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Rifkin's Festival: Un romance equivocado, en el lugar adecuado (2020)

Rifkin's Festival: Un romance equivocado, en el lugar adecuado
92 min.
5.5
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Sinopsis
Un matrimonio estadounidense acude al Festival de cine de San Sebastián por trabajo de ella. El marido, Mort, sospecha que su mujer está teniendo un affaire con un joven y aclamado director de cine francés. Pero su preocupación disminuye cuando se encapricha de una atractiva médico española que le trata en una consulta. (FILMAFFINITY)
Género
Comedia Romance Drama Cine dentro del cine Comedia romántica
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Rifkin's Festival
Duración
92 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción España-Estados Unidos-Italia;
Links
Premios
2020: Festival de San Sebastián: Sección oficial (fuera de concurso)
2020: Premios Feroz: Mejor cartel
7
El Woody más veraniego y festivo
Ya es un lugar común comentar que Woody Allen ha perdido ingenio, no tiene ideas para nuevas historias y rueda por no quedarse en casa. Y es cierto que en los últimos años sus películas no están a la altura de su mejor cine y que probablemente —tras cuarenta y tantas cintas— ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Pero ya quisieran muchos lograr la empatía con el espectador con la agilidad, gracia y fascinación del cineasta de Brooklyn; y seguir haciéndolo a sus 85 años. Rifkin’s Festival no va a convencer a los desafectos, pero tampoco defrauda a los espectadores que apreciamos el sentido de la vida que Allen reitera, con su peculiar humor, en cada título.
Se trata de una de sus películas más cinéfilas, tanto por el protagonista profesor de cine y por las citas de autores y filmes de culto como por el marco espaciotemporal en que transcurre toda la historia, que no es otro que una edición del Festival de San Sebastián. Las películas y, sobre todo, los rincones y paisajes de la ciudad permiten a los personajes unos días de ensueño; el propio cineasta explica su pretensión: «Quiero presentar al mundo mi visión de San Sebastián que, para mí, es la visión del Paraíso». La belleza de la ciudad, la aventura amorosa y la memoria de buenas películas logran esa visión.
Sin embargo, no se trata de una cinefilia compulsiva y acrítica, pues en la presentación de las conversaciones y en la rueda de prensa se muestran la superficialidad y el postureo que dominan ese mundo de los festivales. El protagonista Mort Rifkin —alter ego de Woody— tiene como enemigo a un director pedante y como amiga a una médica; y su amor al cine es indisociable de su propia vida, de manera que sus sueños / pesadillas adoptan las variaciones de secuencias de Orson Welles (Ciudadano Kane), Federico Fellini (Ocho y medio), François Truffaut (Jules et Jim), Luis Buñuel (El ángel exterminador), Jean-Luc Godard (Al final de la escapada) o Ingmar Bergman (Persona, El séptimo sello), que le permiten pensar en lo que de verdad importa, en el amor y la muerte, en el sentido de la vida. Estas citas-homenajes no están sobrepuestas al relato con artificio, sino que se engarzan de forma muy natural, como breves y enjundiosos apuntes.
Como no podía ser de otro modo, a estas graves cuestiones se suman las obsesiones y constantes de todo el cine de Woody Allen, como el misterio o fascinación por las mujeres (presente en toda la historia y condensado en el personaje de Elena Anaya), la religión —ahora con más referencias al catolicismo— y el sexo, con menor intensidad. Todo el filme se presenta como la conversación de Rifkin con su psicoanalista, a quien cuenta su estancia en San Sebastián, la infidelidad de su esposa y la atracción que ha sentido por la médica española. Y esa conversación, como la propia película, termina con preguntas sin resolver. Por ello, Allen vuelve sobre estos temas con una insistencia enfermiza.
Esos mismos asuntos y su propia concepción del cine están presentes en la autobiografía A propósito de nada, cuya lectura complementa muy bien esta película. Probablemente porque ambos tienen cierto tono de recopilación de toda una vida y cierto talante otoñal, de mirada condescendiente y comprensiva ante cualquier conflicto o esas preguntas que siguen inquietando. La fotografía de Vittorio Storaro refuerza la belleza natural de las localizaciones —la película es “bonita” y a ratos está a un punto de la postal— y se vale de luces de atardeceres con tonos ocres y anaranjados para subrayar el clima cálido y crepuscular que tiene la historia y los personajes.

José Luis Sánchez Noriega
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48 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Nada nuevo bajo el sol de la Concha, pero disfrutable
"Rifkin's Festival" inauguró la pasada edición del Festival de San Sebastián, ciudad y festival en los que se desarrolla esta historia con la que Allen retoma ese cine con vocación turística que ha salpicado su filmografía en los últimos 15 años con algunos títulos memorables y otros no tanto. Ante todo, decir que "Rifkin's Festival" no ha venido para descubrirnos nada nuevo ni cambiar una sola coma en el discurso de su filmografía. Uno esperaría que tras el parón forzado de dos años, Allen podría haber pulido un guión más elaborado de lo que viene siendo habitual estos últimos tiempos, pero "Rifkin's" no es ni más ni menos buena que los últimos títulos de su catálogo.

