El lobo solitario y su cachorro: Niño y maestría en alquiler (1972)

Filme de aventuras casi para toda la familia. Está inspirada en un manga archiconocido, del cual se creó una serie de siete películas.

La versión de 83 minutos que aquí nos ha llegado resulta ser demasiado rápida, por lo que me hace pensar que se trata de una versión mutilada en montaje, ya que la acción se desarrolla a toda pastilla (y ya sabemos que nuestros amigos japoneses tienen un concepto del ritmo mucho más pausado).

La historia es original para la época en la que se realizó: un aclamado samurai debe proteger a toda costa a su retoño de meses de toda serie de peligros que le envía el malvado shogun de turno. Para ello utilizará su maestría con la katana, así como curiosos gadgets escondidos incluso en el carrito de su bebé.

Llama la atención el vestuario de los 3 asesinos que aparecen casi al final, idénticos a los de "Golpe en la pequeña China" de John Carpenter. Otra coincidencia la mencionaré en el spoiler para no fastidiar a nadie el resto de la trama.

Tengo la duda si "Niño y maestría en alquiler" es la primera de siete películas o se trata de un resumen para el mercado occidental. Aún así, disfrutable para amantes del género samurai, más para un público "Lady Snowblood" que para uno "Yojimbo", para que nos entendamos.

Las vueltas que da la vida, hasta en el Japón feudal, hace que un día te estés codeando con los altos mandos del gobierno y de repente al día siguiente estés vagando por los caminos de tierra perseguido por quienes antes te protegían. Ante un planteamiento sencillo la película que aquí nos interesa opta por dos maneras de extraer lo máximo, primero a través del flashback, un recurso muy útil que consigue que la monotonía no nos abrase del todo los ojos durante las pausas en las que no hay luchas. La historia podrá ser más o menos exigente a nivel argumental, pero es lo que hay. La segunda manera de hacer que una película así funcione, no queda otra, es la de explotar esas luchas otorgando cada vez más intensidad a esos momentos de acción.

A mí me han vendido bien la moto, y no me importa, hay pocas cosas tan románticas en el Japón feudal que perderlo todo y convertirte en un ronin. Llegados a este punto nuestro protagonista, que dicho sea de paso es un bruto, tiene delante a su hijo y le plantea como las dos pastillitas del Matrix una decisión que ha de cambiar para siempre su vida: espada o pelota. No se sabe qué motivaciones cognitivas navegaron por el cerebro de ese niño pero por suerte para él escogió la katana, de ahí que siga el viaje de su padre y no se vaya al más allá a reunirse con las almas de su madre y demás familiares.

Pues sí, un bruto, porque ya viene de hacer el trabajo sucio del jefe, aquí llamado shogun, consistente en acabar con el padecimiento de aquellos que se ven obligados por el honor y por las normas no escritas a rajarse el vientre, para eso está el y su afilada katana, que lo mismo corta un cuello de un fornido samurái como el de un niño igualmente condenado. Me da a mí que eso de cortar cabezas no puede ser sano para nadie.

Lo que nos interesa a los que llegamos aquí sin buscar profundos argumentos es que la acción funcione, que el color que venden sea guapo y ahora diré lo más importante: funciona una barbaridad, es buena, y en mi opinión lo es tanto que no descarto ir más allá y pelearme como sea por conseguir la segunda parte y continuar con las aventuras de este buen personaje.