Vidas secas (1963)

Interesante la película que el afamado director Nelson Pereira dos Santos nos trae. Desde los primeros compases, se nos adelantan las tres claves con que encabezo la crítica: contemplamos un desierto sin nadie; al poco descubrimos una familia que camina quién sabe desde cuándo, mientras, un largo, casi eterno chirrido, acompaña los títulos de crédito iniciales. Es el adelanto de lo que el espectador puede esperar. A partir de ahí, vemos como un hombre de nombre común Fabiano consigue hacerse un hueco en la finca de su señor; vemos cómo cae en las trampas del juego, por la sencilla razón de la monotonía y de un sueldo que no alcanza para su mujer, irónicamente Vitória, sus dos niños sin nombre y su perro Baleia (ballena).
No desglosaré el argumento que por ahí se puede encontrar, simplemente expondré a cualquier espectador no avisado un par de cosas: obviamente hablamos de una película fundacional (se la considera una de las pioneras del nuevo cine brasileño), pero es un obra lenta, larga, que funde vanguardia, simbolismo y crítica social. En la primera media hora no hay apenas palabras, es la fotografía de un desierto blanco, quemante el que dice todo.
Basado en el tremendo libro de Gracialiano Ramos, el argumento desarrolla un clima sostenido y circular. Se trata, pues, de una de esas películas que no se pueden ver con prisas, sino que -casi- imponen verlas a pedazos. De otro modo se corre el riesgo de quedarse dormido (el que avisa no es traidor). Porque apenas parece pasar nada, aunque esa nada se cuente tan maravillosamente.
Nelson Pereira dos Santos nos regala escenas fabulosas de cine: la camino a la finca, la estadía de Fabiano en prisión; el parlamento del niño con el perro en brazos (con solo dos frases); el final de Baleia, el final cíclico (¿o no?).
Hermosa, profunda, desesperanzada y crítica película a la que recomiendo venir preparado con paciencia y disfrutando de un buen hacer cine.
Nota: Compárese este amargo film con The Road. Aquí todo lo que se nos muestra no es hollywoodiense. Es simplemente lacerante y real. Como la vida.
Aún es así.

Podrá parecer poca cosa la película de Nelson Pereira dos Santos a los ojos de la mayoría de espectadores del siglo actual, acostumbrados a otro tipo de cine y a años luz de la cultura y el momento en el que "Vidas secas" vio la luz. Cualquier modo de amor al cine es digno, y lo que planteó aquí Nelson Pereira dos Santos no es otra cosa que el camino más duro posible para observar la vida de una familia que lo tiene muy difícil para subsistir. Se puede ser desgraciado, se puede pasar hambre, se puede ser un miserable y malvivir en las peores condiciones posibles. Y se puede ser protagonista de "Vidas secas".

A la madre no le veremos ni un solo gesto afectuoso con sus hijos. Para qué. Al padre ni siquiera ante la mejor opción servida en bandeja de plata le veremos desviarse de su condición. Parecen libres de escoger su camino, pero realmente son esclavos, forman parte de lo más bajo de la clase social y sencillamente son una familia de desgraciados con todas las letras.

Las imágenes más tristes, aquí. ¿Por qué una película así entonces?; un niño se pregunta qué es el infierno, su madre le da un capón en la cabeza y no les queda otra que reiniciar su camino y seguir con su condena. Recogen lo poco que tienen y se van en busca de otro rincón, que será el mismo, donde seguir su existencia triste. Están condenados. Ni personas son, ni cuero para una cama tienen.

¿Por qué una película así entonces?; ¿no hicieron algo parecido los italianos?; ¿vale la pena recrearse en las desgracias de los demás?; el amor al cine, sea con la finalidad que sea. Será eso.