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El viaje a ninguna parte (1986)

El viaje a ninguna parte
134 min.
7.7
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Premios
1986: 3 Premios Goya: Mejor película, dirección y guión
7
Caminantes, no hay camino
Bajo el punto de vista del recuerdo, y no precisamente de la nostalgia, se cuenta este deambular de una serie de gente que iba de pueblo en pueblo, de tasca en tasca, y de batacazo tras batacazo, a leer unos textos con el mayor cariño del mundo, y con un hambre matadora.

Es una auténtica oda dedicada a un oficio jodido: el de actor. Narra la búsqueda de apaciguar el hambre con lo único que saben hacer y lo que han hecho siempre, que es actuar, ya sea bien o mal. Porque aspirar a la gloria es un chiste de mal gusto. Son los últimos eslabones de una cadena que se acerca a su fin, a la definitiva derrota. Al que las películas, los nuevos tiempos, la indiferencia del público, o vete tú a saber qué, han tocado de muerte.

Es una película en la que reina el sentimiento, y un retrato de la amargura formidable, pero muy disperso e irregular, tanto, como la carrera de un actor. Las interpretaciones de Fernando Fernán-Gómez, José Sacristán, Juan Diego y Agustín González son descomunales, sobre todo la del primero. Qué decir de ese señor, ese gran actor, esa presencia delante y detrás de una cámara, ese talento para conversar, bueno, y seguramente para lo que le diese la gana. Esta película es una muestra de ese inmenso talento, sin ir más lejos una de las escenas más grandes del film es en la que le dan un papel de extra a Fernando, tan desternillante como amarga.

Pero lo que voy a recordar de esta película no es el monólogo de José Sacristán como ese actor invisible, no al individuo, sino al grupo. Esos cómicos recorriendo los pueblos, con tristeza, con esfuerzo, con penas, pero por amor al arte. Ojalá que este viaje tan grande lo sigan continuando los artistas, y que sigan llegando a esa parte desconocida de nosotros para que nos sigan haciendo disfrutar. Gran película.
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97 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Hijos de la farándula
La filmografía española es pródiga en películas que transcurren entre el golpe de estado de Franco y la posguerra española. La mayoría de ellas son mediocres o, todo lo más, llevaderas pero, aún así, también las hay buenas. Algunas, incluso, excelentes. “El viaje a ninguna parte” pertenece, sin lugar a dudas, a esta última especie.

La considero excelente porque no abundan en el panorama cinematográfico estatal demasiadas pelis tan bien dirigidas, tan bien narradas y tan bien interpretadas. Pero no sólo eso. El gran logro de Fernán-Gómez estriba, fundamentalmente, en haber sabido transferir el espíritu de su novela a la gran pantalla. Un sentido homenaje, literario y cinematográfico, a esa farándula mesetaria que, desgraciadamente, terminaría desapareciendo ante la implacable dictadura del fútbol y el cine. Me gustaría subrayar, por otro lado, la contundencia lírica y simbólica del título: “El viaje a ninguna parte”. Igual os parece una chorrada pero…¡Menudo título! Me encanta, en serio. Es poético, melancólico, desolador... No es nadie este Fernán-Gómez: actor, director, guionista, dramaturgo... Nuestro Orson Welles, dicen. Yo lo veo más bien como un humanista del cinquecento. Como un Leonardo da Vinci perpetuamente encabronado. Pero bueno, esa es una impresión subjetiva. Sin más.

Os recomiendo, en cualquier caso, que cuando decidáis ver la peli os dejéis seducir durante las dos horas y media que dura. Ciento cincuenta minutos de cine en mayúsculas durante los cuales podréis disfrutar de un viaje repleto de ternura y aflicción. Os resumo el plan de viaje:

Actuaremos en cafés de mala muerte, en locales deprimentes, en establos adecentados para la ocasión. Dormiremos en posadas sórdidas, cutres, inmundas... Comeremos poco y mal. Algún día, con suerte, podremos emborracharnos. Y echar un polvo, tal vez. Haremos y desharemos maletas; montaremos y desmontaremos decorados de cartón; cortaremos y recompondremos guiones demasiado largos y pretenciosos. Nos engañarán, engañaremos a algunos y nos engañaremos a nosotros mismos. Porque somos actores. Porque somos cómicos. Galanes o tunantes ¡qué más da! Reiremos y lloraremos. Pero, sobre todo, recorreremos muchos kilómetros. Cientos de kilómetros. Sin rumbo fijo, como trotamundos. En autobús, furgoneta, a pié... Y, aún así, seremos felices. Seremos felices porque a pesar de todos estos avatares, de todas estas penurias, miserias y adversidades estaremos haciendo lo que siempre quisimos hacer. Hasta la muerte.
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70 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
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