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Drugstore Cowboy (1989)

Drugstore Cowboy
100 min.
7.0
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Sinopsis
Estados Unidos, principios de los 70. Bob Hughes es el jefe de una banda de toxicómanos, integrado por su mujer, Diane, y otra pareja, Rick y Nadine. Viajan a lo largo y ancho del país atracando farmacias para cubrir su imperiosa necesidad de droga. A raíz de un trágico suceso, Bob se replantea su situación; decide rehabilitarse y comenzar una nueva vida. Las cosas, sin embargo, no le resultan sencillas... (FILMAFFINITY)
Género
Drama Drogas Road Movie Años 70 Cine independiente USA
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Drugstore Cowboy
Duración
100 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1989: Premios Independent Spirit: 4 premios inc. Mejor actor (Dillon). 8 nominaciones
1989: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor guion
1989: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor guion. 3 nominaciones
1989: Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a Mejor película
"Magistral y veraz, adopta formato de western moderno (...) Dillon: impresionante"
[Diario El Mundo]
"Inteligente discurso sobre la droga (...) Soplo de aire fresco del cine USA"
[Fotogramas]
11
11
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
6
El sombrero de la droga
Correcta, entretenida, liviana y a veces imprecisa representación del mundo de la drogodependencia. Enmarcada por la cámara de Gus Van Sant (“Elephant”) -quien debutaba como director-, la película está protagonizada notablemente por Matt Dillon, que deja constancia de una gran calidad como actor que ha sabido atesorar a lo largo de su carrera. En este caso lo hace desde la piel del supersticioso Bob, un toxicómano que se dedica al asalto de farmacias junto a una pandilla constituida por la pareja que él mismo forma con su novia Dianne (Kelly Linch) y la compuesta por Rick (James LeGros) y Nadine (Heather Graham).

La liviandad de la cinta reside en la poca profundidad mostrada por Van Sant para dibujar el entorno del tema abarcado. La presencia de las drogas en la película se limita a lo estético, sin ahondar apenas la dirección en los efectos que éstas pueden producir. Buscando la comparación, me viene a la mente “Pánico en Needle Park” (1971, Jerry Schazberg), en la que podemos ver a un primerizo Al Pacino junto a Kitty Win experimentando auténticas odiseas para poder chutarse. El sufrimiento, ansiedad y patetismo del duplo de drogadictos era palpable, algo que no se produce en “Drugstore Cowboy”, donde parece querer reproducirse la misma pareja, sin lograr alcanzar el mismo nivel de interés, resultando menos creíble su actitud debido -entre otras cosas- a la perfección física y lucidez psíquica de sus protagonistas. A pesar del nivel de adicción de todos los personajes (que son unas auténticas máquinas de pincharse las drogas más duras), ninguno -excepto de forma chispeante el encarnado por Dillon- logra transmitir autenticidad.

A pesar de los defectos del filme, que se manifiestan con fuerza en su tramo final, la cinta se deja ver como un documento entretenido en el que la mayor baza es su parte estética. Y es que Van Sant siempre logra buenas notas en esta faceta, caracterizándose por una dirección sosegada en lo narrativo y fría en la imagen. La banda sonora de la cinta es escasa, pero cuando aparece lo hace en forma de notas clásicas inspiradas en la música de los años en los que se ambienta el filme (década de los 70). El autor de la misma es el compositor Elliot Goldenthal, quien se daría a conocer años después con sus trabajos en “Demolition Man” (1993), “Heat” (1995) o “Enemigos públicos” (2009).
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42 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
La redención de Bob esponja
Definitivamente, Van Sant y yo no congeniamos. Su estética no me disgusta, por supuesto, pero su cine -en términos generales- me parece tan yerto e inane como un muslo de pollo congelado. Y aunque ya percibí esa gélida sensación con “Elephant” y “Paranoid Park”, tenía la esperanza de vislumbrar algo más de intensidad y dramatismo en “Drugstore Cowboy”. Básicamente porque, tratándose de una opera prima, presumía que iba a palpar algo más de naturalidad y porque -ingenuo de mi- creía que tratando un tema tan aciago y controvertido como el de la drogadicción, Van Sant se habría atrevido a mojarse mucho más de lo que lo hace. Pero no, está visto que Van Sant lleva muy dentro ese afán documentalista con toques de diseño y que pedirle un poco más de implicación personal resulta tan baldío como pedirle a Zapatero que hable en inglés.

Lo siento, Van Sant, pero cuando se tocan temas así hay que echar toda la carne en el asador y no quedarse a medias. En temas de este calado cada uno tiene su opinión y todas ellas son respetables, pero hay que dar la cara y no limitarse a contentar a todo el mundo con posicionamientos tibios y políticamente correctos. Porque vaya, la redención del Bob esponja éste (no veas como se mete de todo el muy jodío) no se la traga ni mi tia la de Cuenca. Resumiendo, que “Trainspotting” y “Réquiem por un sueño” -por si no te había quedado claro, Gus- le dan mil patadas a tu “Drugstore Cowboy” de aquí a Lima. ¿Lo vamos pillando?
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46 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
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