Chicago Cab (1998)

Un taxista de Chicago (Paul Dillon) haciendo una nada apetecible jornada de 14 horas en un frío día de invierno en plena Navidad. Esa es toda la trama que encontraremos en esta película pero es más de lo que realmente podríamos esperar, pues se hace la mar de entretenida.

Podemos conocer los entresijos del trabajo de taxista, reírnos de sus estresadas situaciones y ver cómo el conductor suelta maldiciones, mientras alucinamos con las historias no demasiado graciosas ni tampoco aburridas de sus viajeros.

La ambientación es excelente y contagia el frío que transmite, más si la visionamos durante alguna congelada tarde de diciembre.

Es, ni más ni menos, que un gran entretenimiento, una original película (adaptación de una obra de teatro) que sin ser grandiosa, gusta.

La idea de retratar, con puntillismo impresionista, la faz de la sociedad a través del prisma de un taxista/psicoanalista no es nueva, ahí está el bueno de Travis Bickle fabricándose el traje de neonazi con el que pretendía limpiar de escoria las calles de Nueva York. El protagonista de Chicago Cab (convincente Paul Dillon) está hecho de otra pasta: igual de quemado que Travis, sobrelleva con estoicismo y toneladas de paciencia la presencia de una fauna urbana (esta vez la de Chicago, aunque tanto da) mientras se cuestiona la posición que ocupa él dentro de esa misma sociedad.

Basada en la obra teatral del ex-taxista Will Kern, la película de Cybulski y Tintori transmuta el taxi en confesionario con la intención de elaborar un estudio fragmentado, caleidoscópico, del sentir popular de una gran ciudad, a través de testimonios fugaces que hablan de racismo, violencia, drogas, familia, amor, trabajo... Desafortunadamente, el guión de Kern parece confomarse con la anécdota y el esbozo excéntrico en lugar de adentrarse en todos aquellos temas que no parece querer abordar en profundidad, reduciendo el impacto dramático de la película y convirtiéndola en una entretenida, mas algo irrelevante, amalgama de voces y rostros.

A ratos divertida, a ratos triste, logra en su desenlace desvelar la humanidad que recorría su cadena de histéricos personajes, pero sabe a poco. Aun salvando el handicap del estatismo en la puesta en escena tan inherente a toda película nacida de un texto teatral, el resultado final adolece de un mayor espesor dramático, de intensidad. O sea, que Chicago Cab entra tan ligera como se va...

Lo mejor: algunos repentinos fogonazos de emoción y verdad.
Lo peor: es algo insípida.