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Goodbye for Tomorrow (1995)

Escena (JAPONÉS)
Sinopsis
Un grupo de personas recibe mensajes misteriosos de seres queridos que fueron asesinados tres meses antes en un naufragio. Se les pide que vayan a una pequeña isla en el Mar Interior esa misma medianoche.
Género
Drama Fantástico Sobrenatural
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Ashita
Duración
141 min.
Guion
Fotografía
Compañías
10
Nuestra última noche en el puerto de Onomichi
Qué díficil es decir "Adiós" a un ser querido, y más aún si es para siempre. Aquí, bajo las estrellas de la playa de Yobuko, en la ciudad portuaria de Onomichi, muchos deberán despedirse...
El dolor y la pérdida es inevitable, pero también es importante pensar en el mañana, porque lo mejor para honrar a aquellos que se fueron es recordarles viviendo donde ellos no podrán.

La simbiosis entre Nobuhiko Obayashi y su ciudad natal es algo muy especial, y cuando coinciden en pantalla se plasma en forma de indescriptible emoción. Ésta recorre y alimenta la denominada Trilogía de Onomichi, tan importante para su filmografía; a mitad de los '90 realizaría otra serie de obras para rendir homenaje a ese lugar tan querido, y "Ashita" es quizás la mejor, nueva adaptación de un libro, del versátil Jiro Akagawa: "Gozen 0-ji no Wasure-mono", por deseo de su propia esposa, Kyoko, que ejerce de productora. Es difícil ubicarse debido a las grandes elipsis de los dos tiempos presentados en unos pocos minutos antes de empezar la historia como tal.
Flota ese halo de perpetua nostalgia cada vez que nos asomamos a esta Onomichi glorificada por el cineasta, si bien el peso de la melancolía distingue a la gran cantidad de protagonistas que uno tras otro van apareciendo; la manera en que se nos acerca a sus vidas es natural y directa, y ayudan mucho las brillantes actuaciones en un plantel donde nadie destaca por encima de otro. Lo que además les une es que han sido convocados en el puerto a las 12 de la noche...y que los remitentes de dichos mensajes fallecieron hace meses en el naufragio de un ferry...

Su condición y caracteres tan diferentes garantiza una fascinante riqueza humana: aquí un viejo yakuza (Kanazawa), una dama de sociedad (Mitsuko) y un amargado constructor (Yoji), allá una profesora de instituto (Sayuri) y dos estudiantes (Megumi y Sayuri); dos hermanos también yakuzas (Tsuyoshi y Satoshi Sasayama) y un par de amigas que disfrutan de sus vacaciones (Rumi y Noriko) coincidirán con los demás porque así lo ha querido el destino (al arco de Noriko se le presta mayor atención pues Mitsugu, el chico del que siempre estuvo enamorada y que hace años que no ve, trabaja ahora para Kanazawa).
La trama se divide en dos partes, y la 1.ª se dedica a juntar a todos esos individuos bajo el techo de la caseta del muelle, por tanto la acción avanza gracias a sus interacciones, diálogos y emociones, además de a los vistazos que echamos a sus respectivos pasados sin tener que recurrir, y esto es muy inteligente, al tan manido uso del "flashback". La atmósfera en ese reducido lugar, lejos del contrapunto violento que dan las luchas entre los hombres de Kanazawa y los hermanos Sasayama, es confortable y cálida...y de repente, en el ecuador del metraje, sucede algo tan inesperado como que, al llegar las 12, el mismo barco que se hundió emerge de las profundidades con todos sus pasajeros.

La única diferencia con la novela es que Akagawa imaginaba toda esta situación en una parada de autobús; Obayashi prefiere el ensoñador escenario de las playas de Onomichi (si bien la de la película fue recreada artificialmente), y tal vez pensemos que este increíble momento, catarsis del impulso lacrimógeno, debiera suceder al final...pero nada más lejos. Porque tras suceder el mágico encuentro entre el mundo real y el mundo de los espíritus y que los que quedaron llorando desconsolados hayan podido abrazar a los que se fueron...¿ahora qué?, ¿qué sucede después? Y el director nos sacude con este desgarrador dilema.
La tristeza por la pérdida y el amargo recuerdo los compensa el deseado reencuentro y los sueños realizados, pero esta situación, tratada con la mayor naturalidad, y esa es la mejor baza de "Ashita", no puede durar. Lo que se desarrolla a partir de aquí son las dudas, el miedo y la incertidumbre a volver a experimentar ese adiós, el desconsuelo, además de la consumación de aquellas promesas de amor en su día incumplidas (la historia personal de Noriko y Mitsugu); el drama de Megumi y Jun es el mejor ejemplo de lo fácil que es desear reencontrarse con las personas que perdimos pero lo difícil que sería prometer una unión eterna con ellos.

En este sentido, "Ashita" se relaciona estrechamente con otros títulos del director, como "Ijin-tachi to no Natsu", donde la unión entre vivos y muertos es un imposible ya que unos no pueden interferir en la realidad de los otros; varias veces se pondrá de relieve que lo más importante es aprovechar la vida, continuar día tras día con valor y que sólo en el recuerdo y en los sueños sea donde debamos honrar a nuestros difuntos. Esta poderosa atmósfera de tristeza y nostalgia atraviesa toda la historia, pero en especial durante la 2.ª parte, hasta impregnarse en cada milímetro del encuadre y elevarla a las alturas más sentimentalmente poéticas del melodrama.
Aquí no hay otras intrigas salvo las luchas yakuza (débilmente apoyadas por algún sentido lógico), el resto se basa en simples y emotivos encuentros, sentimientos a flor de piel, confesiones íntimas y profundos dilemas de connotaciones universales. El reparto, con algunas de las caras más conocidas del cine japonés contemporáneo (Kaori Takahashi, Toru Minegishi, Yoriko Doguchi, Mai Hosho, Ittoku Kishibe, Hitoshi Ueki...), es la fuerza que impulsa todo el film, además de la sensibilidad visual que brindan Obayashi y su director de fotografía Noritaka Sakamoto y la conmovedora banda sonora de Taro Iwashiro.

Tomoyo Harada, cuya aparición fue improvisada casi en su totalidad, pone la guinda a esta bella experiencia cinematográfica, que hay que vivir al menos una vez, interpretando la canción principal.
Es difícil no sentirse abrumado por la catarata de emociones que se desbordan en "Ashita" delicadamente durante sus casi dos horas y media. Obayashi nos hace soñar y retorcernos de dolor con la misma intensidad...logrando una de sus obras maestras definitivas.
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