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Anatomía de un asesinato (1959)

Anatomía de un asesinato
160 min.
8.0
19,637
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Sinopsis
Frederick Manion (Ben Gazzara), un teniente del ejército, asesina fríamente al presunto violador de su mujer (Lee Remick). Ella contrata como abogado defensor a Paul Biegler (James Stewart), un honrado hombre de leyes. Durante el juicio se reflejarán todo tipo de emociones y pasiones, desde los celos a la rabia. Uno de los dramas judiciales más famosos de la historia del cine. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Drama judicial / Abogados/as
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Anatomy of a Murder
Duración
160 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1959: 7 nominaciones a los Oscar, incluyendo mejor película y actor principal (Stewart)
1959: Globos de oro: 4 nominaciones, incluyendo mejor película - Drama
1959: Premios BAFTA: 3 nominaciones, incluyendo mejor película
1959: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a mejor director
1959: Sindicato de Guionistas (WGA): Nominada a mejor guión drama
9
Jurisprudencia y jazz
Rotundo drama judicial, una de esas películas firmes y secas, de apabullante precisión y longevidad. Un guión milimétrico (drama, intriga judicial magníficamente resuelta e incluso comedia). Un guión profesional; inteligente, profesional y adictivo como de los que ya no quedan. Y una realización compacta, clásica, narrativamente impecable. Unas interpretaciones colosales, un personaje principal carismático y unas secundarios de lujo (ahí están los nombres). James Stewart relajado, bondadoso, eternamente sereno. Mención especial para la Remick y para Arthur O’Connell también. Colosales, ya digo. Joder, y C. Scott... es que todos se salen... Y no quería mencionarlos, todos sabemos los que son, pero no me resisto: Stewart, Remick, O´Connell, Scott, Gazzara... Y es que hay rostros, hay actores, que casi con su sola presencia ya salvan una película.

Y luego que por ahí anda Duke haciendo de las suyas para que el contador mitómano se nos dispare definitivamente.

Cine clásico. Cine. Con una fotografía en blanco y negro en la línea de «El buscavidas», en la línea de ese B/N de los sesenta que sigue siendo el que más me gusta, con un contraste tan acusado como las implícitas referencias sexuales, los dobles sentidos y las torvas miradas enredándose con esa atmósfera de jazz, humo y vapor de alcohol. Violencia contenida, sexo contenido, pasiones humanas contenidas. Y James Stewart en medio con su calma chicha habitual, capeando el temporal. Un puzzle de engaños, dobles sentidos y miradas. Un puzzle delicioso para pasar dos horas completamente perdido en el proceloso mundo del Common Law. ¡Qué maravillosa escena esa en la que buscan jurisprudencia entre libros, estanterías y polvo!

Una de esas películas de siempre y para siempre. ¡Qué ganas te entran de pescar, fumar, emborracharte y ejercer la abogacía viendo esta peli, coño!
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178 de 199 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
La delgada línea que separa la verdad de la mentira
El gran Duke Ellington, además de conseguir un pequeño cameo en esta película inteligentemente dirigida por Otto Preminger, supo dar la ambientación musical apropiada a la historia con la composición de jazz que terminó llevándose ese año el premio Grammy. La música acompaña a ritmos improvisados un transcurrir de los personajes que igualmente se nos antoja improvisado sin llegar en ningún momento a desvelarnos si el acusado (Ben Gazzara) y su seductora esposa (Lee Remick) nos engañan o son sinceros. Es precisamente esta ambigüedad lo que dota a la película de uno de sus mejores encantos dejando al final algo en qué pensar.

Otro punto fuerte es la magnífica interpretación de James Stewart en su papel de abogado descarado, algo irrespetuoso en la sala del tribunal, pero siempre seguro de sí mismo. Las más de dos horas y media de película, tras una larga y cuidada introducción de los personajes principales, nos envuelven en la creciente tensión del proceso judicial, con testigos, interrogatorios y feroz duelo dialéctico entre la defensa, la acusación y el juez, salpicado todo ello con medidas y acertadas dosis de humor.

Por poner una sola pega, tal vez el parlamento casi al final del abogado borrachín y amigo del protagonista acerca de las bondades e importancia de los miembros de un jurado resulta algo pomposo, un poco forzado, y no consigue su aparente propósito sobre el espectador. Nada que ver con por ejemplo esa misma intención muy bien conseguida en la magistral “Doce hombres sin piedad” de Sidney Lumet sin necesidad de un discurso explícito al respecto. Pero, en definitiva, la virtud del contenido de la película está en su trama, en los entresijos judiciales, en el tratamiento de personajes y en las dudas planteadas sobre la eficacia judicial frente a la dualidad de la verdad y la mentira, más que en ninguna otra cosa.

En la época del estreno ese pequeño discurso de más sí debió antojarse interesante mientras que lo que parece que provocó la polémica fue el empleo de palabras como “bragas”, “esperma”, “penetración”, “puta”, “anticonceptivo” o “violación”. Incluso el padre de Stewart recomendó en su periódico local no ver aquella “sucia película” que había protagonizado su hijo. Cosa que no haré yo, muy por el contrario, recomendando sin dudas este clásico que no hay que perderse.
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131 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
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