Lake Tahoe (2008)

Un chico se da un golpe con su coche. Se acerca andando al pueblo cercano para encontrar un taller. Solo encuentra el destartalado taller de un viejo, también destartalado, y su perra. Se acerca a una tienda a comprar el recambio que necesita, y allí conoce a su peculiar dependienta. Mas tarde llega otro chico, fanático de Bruce Lee, que le ayuda a reparar el coche, además de invitarle a desayunar. Además una reciente tragedia familiar se intuye en el fondo de toda esta situación.
Pensar que con esto que he contado se pueda hacer una película curiosa, y hasta graciosa (sin serlo) sería un disparate. Y en cambio Lake Tahoe es curiosa y bastante graciosa. Pero poco más. Es curiosa porque el director Fernando Eimbcke decide rodar la película con planos fijos. No hay movimientos de cámara. El coloca su cámara y los que se mueven son los actores. Puede parecer una opción incómoda para el espectador, pero quizás de ahí provenga parte del moderado interés que pueda tener la película. Y es graciosa, aunque no sabría explicar por qué. Quizás las situaciones de tan comunes y simples acaban resultando simpáticas, aunque en ningún momento lo pretendan.
El problema es que la película no pasa de ahí. Hay un trasfondo dramático en toda la historia (mejor llamarla anécdota) que no lo consigo encajar dentro de ella. No veo en que medida el encuentro del protagonista con estos tres peculiares personajes le ayuda a superar su triste situación personal. No consigo dar un sentido a la película más allá de la curiosidad o la moderada simpatía que provoca.

Arriesgaré a decir que así como Cleo de 5 a 7 contaba la historia de una mujer enfrentándose a despedirse de su propia vida, contándonos su "cotidianidad" de dos horas, ésta maravillosa cinta mejicana nos muestra el deambular de Juan, a pocos días de despedirse de su padre, enfrentándose a ser cabeza de familia, ante la madre que no reacciona adecuadamente y un hermano menor aún muy pequeño. Me recuerda muchas historias similares -reales e imaginarias- de jóvenes asumiendo un papel que sienten les queda grande. Juan huye, en su huída conoce a Heber, mecánico desgastado por los años y la enfermedad, con una única compañía a la que renuncia, por amor, a Lucía, enfrentada como él a vivir antes de tiempo responsabilidades mayores, y que por azar termina dándole consuelo. A David, que se compromete a ayudarle, le muestra su mundo y termina siendo una agradable compañía. Personajes que a través de su vivencia personal, sus decisiones, le llevan a tomar un camino diferente al que había pensado.