El lenguaje del corazón (2014)

Hoy se nos hace extraño ver como protagonista a una monja entregada al servicio de los demás. Quizás se deba a que en España hemos pasado de ser un país oficialmente meapilas a ser un país donde la religión y lo religioso ha pasado a ser anatema, tercermundista y trasnochado, como si se tratara de un sentimiento anticuado, obsoleto y sobrepasado. Como si la religiosidad fuera algo reprobable y perjudicial. Como si ya no se pudiera o debiera tomar en serio a una persona que sinceramente cree en Dios, en la trascendencia y que consagra su vida – por vocación y altruismo – al servicio de los demás.

Estamos en el siglo XIX. Una joven monja enferma (¿quizás de tuberculosis?) dedicada al cultivo de la huerta monacal, pero que al ver cómo rechazan la acogida de una niña – ciega y sorda – en el internado para niñas sordas que regenta la orden, siente que su deber es ayudar a esa desvalida rapaza, infeliz salvaje que no ha sido siquiera socializada. Quiere darle el don de la palabra – en el lenguaje de signos – y por lo tanto el don de poder pensar, sentir, articularse y desenvolverse en el mundo, una vida hasta ahora limitada al cariño incondicional y primario de sus padres, unos pobres labriegos. Quiere poder darle el regalo de comunicarse y expresarse, el deleite de relacionarse con los demás y su entorno.

Lo hemos visto antes y quizás lo hayamos visto realizado de forma más vistosa, suntuosa y efectista, pero la verdad es que nos encontramos con un relato sosegado, minucioso, perseverante y delicado de lo que conlleva auxiliar a un semejante que no se quiere dejar ayudar, que cree no necesitar amparo o socorro, que no sabe cómo acoger y aprovechar la protección y apoyo desinteresados que se le brinda. En verdad esta película trata del amor, de sus múltiples e insondables ramificaciones, de cómo el amor nos ilumina, nos reconforta, nos convierte en mejores personas y da sentido a nuestra existencia. Sin amor no somos nadie y a través del amor nos redimimos y trascendemos. Pero del amor más allá de lo carnal, de lo trivial o del tópico mercantilista.

Hermosa parábola sobre la vocación de ayuda, sobre cómo un acto desinteresado da sentido a toda una vida, sobre la dificultad de aceptar la muerte y la separación. Obra radiante en su sencillez de orfebre, no es para paladares prejuiciosos, pero adentrarse en sus encantadores pliegues nos acerca a la grandeza de la naturaleza, con su fugacidad, dolor e imperfecciones.

No soy de poner un 10 a la ligera, para nada. Una película me ha de llegar de tal manera... Para que yo le ponga un 10, cosa que solo ha conseguido una película (también llena de gestos, no lo puedo evitar me enamoran) en lo que va de votaciones, y que me enamoró a temprana edad. La mayoría de mis votaciones se queda en un 9 como mucho. Esta película iba a ser un 9, pero un 9 no la haría destacar del montón de nueves que ya he puesto, ni le haría justicia.

Al comienzo pensé: "A ver qué es lo que me voy a encontrar", no leí críticas ni opiniones, y me alegro, ya que ello ha hecho que me haya podido hacer mi propia opinión sin influencias externas.

No quiero desvelar ni una pizca de argumento, simplemente me dedicaré a dar unos consejos básicos y la frase que viene a continuación...
¡Tienes que verla! No lo has de hacer ni porque yo te lo diga en esta crítica/opinión, ni por nadie, ha de ser un momento y decisión propia. Tienes que verla e intentar comprender, y para comprender debes meterte en la piel de los personajes (topicazo lo sé). No vale tener un día de esos que solemos tener en el que nada te place, no vale tampoco tener un día en que nuestra ironía aflore en abundancia. Ha de ser un día en que estemos cansados pero centrados. Un día en que estemos dispuestos a aprender algo nuevo. Para mí esta película ha sido de aprendizaje, y por qué no decirlo, pero sin que suene a comentario barato de la filosofía budista... Un descubrimiento a nivel personal.

Recomendaría valorar esta crítica al finalizar la película, no antes. Un saludo.