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La playa (2000)

La playa
118 min.
5.6
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Sinopsis
Impulsado por el deseo de vivir experiencias y emociones apasionantes, Richard (Leonardo DiCaprio), un joven mochilero, viaja a Thailandia. En Bangkok se aloja en un hotel de mala muerte, donde conoce a una pareja de franceses, Étienne (Guillaume Canet) y Françoise (Virginie Ledoyen), y a Daffy (Robert Carlyle), un viajero consumido por años de sol y drogas y que está de vuelta de todo. Daffy, un ser tortuoso y paranoico, le cuenta a Richard una historia fantástica sobre una isla paradisíaca que nunca ha sido profanada por los turistas. (FILMAFFINITY)
Género
Aventuras Intriga Drama Naturaleza
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
The Beach
Duración
118 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Reino Unido-Estados Unidos;
Links
Premios
2000: Festival de Berlín: Sección oficial de largometrajes
2000: Nominada a los Premios Razzie: Peor actor (DiCaprio)
7
Persiguiendo a Ibn Battuta
Danny Boyle acierta, con independencia de actores y desarrollo, en la adaptación de la novela de Alex Garland. Es veraz a lo que observé hace una década recorriendo las costas asiáticas desde Pekín hasta el canal de Suez. Y joder, qué quieren que les diga... con la mayoría de subnormales que aparecen en este film tuve que bregar día sí y día también. Y supongo que a raíz de ello, esta peli me ha gustado.

Durante el camino, me di cuenta de que siempre me topaba con dos tipos de viajeros. A la cabeza, a menudo andaban los más ruidosos, es decir, los del sex and drugs and sun and rock, y que arrasan por donde van sean ingleses, holandeses, alemanes o de Segovia. Los ves a la caza de menores en los antros y hoteles tailandeses que consiguen calzarse por cantidades ridículas. Escuchas sus eructos y sus gritos de mierda (sí, esos que hacen UH UH UH los yankies) a partir de madrugada hasta salir el sol. Olfateas la orina, el vómito, el sudor rancio que se pega a cada brizna de calle que asolan.

Hordas controladas que actuaban siempre de la misma manera y que funcionan con un repertorio de preguntas tan simples como ellos: ¿a dónde te diriges? ¿de dónde vienes? ¿qué has visitado? ¿follamos un rato?

Y aunque te joda, en el fondo sabes que son como tú.

Luego están los otros, los que tan bien describe esta película, la mayor élite de pringados perroflautas cuya máxima en esta vida es la consecución del placer por encima de todo. Pero no se engañen, son todos pijos, y tienen el culo asegurado por si algún día se cansan y deciden regresar al hogar para encargarse del bufete de abogados de papá. Hoy día creo que los llaman pihippies. Que no les engañen sus pies sucios o sus desaliñados cabellos, la mierda va por dentro.

Se tiran meses, incluso años, en el mismo país (últimamente Tailandia y alrededores, anteriormente Ibiza) buscando una paz interior como falsa y estudiada premisa de poder concederse a cualquier precio, los que piensan que serán los mejores años de sus vidas. Los detestaba más que a los otros. Conocí idiotas pihippies que portaban cuchillos como autodefensa en un país tan tranquilo como la India. Observé niñatas mojigatas expandir sus brazos en cruz mientras cerraban sus ojos para ser unas con el Taj Mahal. Pero sobre todo, y siempre en Tailandia, me presentaron inútiles de armas tomar que llevaban viviendo allí mil años y que serían incapaces de anudarse los cordones de las botas. Éso sí, muy guapos, con una educación media-alta, buen manejo de idiomas e interiorizada la extraña creencia de ser poseedores de las cualidades y técnicas físicas y espirituales que a todos los demás nos faltaban.

Esa es la gentuza egoísta y disparatada que disfrazada de amor fraterno tan locuazmente nos presenta Doyle, dando en el clavo al retratarlos como los mezquinos y modernos hijos de la gran puta sin ningún interés turístico ni particular que en realidad son.

Interesante.
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235 de 278 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Paraíso e Infierno acaban confundiéndose
En 1996 Alex Garland publicó su primera novela. Con tintes autobiográficos, pronto se convirtió en el Reino Unido en un Best-seller y fue publicada en varios idiomas. Recuerdo como llegó a mis manos “La playa”. Paseaba al medio día por una feria del libro y por casualidad cogí el libro. Leí rápidamente la contraportada y por quinientas pesetas lo adquirí (¡qué tiempos aquellos de las pesetas!). Me acerqué a la playa, me quité las chanclas y abrí el libro. Y entonces Richard, un británico con mal de amores decide escaparse de su rutina y su dolor cogiendo un avión y alejándose hasta el fin del mundo. Sonreí. Yo mismo, había recurrido a la misma escapatoria no hacía mucho tiempo. Sus páginas se convirtieron en mis páginas y pronto caí rendido a una forma de vida que comprendía y anhelaba. De todos los libros de viajes que hasta el momento había leído, Garland dio en el clavo al retratar de una manera cercana y acertada un mundo: el de los mochileros.
Fue como descubrir algo universal, un sentimiento compartido y un libro para no dejar jamás. Luego, lo he comprado en un par de ocasiones (antes de que fuera imposible encontrarlo por algún lado), siempre para regalar a gente que consideraba pudiera apreciar en su lectura experiencias afines.

Cuando Danny Boyle se puso tras los mandos del proyecto en la adaptación de la novela, esperé su resultado con un poco de pavor y algo de esperanza. Boyle cometió varias licencias, permitidas siempre por Garland que aunque no firmaba en el guión estuvo en la retaguardia. Y las licencias quitaron la esencia del libro. Richard se ligó a Françoise, el final lo cambiaron (aunque en el DVD se puede ver un final alternativo que es más fiel al libro) y olvidaron la adicción compulsiva (simplemente lo capearon de mala manera) de Richard a ciertos videojuegos que luego le hubieran dado más credibilidad o al menos comprensión, a la parte final de la película.
Considero imprescindible la lectura de la novela para poder apreciar la película; para sacarle todo el jugo y la compresión que esconden los comportamientos de unos personajes en su búsqueda del paraíso.

Pero… a pesar de las licencias, esta película con una gran banda sonora y una fotografía fantástica, es para mí, algo indispensable. Un mundo donde auto-conocerse, un mundo al que comprender, la complejidad del ser humano (tan bien tratada en la mayor influencia de Garland: “El señor de las moscas”) y un “Ven y mira” o “ven y aprende”. Y es que, viajar, es la mejor manera de aprender.
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135 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
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