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El túnel (1987)

El túnel
106 min.
5.1
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Escena (ESPAÑOL)
Sinopsis
El pintor Juan Pablo Castell ha matado a María Iribarne, una mujer a la que amó apasionadamente y con la que mantuvo una tortuosa y apasionada relación. Se habían conocido en una exposición de pintura, donde ella se quedó admirada ante uno de sus cuadros, que era precisamente la obra predilecta de Castell. Un encuentro casual, una pasión obsesiva, un mundo inquietante, un crimen en la frontera de la sinrazón.
Género
Drama Años 40 Crimen Pintura
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
El túnel
Duración
106 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Premios
1988: Premios Goya: 2 nominaciones incluyendo Mejor película
8
La búsqueda de la autosuperación.
El excelente Drove ("La verdas sobre el caso Savolta") trasladó a la pantalla la mítica novela de Sábato, y logró una película notable, de evidente altura cinematográfica, que no resulta excelente por el básico error de elección de una pareja protagonista inadecuada e increíblemente mal elegida (no cabe imaginarse, una vez leída la novela, que dos actores americanos sean los dos personajes esenciales).
Drove adapta lo practicamente inadaptable y logra transparentar con suficiencia la relación obsesiva, de amor y odio, el ovillo de pasión, celos y lógico raciocinio trágico del pintor Juan Pablo Castel (spoiler) Muy bueno el guióny el afán de autosuperación del cineasta, dónde el melodrama más personal se solapa al drama intimista y psicológico de un ser misántropo, solitario, desubicado y, por todo ello, tan vil y asesino como el odioso entorno que le rodea. Una película muy poco considerada y muy considerable tales eran las enormes dificultades para su concepción.
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9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
El pintor insensato
Antonio Drove fue un director infravalorado por el cine español, cinéfilo muy influenciado por el cine clásico, admirador de Fritz Lang y Douglas Sirk, de este último realizó una larga entrevista para TVE analizando su obra para un ciclo de películas dedicado al maestro del melodrama que ha pasado a la historia de la televisión. Drove que ya había adaptado magníficamente “La verdad sobre el caso Savolta”, estaba enamorado de la novela de Ernesto Sábato “El túnel” que como él afirmaba era “la historia de una obsesión”, y era la segunda vez que era adaptada a la pantalla, me gustaría ver la anterior de León Klimovsky de 1952 para compararlas. Fiel a su natural vocación de asumir los riesgos más incontrolables, Drove se embarcó en una ambiciosa producción internacional, técnicos extranjeros, rodando en inglés, trabajando con métodos americanos y futuras estrellas que ya despuntaban.

La adaptación es buena si tenemos en cuenta la dificultad de trasladar a imágenes una novela narrada en primera persona, sobre las divagaciones mentales de un personaje perturbado. La de una historia seca y cortante como una navaja, despojada de todo fleco naturalista y de toda tentación falsa o convencionalmente ornamental, se dirime una apasionante reflexión de hondo calado. Nadie que haya vivido las experiencias que aparecen en esta historia podría describirlas mejor que cómo lo hace el atormentado Castel. Drove compone un universo visual complejo que va enriqueciendo la trama. Los encuadres con sus marcos múltiples, la profundidad de campo, los “travellings laterales” que despliega el cineasta demuestran su dominio técnico del oficio. Subyugado por la puesta en escena clásica donde las escaleras y los espejos cobran inusitada relevancia, Drove narra con un gran alarde de formas expresivas que, en la época actual, la del videoclip y la aparatosa modernidad digital, parecen extraídas de un tiempo muy lejano.

El film guarda cierto parecido con el “Vertigo” de Hitchcock, por el amor obsesivo, el cuadro admirado por María en plano calcado al de Kim Novak, el delirio pasional absoluto como solía hacer Douglas Sirk en sus majestuosos melodramas cromáticos, donde el color adquiría protagonismo narrativo. La película respira aromas necrófilos, aparecen estatuas de cementerios, la fotografía adquiere tonalidades ocres y metálicas como el estudio-apartamento del pintor Castel (un inquietante Peter Weller), sobre todo en el baño. El film atesora un extraño germen surrealista que no termina de emerger, difícil de acomodar a una lectura convencional. María Iribarne (una bellísima Jane Seymour) es el objeto de una pasión arrebatadora, la esposa de un maduro hombre ciego, Allende (un discreto Fernando Rey) que provoca en el pintor unos celos patológicos que abarca desde el amor más puro hasta el odio más desenfrenado, un amor visceral y enfermizo que no caduca porque las pasiones humanas no tienen edad.

En el fondo de esta historia resuena el eco y el lamento musical de un romanticismo desmedido, de un existencialismo en gestación, creando emociones y abriendo interrogantes, nada que ver con el cine trillado y facilón de hoy, pero de visión obligada para los amantes del cine que son capaces de sentarse ante una película con los ojos abiertos y la mente despierta. Una obra personal e intransferible que pasó por los cines sin pena ni gloria, que merece una revisión, por respeto a un cineasta lúcido y apasionado. Recomiendo la versión original hablada en inglés.
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6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
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