicios, el odio irracional y el ansia de matar al otro, al diferente. Con la dignidad y la convicción de un western clásico (no me cabe la menor duda de que John Ford lo habría aplaudido), Scott Cooper nos brinda un film tan majestuoso como deprimente, donde sólo el plano final, digno de un maestro, ofrece un ápice de esperanza. Las peleas son salvajes y sangrientas, sin caer en el gore; los espléndidos paisajes, maravillosamente fotografiados por Masanobu Takanayagi, componen un telón de fondo que dice mucho sobre el comportamiento de las personas que viven en él. La ternura apenas se abre camino entre tanto odio (la espléndida escena en que Rosamund Pike consuela sin palabras a Bale en la tienda), pero los sufrimientos resultan ser una magnífica escuela de aprendizaje, tal como descubrirán los damnificados por los nativos en su obligado contacto con ellos durante este viaje maldito. No pesan en ningún momento los 134 minutos de metraje, vives pendiente de cada plano, de cada secuencia, de cada gesto y palabra de sus protagonistas. No hay frases superfluas, ni fotograma de relleno. Los actores están magníficos, y la banda sonora de Max Richter posee la virtud de no apelar en ningún momento a los cánones instituidos por Elmer Bernstein, Max Steiner o Jerome Moross. Su partitura habla con voz propia, sin préstamos ni guiños.
Una película desoladora y atroz, hermosa, estremecedora, extranjera en tierra extraña. Un descubrimiento reconfortante. Esperamos más cine de Scott Cooper.
Eduardo
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6
1 de mayo de 2017
39 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lady Macbeth es un plúmbeo melodrama que poco o nada tiene que ver con la obra de Shakespeare. Está basado en un relato del escritor ruso Nikolai Leskov, trasplantando la trama de la Rusia zarista a la Inglaterra victoriana. Una joven de carnes generosas es vendida en matrimonio a un rico hacendado que prefiere cascársela mientras la mira desnuda que hacerle el amor. Cuando se ausenta durante una temporada, ella tomará un amante y se entregará con entusiasmo a los placeres del sexo. Para conservar a su amante, no dudará en recurrir al asesinato...
Todo ello contado con una penosa lentitud, mediante una fotografía tan oscura como el alma de los personajes, y una ausencia casi total de banda sonora, salvo unos brevísimos arpegios electrónicos en dos secuencias. Gracias a la brillante interpretación de la casi debutante Florence Pugh, que se apodera literalmente del personaje, aportando todo tipo de matices para enriquecer sus diálogos, se sostiene esta ópera prima de William Oldroyd, que hace hincapié en una doble opresión. Por un lado, la de la mujer, un cero a la izquierda, "el negro del mundo", en acertada definición de John Lennon, un pedazo de carne al que todos los hombres se creen con derecho a escarnecer y humillar, hasta que el poder del deseo la convierte en un ser libre y decidido a salir adelante caiga quien caiga. Por otra parte, la opresión de la clase proletaria, simples animales de carga condenados a obedecer todas las órdenes que reciben, si no quieren experimentar en sus propias carnes la furia de los amos. En su loca pasión por el empleado de los establos, la joven Katherine no duda en sacrificar a sus sirvientes para salir indemne de sus crímenes, en un final que la devuelve a la misma postura de la primera escena, con el objeto de subrayar la imposibilidad de huir de su destino.
Una obra que debe afrontarse con paciencia y resignación. No es la obra maestra que ha saludado la crítica, ni tampoco una ciénaga de aburrimiento en la que el espectador chapotea. Simplemente, hay que adaptarse a su ritmo. O salir del cine.
Eduardo
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