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Yo, un negro (1958)

Yo, un negro
70 min.
7.4
735
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Disponible en:
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Trailer (FRANCÉS con subtítulos en INGLÉS)
Sinopsis
"Cada día, jóvenes similares a los personajes de este film llegan a las ciudades de África. Han abandonado la escuela y el entorno familiar para intentar entrar en el mundo moderno. No saben hacer nada y hacen de todo. Es una de las enfermedades de las nuevas ciudades africanas, la juventud sin empleo. Esta juventud, enclavada entre la tradición y el maquinismo, entre el Islam y el alcohol, no ha renunciado a sus creencias, pero es seducida por los ídolos modernos del boxeo y del cine. Durante 6 meses he seguido a un pequeño grupo de jóvenes emigrantes de Níger en Treichville, suburbio de Abidjan, capital de Costa de Marfil. Les propuse rodar un film donde interpretasen su propio papel, donde tuviesen el derecho de hacer y decir lo que quisiesen". Jean Rouch. (FILMAFFINITY)
Género
Drama África Pobreza Inmigración Boxeo Cine experimental
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Moi un noir
Duración
70 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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10
Retrato
La obra de Jean Rouch me lleva a aquellos documentales de los años 20 en la que los directores, cámara en mano, nos contaban la historia de unas ciudades o de alguna figura histórica como Nanuk. En “Moi, un noir”, el director francés nos retrata la vida de estos jóvenes de color y su manera de divertirse, de pasar el rato, de disfrutar, de vivir.

No hay mucho que decir sobre la obra de Rouch, simplemente cabe destacar el manejo que hace Rouch de la cámara, esos intensos planos cada uno con su sentido en la obra, la complicidad existente entre los personajes, la belleza con la que está dirigida, cuyos escenarios nos sumergen en aquellos sitios en los que podríamos perdernos toda una vida. La hermosura de esas mujeres con las que los actores principales les gustarían pasar algo más que un rato, y esos deportes que practican para entretenerse. Toda la obra es vida, es un día más en la vida de esas personas, excelentemente retratado. Dejar a la imaginación y sentir es la mejor manera para disfrutarla.
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26 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Un adoquín en las marismas del cine francés
Así se refería Jean-Luc Godard a Moi, un Noir después de que esta fuese galardonada en 1960 con el Premio Louis Delluc. Con esta distinción, Jean Rouch pasó a ser reconocido como una de las figuras más destacadas del panorama cinematográfico francés de la época, convirtiéndose en referencia ineludible para multitud de realizadores y en modelo inspirador de una nueva modernidad cinematográfica. Por aquel entonces, Rouch no era en modo alguno un advenedizo, sino un autor excepcionalmente curtido, que ya llevaba años transitando las zonas intermedias entre el cine y antropología, una figura liminal por excelencia, que vivió entre Francia y Africa Occidental, entre la etnografía y la ficción, entre la antropología y el cine. Tal condición le aportó indudables ventajas, pero también notables sinsabores. Las duras críticas recibidas tras el estreno de Les Maitres Fous lo empujaron a buscar nuevas vías en las que desarrollar su trayectoria, proceso que culminaría en las denominadas etnoficciones, una serie de obras en la que Rouch desdibuja las líneas entre hecho y ficción, documental e historia, observación y participación, objetividad y subjetividad, para así desencadenar un proceso transformador sobre su audiencia y desafiar sus asunciones culturales más profundas.

La génesis de Moi, un Noir se remonta a la ocasión en que Rouch mostró una versión preliminar de su película Jaguar a un grupo de nigerinos residentes en Treichville, el barrio inmigrante de Abidjan. Entre ellos estaba Oumarou Ganda, un estibador al que Rouch tomó como asistente de investigación. Provocado por sus comentarios acerca de Jaguar, que cuestionaban la veracidad de la experiencia representada, Rouch se dispuso así a elaborar otro film que tratase de forma específica sobre la vida de Oumarou y su círculo más próximo. Tal y como explica en la introducción del film, durante 6 meses, Rouch los siguió y los espoleó a improvisar sus vidas y a mostrarse libremente delante de la cámara. El resultado es un retrato marcadamente agridulce, en el que la vida de los migrantes nigerinos aparece marcada de modo indeleble por la pobreza, la explotación y el conflicto con las autoridades. Al mismo tiempo, esta dinámica se ve parcialmente atenuada por las actividades sociales y de ocio en las que estos participan durante los fines de semana, poniendo en juego sus fantasías, deseos y esperanzas.

A la hora de retratar estas relaciones emergentes y el modo en que se configuran en el espacio y el tiempo, se requiere un nuevo modo de filmar, una visión cinematográfica lo suficientemente fluida y comprensiva como para capturar su enorme complejidad y riqueza. A lo largo de la película, Rouch muestra una notable expansión de su registro estilístico y un magistral dominio de su particular concepción del cine-trance, ya apuntada en obras anteriores. En él, la cámara, siempre en movimiento y atenta al devenir de los acontecimientos, se convierte en “un instrumento vivo, a través del cual el operador penetraba en la realidad en lugar de observarla. Uno de los mejores ejemplos de esta perspectiva son las tomas realizadas durante la ceremonia Goumbé, donde la cámara consigue capturar de modo privilegiado las propiedades cinéticas y simbólicas de un momento de tal intensidad, en el que los inmigrantes pueden verse recompuestos y reconocidos dentro de la fraternidad. A la hora de acercarse a los personajes que componen su relato, Rouch se sirve de una serie de primeros planos de un enorme detalle y delicadeza, que constituyen un correlato formal idóneo para la voluntad de acercamiento en torno a la que Rouch articula su proyecto. Finalmente, cabe mencionar una de las secuencias que más influyeron a los directores de nueva horna: la escena en la que Oumarou relata sus experiencias en Indochina a su camarada Touré. Editada sin cortes ni tomas conectivas, surtió un efecto liberador sobre un gran número de cineastas, que vieron cómo Rouch rasgaba las convenciones y apuntaba a posibilidades aún por descubrir.

No menos importante y moderna es la construcción del plano sonoro. En Moi, un noir, Rouch convierte las limitaciones de la época (el sonido no sincronizado) en una oportunidad para experimentar con usos innovadores de la voz, la música y los efectos de sonido. Marcado por sus experiencias como grabador de campo a principio de los 50 y contando con la inestimable colaboración de André Lubin, Rouch diseña una soberbia mezcla, caracterizada por la superposición e interacción constante de una multiplicidad de objetos sonoros. El elemento vertebrador son las voces de los personajes, que acompañan a la película de forma continua como un flujo de conciencia, guiado en todo momento por la capacidad de improvisación y fabulación de los inmigrantes, que no sólo explica sus acciones, sino que las conecta con un campo social y psicológico más amplio. En torno a ellas, se despliega un elenco de músicas africanas y caribeñas, a veces provenientes de la radio o a veces grabadas en directo, que otorgan un sentido del lugar y la atmósfera realmente conseguidos, envolviendo y reforzando las acciones que se desarrollan ante el espectador. De este modo, el resultado final es un denso patchwork, que una vez más demuestra la enorme capacidad inventiva y la atención al detalle de una figura pionera cuyos logros siguen reclamando nuestra atención.
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11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
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