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The Magical Clock (1928)

The Magical Clock
30 min.
7.3
73
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Sinopsis
Cuenta la historia de Yolanda, una niña de 12 años que sueña con ser princesa. Bombastus, su viejo padre, es el creador de un impresionante reloj en el que viven varias criaturas pequeñas, que tienen la posibilidad de hacer realidad el sueño de Yolanda... (FILMAFFINITY)
Género
Animación Fantástico Cine mudo Stop Motion Mediometraje
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
L'horloge magique ou La petite fille qui voulait être princesse
Duración
30 min.
Guion
Música
Fotografía
Animación
(B&W)
Compañías
7
El nigromante de los sueños perdidos
La imaginación de los niños no siempre termina con la madurez. Algunos son capaces de dar salida a las más trepidantes fantasías de la infancia con obras de una sensibilidad única en su adultez. Pienso en Miyazaki, Lasseter, Moore, Ocelot, Reiniger, Mccay. Los animadores son muchas veces los mayores alquimistas de los sueños infantiles. Proyectando mundos de infinitas ilusiones con altas dosis de creatividad e ingenio en lo inanimado de un papel en blanco. Consiguen transmutar emociones desde lo inerte de un juguete, un trozo de plastilina o un recorte de cartón.

Entre estos alquimistas se encuentra Wladislaw Starewicz. Quien demuestra sobradamente con este corto porque es reconocido como el primero y más importante artista del stop-motion. En 1928, ya llevaba más de dos décadas experimentando con la técnica. Recalado en Francia tras la revolución rusa, buscó hacer realidad un sueño de su hija. La pequeña deseaba vivir entre sus muñecos y protagonizar hazañas entre príncipes y princesas. En tres años, su padre hacía realidad este híbrido primigenio entre "Toy Story" y "Arthur y los Minimoys" para su cumpleaños.

Aunque los largos intertítulos atragantan el visionado y el ritmo de la obra, contemplamos algunos momentos muy inspirados y bellos que mezclan imagen real con animación. Especialmente en la segunda mitad, con la niña danzando sincronizada con las flores, en un precioso díptico que antecede y recuerda a las Silly Simphonies Disney; o bien, cuando lucha a caballo contra un dragón, a modo de Sant Jordina. Vamos descendiendo, primero en la ciudad, luego en el bosque y terminamos en la montaña. Entre múltiples decorados medievales y figuritas cuya evidente artesanía manual las hacen más preciadas. Ese mimo con los detalles que acompaña toda la carrera de Starewicz, a pesar de la evidente falta de medios tecnológicos y económicos, es enternecedora. Además, teniendo en cuenta que siempre trabajó con su familia, centrado en las disparatadas ideas propias y de su entorno. Rara vez trabajó por encargo.

Cuestión aparte (y quizás la génesis de toda su obra) se da en su inquietante obsesión por la entomología (siempre utilizaba insectos reales), que redoblan lo sinestro de la escena del cuervo con el escarabajo. En general, es una obra muy rescatable, de portentosos pasajes que inspiraría sueños futuros de cortos y largometrajes animados.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
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