Dulcinea (1963)

La belleza de Millie Perkins es el puntal máximo de Vicente Escrivá, si obviamos la evidencia de que sobre el film pesa la sombra del personaje cervantino por antonomasia.
La novela de la que parte es francamente atractiva, con una idea más que seductora, y a fe del que esto suscribe que, durante la primera mitad del film, Escrivá consigue un buen resultado, atractivo y seductor, como decía de la idea original. Pero en su segunda mitad el film se emborrona. Cuando toma conciencia propia, Dulcinea debe comenzar una nueva aventura y en esa aventura Escrivá se pierde, se precipita, se acelera, y culmina todo en un juicio donde todo parece impostado.

Queda una buena ambentación, una espléndida belleza de Millie Perkins, una idea original, y la aparición de varios de nuestros actores de toda la vida, en cameos o personajes muy secundarios.

Soberbia puesta en escena de la obra de teatro homónima. La película puede considerarse una de las joyas ocultas del cine español. El personaje central rebosa credibilidad dentro de su locura contagiada de Don Quijote. La trama está muy en línea con las desventuradas andanzas del mito y bien hubiera podido ser una derivación del libro original, al modo de las novelas ejemplares. Los actores están impresionantes dando vida a sus personajes. La fotografía y la fuerza de las imágenes hacen inevitables las referencias a Bergman y a la Juana de Arco de Dreyer. Sin duda, una de las mejores películas, por no decir la mejor, de Vicente Escrivá. Aquí no hay nada de patrioterismo ni de comedia comercial. Con esta obra por sí sola, ya se tiene merecido un lugar en la historia.