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El último traje (2017)

El último traje
86 min.
6.4
866
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Trailer (ESPAÑOL)
Sinopsis
Narra el viaje de Abraham (Miguel Ángel Solá), un sastre judío de 88 años que decide embarcarse en la aventura de encontrar a un viejo amigo que le salvó hace más de siete décadas de una muerte segura durante el holocausto, hacia el final de la ocupación Nazi. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Holocausto Vejez / Madurez
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Argentina Argentina
Título original:
El último traje
Duración
86 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Argentina-España;
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Categorías 1
Premios
2018: Premios Sur: Nominada a mejor actor (Miguel angel Solá) y vestuario
6
Nunca es tarde si el reencuentro es bueno
Abraham Bursztein (Miguel Ángel Solá) es un anciano sastre judío que huye de su casa en Buenos Aires, donde su familia lo quiere encerrar en un geriátrico, hacia Polonia, para reencontrarse con un amigo que lo salvó de la muerte al final de la Segunda Guerra Mundial. Con todo en contra, Abraham intenta llegar hasta Polonia y cumplir al promesa que le hizo a su amigo hace setenta años.

El reconocido guionista e incipiente director argentino Pablo Solarz se atreve con una nueva película relacionada con la Segunda Guerra Mundial. En este caso la historia se desarrolla muy lejos del conflicto bélico pero su presencia es evidente ya que los terribles recuerdos de aquellos años son el motor que lleva a Abraham a regresar y cumplir la promesa que le hizo a su amigo polaco.

Tras una especie de prólogo en el que se pone de manifiesto lo terrible que es la vejez, cuando te das cuenta de que eres un lastre del que tu familia, por quienes lo diste todo, se quiere deshacer, la película se convierte en una especie de road movie bastante pintoresca, con un relleno absolutamente dramático cubierto de una capa de comedia ligera que hace el producto más digerible.

La película es amable y al espectador no le cuesta nada empatizar con el protagonista. La fuerza emocional de un reencuentro siempre funciona, y más cuando tiene el añadido del sufrimiento del holocausto. Si a eso le añadimos el componente de la vejez y el casi desprecio familiar que padece el protagonista de la película, es obvio que los espectadores se meten en la historia y desean casi tanto como Abraham que el viejo y terco judío argentino logre llegar donde quiere y encontrar a su amigo.

Ante la enorme dificultad de lograr el objetivo del anciano, Solarz le brinda tres apoyos en forma de mujer. Tres mujeres que le ayudarán a llevar a cabo su empresa. Tres mujeres que representan tres lugares distintos: España, a donde llega Abraham para hacer escala desde Buenos Aires (Ángela Molina); Alemania, donde debe parar para cambiar de tren y cuya tierra no quiere pisar (Julia Beerhold) y Polonia, donde nació y donde quiere volver para quedarse (Olga Boladz).

Estas tres mujeres cumplen una labor que no se termina de entender. Es algo que queda colgando en la trama, el papel que juegan las tres y la manera en que apoyan a Abraham sin motivo aparente. Aún el personaje de Ángela Molina queda levemente esbozado, pero en los otros dos casos el desarrollo es nulo. Y hay una cuarta mujer importante en la película, se trata de Claudia, la hija de Abraham, interpretado por Natalia Verbeke, que tiene una única escena que debería haber dado mucho más juego del que da.

En cualquier caso, las actrices (y el otro actor importante del film, el argentino Martín Piroyanski) lo tenían muy complicado. Y es que Miguel Ángel Solá se como la película él solito. Su destacadísima interpretación eclipsa por completo al resto del reparto, que podrían haber sido sustituído por simples figurantes y nadie habría notado la diferencia. Todo el peso interpretativo de la película recae sobre él, y lo solventa con eficacia y brillantez, a pesar del, a mi juicio, exceso de maquillaje que era un lastre con el que tenía que cargar.

La película es interesante, el tema atractivo y la actuación de Miguel Ángel Solá ya vale por sí misma el precio de la entrada, pero en mi opinión no está muy bien narrada. Los personajes son importantísimos en cualquier historia, y en este caso no están trabajados. No sabemos nada de Leo, el chico aficionado a la música al que conoce en el avión y con quien luego sigue en contacto en Madrid, no entendemos la frialdad con que la hija recibe a su padre tantos años después por una simple discusión, no entendemos el afán de las tres mujeres desconocidas por ayudar a Abraham, no entedemos… o mejor dicho, yo no lo entendí, igual es cosa mía.

Pero ver “El último traje” no es tiempo perdido. Es una película sencilla que, a pesar de los defectos, logra conmover. El personaje de Abraham está lejos de ser un venerable anciano, es más bien un viejo resentido lleno de defectos, pero por eso se hace más humano y entrañable. Y es de agradecer eso de tocar por enésima vez el tema del holocausto desde un punto de vista diferente del habitual.
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8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
4
Cuando el día del perdón es pecado
El último traje (El último traje). Argentina / España 2017. Dir. y guión: Pablo Stolarz. Con: Miguel Angel Solá, Angela Molina, Martin Piroyanski, Natalia Verbeke, Julia Beerhold.

