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El jinete (2017)

El jinete
104 min.
6.9
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Sinopsis
Brady, joven estrella del rodeo y talentoso entrenador de caballos, sufre un accidente que le incapacita para volver a montar. Cuando vuelve a casa se da cuenta de que lo único que sabe y quiere hacer es montar a caballo y participar en rodeos, lo que le frustra vitalmente. En un intento por retomar el control de su vida, Brady emprende un viaje en busca de una nueva identidad y del significado de lo que es ser un hombre en el corazón de América. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Western Caballos Cine independiente USA Vida rural (Norteamérica)
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
The Rider
Duración
104 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
2018: National Board of Review (NBR): Mejores películas independientes del año
2018: Asociación de Críticos de Los Angeles: Premio Nueva generación (Zhao)
2018: Premios Gotham: Mejor película
2018: British Independent Film Awards: Nom. mejor película internacional
2018: National Society of Film Critics (NSFC): Mejor película
10
Tomar las riendas. De las mejores películas en años.
The Rider es una película que se acerca al documental por cuanto lo que muestra es una ficción sobre una historia real vivida por los propios protagonistas. Actores no profesionales se interpretan a sí mismos en esta especie de western moderno para narrar la caída y resurgimiento de un jinete de rodeos (y entrenador de caballos) que sufre graves secuelas tras un percance en uno de ellos. La película se aleja de la habitual narrativa atropellada y sin contenido actual. Como dije, se acerca al documental en cuanto a la realidad de lo que muestra pero, por otro lado, se respira CINE en toda ella.

The Rider muestra cómo el protagonista debe asumir el posible abandono de su sueño en la vida (jinete de rodeos) como consecuencia de las heridas sufridas. Muestra el período de asimilación y reflexión sobre cómo afrontar su nuevo futuro. Y muestra todo ello con un lirismo ciertamente austero pero también sincero. Con buen gusto por los detalles. Y es ahí (y en la interpretación de su protagonista) donde reside la magia de esta película. Por momentos es certera y ciertamente conmovedora. Se aprecia verdad en ella. Es un ejemplo perfecto de menos es más.
Por otro lado, es una gozada contemplar esos planos sobre esas llanuras estadounidenses, así como la fotografía y bso más que decentes con que cuenta la peli. Se siente y se necesita quietud para abordar y disfrutar The Rider. Cine nada comercial pero, si decides entrar en la propuesta, es muy gratificante contemplar algo que realmente te puedas creer y te pueda aportar algo más que sólo entretenimiento.

La interpretación del protagonista es, personalmente, de lo que más me ha gustado. Brady Jandreau está inmenso. Da igual que no sea actor profesional y su acercamiento a la peli inicialmente fuese desde el plano autobiografico. Da igual que esa sea o fuese realmente su forma de vivir. No se puede transmitir así de bien sin actuar y, al mismo tiempo, ser tan creible. Este tío es un ACTOR soberbio. Espero que haga más peliculas porque lo merece.

The Rider no es una película que rasque sólo la superficie. Explora los valores por los que se rige el individuo en un lugar con ferreas creencias sobre lo que significa ser un hombre. Profundiza en la reflexión sobre la estima personal y su relación con los seres queridos. Muestra el valor de la amistad. Posee momentos de una fuerza lírica realmente inspiradora y emotiva. Se siente sincera (si es que este adjetivo no ha perdido su valor) como pocas.

Es una de esas pocas peliculas que te atrapan y quedan grabadas a fuego en tu mente. De esas que retratan a la perfección los conflictos, emociones y sentimientos que distinguen al ser humano. De esas cuyos detalles la diferencian del resto y la encumbran como una de las mejores películas en años.
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96 de 112 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Sin Rodeos
Si tu mundo, tus sueños y tu vida entera sólo conoce de entrenar broncos caballos, de llanuras machacadas por el sol y asoladas por el viento, de montar potros salvajes o reses vacunas bravas durante unos breves segundos que rezuman valor y poderío y representan tu única forma de entender tu existencia… Si todo eso se pierde, repentinamente, en el ocaso agostado del edén perdido a causa de un desafortunado accidente que te deja lisiado y con secuelas imborrables que te impiden reanudar tu andadura en el punto en el que la dejaste, entonces todo cambia y te preguntas qué sentido tiene seguir adelante con tus absortos amigos, con tu escasa familia, con tus lúgubres días y anhelas recibir un tiro de gracia compasivo que ponga fin a tu tormento, a tu angustia y a tu calvario.

Estamos ante una película minimalista, sin apenas acción, de una cotidianeidad lacerante, que bordea la desgana vulgar de la tragedia, que te sumerge en un universo donde el respeto fraternal hacia los animales y las personas nos parece un anacronismo porque vivimos embargados por ideas preconcebidas, por prejuicios culturales que nos impiden entender la grandiosidad de lo diferente, de lo extremo, de lo remoto, de lo que nos es ajeno. Preferimos juzgar en vez de entender, elegimos alejarnos de la desdicha para no enfrentarnos al dolor, optamos por censurar todo lo que nos parecen bravuconadas, aunque sólo sean la forma en que se encarna el vigor cuando vives sólo con el cuerpo, las emociones y la adrenalina y dejas el trabajo intelectual a quien no sepa apreciar el roce del aire o la delicadeza de una fiera o el perfume de una flor.

Recordé la primera estrofa de la sobrecogedora canción de Chavela Vargas ‘Las simples cosas’ (texto de Armando Tejada Gómez y música de César Isella): “Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas / Lo mismo que un árbol en tiempos de otoño queda sin sus hojas / Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas / Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón” porque de esto es que nos habla aquí la directora y guionista, Chloé Zhao, de todo lo que, poquito a poco, vamos dejando atrás y va configurando un cruel e inexorable separarse, de lo que amamos (nuestra madre, nuestras ilusiones, nuestra forma de ser que porfiábamos eterna) y tenemos que forzarnos a cambiar sin ser desleales a nuestros allegados ni a nuestras quimeras más íntimas.

No gustará a los fanáticos de la impaciencia, a los idólatras del frenesí o a los papanatas del estruendo, pero entusiasmará a los que tengan la mirada limpia, el corazón abierto y un atisbo de sensibilidad.
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45 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
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