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El castillo del odio (1942)

Sinopsis
La película está basada en la novela homónima de A. J. Cronin. Es el año 1880. En las afueras del pequeño pueblo ficticio de Levenford, Escocia, se levanta una extraña construcción, mitad chalet, mitad castillo, rodeada de gruesas paredes de piedra. La gente del pueblo le ha puesto un sobrenombre a esta fortaleza, “Hatter’s Castle” (El castillo del sombrerero) por James Brodie (Robert Newton) el hombre que la construyó. James Brodie tiene un negocio de sombreros; es despiadado, arrogante, egoísta y cruel, y mantiene a su familia bajo el miedo y la sumisión. Su esposa (Beatrice Varley), que hace mucho tiempo que está enferma, y su hija Nancy (Deborah Kerr) se sienten intimidadas por él. Su hijo Angus (Anthony Bateman) de 15 años, el único a quien él quiere, sufre su amor tanto como los demás sufren su severidad. Brodie pasa sus noches con Nancy (Enid Stamp-Taylor), la camarera de la taberna Winton Arms. Cuando el ex amante de Nancy, Dennis (Emlyn Williams), reaparece, ella persuade a Brodie de que despida a su fiel asistente Perry y le dé el trabajo a Dennis. Dennis, de quien Brodie cree que es el hermano adoptivo de Nancy, le roba secretamente y luego ayuda a una compañía de sombreros rival a adquirir la tienda de al lado. Mientras tanto, Dennis también conspira para casarse con Mary para obtener su rica dote. El Dr. Renwick (James Mason), quien es llamado para asistir a la debilitada Sra. Brodie, se enamora sinceramente de Mary. Brodie le prohíbe volver a su casa. Nancy, que ha caído en las manipulaciones de Dennis, rechaza tristemente la proposición de matrimonio del joven doctor. Una tragedia tras otra se suceden, resultado directo de los delirios de grandeza, egoísmo y crueldad de Brodie. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Siglo XIX
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
Hatter’s Castle
Duración
102 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Adaptaciones de A.J. Cronin
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7
Los fantasmas del sombrerero
Con todos los excesos de que es capaz el melodrama y con cierta tradición de fábula, “El castillo del odio” nos cuenta la semblanza no necesariamente realista , pero tampoco alejada de la realidad, de la perversidad de las convenciones -ambientadas en la época victoriana- de que es capaz la condición humana encarnada en una serie de prototipos: el déspota, la sumisa, la inocente, el arribista, la intrigante, el oportunista…todos ellos pivotando en torno a un tirano -una especie de remedo aventajado del Félix Grandet de Balzac-, cuyo delirio de grandeza coincide con su miserabilidad, condición que ejerce en los ámbitos familiar, empresarial, social y vecinal como una estrategia catártica con la que superar su origen menesteroso y medrar entre una burguesía a la que detesta tanto como por la que tanto es despreciado.

Este juego de maldad, como argumento, sirve a Lance Comfort para componer una galería de personajes de caracteres extremos en su polaridad en la medida en cada uno de ellos es capaz de expresar los polos opuestos de su dimensión psicológica: el déspota inseguro, el halagador vengativo, la inocente imprudente, el emprendedor ruinoso, la servil manipuladora, caracteres que en su juego de vanidades, que por momentos parece resultar airoso, abona el porvenir de sus ruinas hasta extremos siniestros.

Esta componenda está lograda en ambientes perfectamente escenificados donde los escenarios y la iluminación personifican, como otro personaje más, el espíritu asfixiante y asfixiado de los actuantes; un mérito plasmado gracias a la fotografía de Mutz Greenbaum, proveniente del expresionismo y responsable de las maravillosas “So evil my love (1948) o “Night and the City” (1950).

Lance Comfort narra con sobriedad y acierto una historia no siempre manejable por el riesgo de caricatura que conlleva el aire fabulesco y de moraleja con moralina al que aludimos al principio y en el que el propio autor incurrirá en alguna de sus obras, p.ej. “Brumas de tentación” (1947). Aquí, por el contrario, el dramatismo y la caracterización de los personajes acentúan la tensión de la trama con un ritmo, además, constante que no decae desde el principio al desenlace. Toda una lección.

En el capítulo interpretativo puede hablarse de armonía coral, si bien destacan el imponente Robert Newton, admirable por odioso en su exacta recreación de lo execrable, y como su contrapunto, Beatrice Varley en el perfecto papel de la abnegación sumisa.

De lo mejor del british de los cuarenta, aunando melodrama, algo de “noir”, costumbrismo y estudio psicológico de personajes y de época. A propósito, el accidente ferroviario del puente del río Tay ocurrió realmente (1879).
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