Mort Rifkin, interpretado por el eterno secundario Wallace Shawn al que por fin vemos en un papel protagonista, es el alter ego de Allen en esta ocasión, con las neuras y crisis existenciales de rigor. Un profesor y proyecto de escritor, pese a su avanzada edad, que nunca ha terminado su primera novela por miedo al fracaso o a algo peor que el fracaso: descubrirse mediocre. Su mujer es la estupenda Gina Gershon, que aquí da vida a una publicista llegada al festival de San Sebastián para acompañar a su representado, un exitoso director francés pagado de sí mismo e interpretado con gracia por Louis Garrel. Las inseguridades de Rifkin salen a la luz conforme empieza a sospechar (ciertamente, tampoco hay que ser Sherlock) que su mujer tiene algo más que un interés profesional por el joven director francés. Llámalo destino, llámalo somatizaciones de sus inseguridades maritales o llámalo empacho de comida mexicana, el caso es que Rifkin acaba en la consulta de una doctora española (Elena Anaya) de la que queda inmediatamente prendado.

Ha salido a la luz estos días que durante el rodaje Allen le repetía constantemente a Elena Anaya que era la peor actriz sobre la faz de la Tierra. Desconozco si lo decía en serio o en broma, pero lo cierto es que la interpretación de Anaya es estupenda, de lo mejor de la película. Consigue dotar de calidez y vulnerabilidad a su personaje y hace creíble una extraña relación de amistad (amor platónico en el caso de Rifkin) entre dos inesperadas almas gemelas. Una trama escrita con buen gusto y sutileza, salvo por la breve aparición del personaje de Sergi López en el papel del marido de la doctora, histriónico y fuera de tono como si se hubiera escapado de otra película (concretamente de una llamada "Vicky Cristina Barcelona"). No sé si es culpa del intérprete o de Allen como director de actores y guionista. Probablemente de ambos, pero la escena es tan incómoda y desastrosa que dan ganas de taparse la cara con un cojín. Pero claro, esto es una sala de cine, aquí no hay cojines. Deberían repartirlos a la entrada.

Hay dos elementos que elevan "Rifkin's Festival". Uno se llama San Sebastián. La ciudad sale absolutamente espectacular, bellísima. Ciertamente lo difícil sería lo contrario. Vittorio Storaro obtiene algunas imágenes arrebatadoras de la ciudad vasca, aunque en otros momentos se le va la mano con una fotografía poco natural que distrae y desconcentra. Tengo sentimientos encontrados respecto a su trabajo con Woody Allen. Me fascina la fotografía tan artificiosa que utilizó en "Wonder Wheel", con una paleta de colores extremos que acentuaban el carácter teatral de la que para mí es la mejor película de Allen de los últimos años, pero también detesté cada segundo de "Café Society", con ese extraño colorido que parecía que habían rebozado la cinta en colorante para paella. Desde luego, y sin ánimo de menospreciar el trabajo de alguien con la trayectoria de Storaro, opino que nadie ha sabido dotar de una personalidad tan única a las películas de Allen como lo hizo Sven Nykvist.

El segundo punto que eleva "Rifkin's Festival" es su vocación de carta de amor al cine. Se trata de una película que se desarrolla en el contexto de un festival de cine y aprovecha para homenajear a los grandes autores clásicos europeos (Bergman a la cabeza con tres homenajes, pero también Fellini, Truffaut, Godard, Buñuel... e incluso salta el charco para recrear el clásico más reconocible de Orson Welles), y lo hace de forma explícita por medio de las ensoñaciones del protagonista, algunas más inspiradas que otras, que le otorgan un algo único a la película que la diferencia de las cuarenta veces anteriores que Allen ha tratado los mismos temas que aquí.

No es la primera vez que Woody Allen homenajea a sus maestros europeos: "8 y 1/2" impregnaba el espíritu y esqueleto argumental de "Stardust Memories"; "Desmontando a Harry", con ese viaje físico y emocional por los recuerdos de un autor a punto de ser homenajeado en la universidad, se podía interpretar como una revisión muy sui generis de "Fresas salvajes"; incluso había pinceladas de "El séptimo sello" en ese cara a cara con la muerte de Boris Grushenko en sus últimas horas de vida... Pero es aquí en su película donostiarra donde los homenajes cobran vida y se adueñan de la pantalla. Lo mejor, la breve intervención de Christoph Waltz recreando de forma divertidísima uno de los personajes más icónicos de la historia del cine europeo.

driveincine.blogspot.com
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26 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
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