¡Muere, muere, querida mía! (1965)

Una de las mejores películas de la Hammer, donde no hay nada de sobrenatural en ella, solo el terror que puede generar el fanatismo y la psicosis en alguien.
Una mujer comprometida, va a ver a la madre de su ex novio, quién falleciera más o menos 1 año atrás, con dicha mujer se había estado carteando, y ésta le había insistido para que fuera a visitarla a Gran Bretaña, ella acepta, y de a poco se va dando cuenta que la mujer que parecía tan amable vía carta, en realidad es una persona desquiciada.
Muchos elementos de la misma hacen que ésta historia merezca ser tenida en cuenta, los diálogos son muy ingeniosos, la tensión que parece ser la fuerza que rige la vieja casa, tanto entre los que la habitan como dentro de si mismos, están en conflictos continuos, por lo que quieren hacer, y lo que se ven obligados por la dueña de la casa, con la qué solo están para ver lo que le sacan.
Ella, una mujer obsesionada con el recuerdo de su hijo, a quién le rinde culto, aunque solo sea a la imagen sesgada y caprichosa que se hizo del mismo, y para el que está dispuesta ha hacer cualquier tipo de sacrificio.
Tallulah Bankhead, está magnifica, desbordante, pero no por eso sobreactuada en lo más mínimo, aunque el personaje se prestaba para que lo hubiera sido, pero no, ella no permite que el mismo caiga en la caricatura, y es quién lleva la película.
El resto, acompañan muy bien, sobre todo la actriz que interpreta a la sirvienta.

La opresiva atmósfera familiar imaginada por A. Blaisdell en su novela, salta a la pantalla como un agobiante y enfermizo contexto que el guión de R. Matheson recoge de forma brillante.
La película resulta directa, inquietante, rotunda y genera en el espectador esa actitud de congoja que conviene al desarrollo de la acción.
Bajo los auspicios de una dirección rigurosa y certera -S. Narizzano-, los resortes de la intriga se convierten en un suspense intenso y en una constante incertidumbre cuyos presagios tiñen de inquietud al celuloide que queda marcado por la excelente interpretación de T. Bankhead y S. Powers.