“Todo el cine es político”. La frase la han pronunciado cineistas y diversos cientistas sociales. Ello no significa que todo film contenga un mensaje político. Significa que todo film, en tanto producto artístico y/o industrial, responde a la realidad política del medio que lo produce. Lo político no es cuanto aborde o deje de abordar su tema –incluso su formulación visual- sino cuanto, de un modo u otro, refleja la estructura socio-politica de la que proviene.
De los muchos genocidios que conociera la humanidad, quizás ninguno alcanzó la saña, perversidad y descomunales monstruosidades que las perpetradas por el nazismo germano. Si dolorosa y terrible fue la muerte de los perseguidos a causa su raza (concepto inexistente en la especie humana), el color de su piel (que la naturaleza adaptó de acuerdo a su hábitat), creencias religiosas u ideología, no menos terrible fue el drama de los sobrevivientes de “ghettos” y campos de concentración pergeñados por los eficientes ciudadanos del Tercer Reich.
Lo concreto es que se creó un cine de “judíos perseguidos”. Algo explicable, en primer lugar, por la legítima necesidad de perpetuar la memoria de la masacre; en segundo lugar, porque de todos los conglomerados humanos perseguidos por el Moloch hitleriano, los judíos fueron los más numerosos; y tercero, los judíos han ocupado y ocupan lugares clave en la industria cinematográfica mundial. En consecuencia, se impuso al cinéfilo la necesidad de una objetividad que permitiera separar el film creativo, inteligente, de una producción estereotipada, a la cual era “políticamente incorrecto” rechazar.
La búsqueda de lo diferente está en el inicio de “El último traje”. Historia de un judío afincado en la Argentina, nacido en Polonia, sobreviviente de un campo de exterminio. Hombre casi nonagenario, quien se ve arrojado de su propia casa vendida por sus hijas, las que desean internarlo en un geriátríco. Un tenue halo humorístico recorre este (¿auto?)retrato de una familia judía argentina. Incluso dejando entrever sombras en lo familiar y comercial del pasado porteño del anciano, acaso extensible a una modalidad en los negocios. Los judíos rioplatenses han sido ácidos caricaturistas de sí mismos en el cine de la vecina orilla; los personajes del uruguayo Daniel Hendler lo confirman.
Esa dislocación familiar y la desesperación del anciano, se volatilizan en cuanto el drama que encierran es desplazado por el ágil, divertido y escasamente creíble periplo iniciado por ese anciano cuya meta es entregar, en Varsovia, un traje a un amigo polaco, del que nada sabe desde que finalizara la guerra, hace más de setenta años. La composición que hace Solá del viejo judío es sobria, conmovedora, extrayendo con gestos y miradas sus esperanzas y la ausencia de estas. Es ese trabajo actoral el que logra hacer creíble, momentáneamente, su entorno repleto de seres bondadosos, dispuestos a ayudar a grados impensables al físicamente desagradable y desagradecido anciano que se atraviesa en su camino. El realizador guionista Stolarz –que sobria y patéticamente, con pocas escenas (precisos y bien ubicados “flashbacks”), recrea el demencial “ghetto” de Varsovia- parece querer decir que si hubo tanta gente mala hoy tenemos tanta gente buena. Una especie de péndulo compensatorio de las opciones humanas.
El film sabe acompasarse al pragmatismo imperante. Esa multitud de seres prestos a compadecerse y auxiliar al anciano, incluye bella y joven alemana (no judía pero estudiosa del tema), verdadero angel -Angela, mas bien-, quien será la encargada de asegurar al anciano que en la Alemania actual no hay nazis, y que su generación se avergüenza de lo ocurrido en la guerra (responsabilidad quizás de sus abuelos). Habilitándose un fraternal abrazo: símbolo de reconciliación entre las víctimas de ayer con los nietos de sus verdugos. Ese abrazo, hilando fino, refleja una realidad concretada en el mundo real. Hasta mediados de 2017 –y quizás después en forma secreta- el consorcio alemán Thyssen Krupp proveyó de submarinos atómicos al gobierno de Israel. Las familias Thyssen y Krupp apoyaron y financiaron al nazismo y continuaron próximas a los círculos del poder. Del mismo modo que el consorcio IG Farben, proveedor del Gas Zyklon, logró la continuidad de sus industrias independizándolas, funcionando hasta el día de hoy, con sus reconocidas marcas de fábrica.
El desbarranque del film es progresivo e irreversible desde varias perspectivas, arribando –dentro de lo posible para la temática- a un “happy end” digno del Hollywood más convencional.
Ocurre que “El último traje” es cine convencional. Una coproducción hispano argentina cuyo guión y reparto parecen haberse confeccionado a la medida para cumplir cuanto requieren los programas de apoyo económico al cine por parte de instituciones de ambos lados del Atlántico. También es, justo es decirlo, un film profesionalmente impecable, atrapante, con un guión cuyos brillos superficiales encandilan lo suficiente para no ver, en primera instancia, el dominio de lo epidérmico, que ha destrozado una temática que irrumpe al inicio y luego es banalizada.
El film se permite también un chiste de orden interno. En determinado momento, alguien alude a un personaje apellidado Besuievsky. De inmediato le responden que es bastante insoportable o cosa por el estilo. La uruguaya Mariela Besuievsky, hace largos años afincada en Madrid, es la productora de “El último traje”.
“Paren el mundo, que me quiero bajar”. (Mafalda)
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4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
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