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Nos amábamos tanto (1974)

Nos amábamos tanto
124 min.
7.9
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Trailer VO (Subt. español)
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Sinopsis
Amarga crónica de la historia de Italia, desde la posguerra hasta los años setenta, narrada a través de un grupo de amigos de izquierdas que se conocieron cuando en 1944 lucharon contra los nazis. Este retrato del idealismo, pero también de la inevitable pérdida de las ilusiones a causa del acomodamiento burgués, fue el primer éxito internacional del realizador italiano Ettore Scola. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Comedia Romance Drama romántico Años 40 Años 50 Años 60
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Italia Italia
Título original:
C'eravamo tanto amati
Duración
124 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1976: Premios César: mejor película extranjera
10
Inolvidable
La ví por primera vez cuando era estudiante allá por 1977. Me impresionó tanto que la vi muchas veces en los siguientes años durante los cuales era vista frecuentemente en los cine clubs. Es un fresco de la historia italiana admirablemente sintetizada en pocos personajes. El paso del blanco y negro al color con una vista de la plaza en la que se ve a los tres amigos distanciarse por muchos años y los momentos del reencuentro en la que uno de ellos expresa amargamente que quisieron cambiar a la sociedad, pero que ésta finalmente los cambió a ellos son sólo algunas de las escenas francamente inolvidables de un película construida a manera de mosaicos que se hacen imprescindibles en el contexto. Deben haber pasado cerca de 20 años sin verla y sin posibilidad de encontrarla, pero estoy seguro que cuando llegue esta oportunidad la apreciaré con el mismo placer y sentimiento con la que se abordan las obras maestras.
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47 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Para Scola todos somos directores
Y el espectador no tiene que dejar la butaca para producir una “nueva cinta”. Así lo quiso Ettore Scola en “Nos habíamos amado tanto” (1974). Una obra de arte en 120 minutos de celuloide…y de eterna vigencia.

El filme está abierto a múltiples lecturas: la social, la histórica, la política, la humana… una obra de arte siempre es polisémica, posee múltiples significados, pero es el espectador quien con su interpretación la completa y al hacerlo aparece una propia, que es nueva, personal y auténtica.

“Una crítica es una cuestión de distancia correcta” dijo Walter Benjamin, sin embargo, la distancia implica un límite entre dos puntos y como sabemos: “un límite no es eso en lo que algo se detiene sino aquello a partir de lo cual algo inicia su presencia” (Heidegger).

Y esta presencia de lo nuevo, nos permite a cada uno contar nuestra propia historia eligiendo los protagonistas y las escenas de la obra. Para Scola todos somos directores de cine.

Con los personajes de Antonio y Luciana, el director hace una película dentro de otra película: la de Kim Novak en el papel de Mildred Rogers en Servidumbre Humana (Ken Hughes, 1964).

Scola, nos muestra el camino y con un guiño nos da a todos la oportunidad de escoger y ordenar la secuencia narrativa de las escenas, y dejar que surja, como una epifanía, una nueva versión, personalísima y única como la vida misma.

Como haría Scola, apago todas las luces del escenario y sólo dejo encendido el spot que ilumina directamente a los protagonistas.

En la primera escena Antonio está enamorado y no puede decírselo a su amada; lo tiene que hacer a través de un juego,” ¿Usted me oye?”, le pregunta, ella le contesta: “No”, está claro, solo si ella no escucha el hombre enamorado puede expresar su amor, porque si no, se rompe el encantamiento.

Scola nos muestra el arquetipo del hombre enamorado, de todos los Antonios del mundo, de todos los Antonios que se pierden en la noche de los tiempos, y de todos aquellos que se perderán en el futuro, que no podrán darle muestras de amor a sus Lucianas a riesgo de perderlas, porque como dijo el protagonista en la escena donde se reencuentran los tres amigos: “el futuro ya pasó”.

El estado patológico de Antonio es el de todo hombre enamorado, Luciana lo acerca y aleja. Antonio se desestabiliza, pierde el control y provoca con sus actos la violenta reacción de Luciana que le dice; “Yo hago lo que se me antoja”, “No tengo vínculos, ni quiero tenerlos”. “No te hagas ilusiones”. En otras palabras: “no estoy dispuesta a continuar, no eres el hombre que yo necesito”.

Años después se encuentran y con la mirada ya se han perdonado. Ella le dice: “¿Y tú?”(¿Cómo estás?) Y en ese: “¿Y tú?” de Luciana hay algo más profundo, le está diciendo: estoy aquí, me intereso por ti; y él mientras se sienta en la banca del parque le responde: estuve como un loco enamorado: “últimamente tuve una forma de ciclotimia”, lo dejé todo por ti: “estuve mal, tuve que dejar el hospital”, pero ahora ya estoy bien: “estoy sano ya volví”.

Pero si el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden y el fin último de la vida humana no es otro que la felicidad (Aristóteles, Ética a Nicómaco), no todos los Antonios y Lucianas del mundo disponen de la juventud que le permitió a Scola volverlos a unir.

Y, esa unión, ese encuentro, para Karl Jung no es una casualidad sino una sincronicidad, algo único en la dimensión del espacio-tiempo, que no tiene ninguna relación causal pero sí una profunda significación en nuestras vidas.

Gibrán lo explica bien cuando le dice a su amada Mary Haskell,

“Cuando dos personas se encuentran, son como dos Calas acuáticas que se abren de lado a lado, cada una mostrando su corazón dorado, y reflejando el remanso, las nubes y los cielos.”
(Khalil Gibrán, 1914)

Al final se produce la escena en la que Scola proyecta los deseos de todos los hombres enamorados del mundo; en ella Kim Novak como Mildred Rogers es Luciana y el actor Laurence Harvey es Antonio, que identifica y reúne a todos los Antonios que quieren escuchar de su amada: “…tú eres el único hombre de mi vida!”.

Kim Novak, ofrece a los hombres la satisfacción de un atávico deseo cuya cimentación cultural fue forjándose a través de la historia de la humanidad.

Este ideal romántico del hombre –que el genio de Scola descubre en su personaje Antonio–, nos permite ahora a todos los Antonios del mundo reconocernos en él.

Y en esto, hasta el mismo Freud en una de sus cartas a su novia –como un hombre sufriendo de amor–, víctima de la patología de todo hombre enamorado, le reclama y exige:

“No quiero sin embargo que mis cartas queden siempre sin respuesta, y dejaría de inmediato de escribirte si no me respondes. Perpetuos monólogos a propósito de un ser amado, que no son ni rectificados ni alimentados por el ser amado, desembocan en ideas erróneas sobre las relaciones mutuas, y nos vuelven extraños uno al otro cuando nos encontramos de nuevo y hallamos cosas diferentes a las que, sin asegurarnos de ello, habíamos imaginado”.
(Freud, Correspondance, 39)

Freud le está diciendo a su amada: el amor alimenta el amor.

(continúa en spoiler)
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