Tamara y la catarina (2016)

La cineasta mexicana, Lucía Carreras continúa llevando a la pantalla la vida de seres marginales y poco favorecidos, y como en sus trabajos anteriores, el respeto y la honestidad de su mirada fortalece al relato.

Tamara (una sorprendente Ángeles Cruz) es una mujer de 40 años con una deficiencia mental, vive sola ante el abandono de su único hermano Paco en una zona suburbana de la Ciudad de México, desde donde a diario debe trasladarse al Centro Histórico donde trabaja en una cafetería.

Tamara vive repitiendo varias rutinas que le permiten desarrollar su día a día, hasta que una tarde encuentra a una bebe que se encuentra sola en el interior de un puesto de periódicos, Tamara decide llevarla consigo pero por su condición no le es fácil cuidar a la pequeña, por lo que recibirá la ayuda de Doña Meche (la siempre sólida Angelina Peláez), una mujer que sobrevive gracias a su puesto de quesadillas, y quien además de ayudar a Tamara con la menor, tratará de convencerla de regresar a la pequeña con sus padres.

El trabajo de Carreras en su puesta en escena es milimétrico y preciso, tanto como el que realiza junto a su actriz Ángeles Cruz para desarrollar e interpretar a una mujer como Tamara, un trabajo complejo que ambas consiguen sacar adelante con creces.

La película de Carreras es gris en su apariencia, como la existencia de sus dos personajes principales, pero brillante en el retrato que hace de dos mujeres no visibles ante los ojos de una sociedad que prefiere no mirarlas, pero la realizadora no se regodea en el entorno en que ellas habitan ni en su condición humilde, sino que profundiza en la solidaria relación que surge entre ambas y la manera en que ambas tratan de reconvertir su soledad.

Genuinamente conmovedora y honesta en su mirada, ‘Tamara y la catarina’ es una muestra de como el cine nacional puede acercarse a problemas actuales, con sensibilidad y respeto.

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