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La torre de la introspección (1941)

La torre de la introspección
111 min.
7.1
76
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Película completa (JAPONÉS con subtítulos en ESPAÑOL)
Sinopsis
Tras un plano que muestra un tren surcando el encuadre de izquierda a derecha, Shimizu abre su historia con su habitual travelling hacia atrás que precede a Ryu Chishu explicándoles a un grupo de visitantes la naturaleza y el propósito del centro de acogida de menores en el que trabaja. El posterior montaje que descubre las instalaciones del lugar y las actividades de los niños, al que acompaña la voz en off del actor, acerca la película a aquellos documentales británicos de Elton, Anstey y Wright de los años 30 que reclamaban y/o preconizaban reformas sociales en temas de educación, higiene, vivienda, etc. Niños delincuentes en un reformatorio, y en particular un caso difícil, el de la hija de un rico empresario. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Enseñanza Infancia
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Mikaheri no Tou (Introspection Tower)
Duración
111 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
7
Ver crecer a un niño
Con Mikaheri no Tou (Torre de introspección) Shimizu vuelve a temas conocidos (la importancia de la enseñanza), pero con un punto todavía más ambicioso: ya no es sólo que el metraje sea superior al de otras películas suyas que planteaban lo mismo (Nobuko), sino que la forma en que articula su discurso es más compleja y se sustenta sobre más líneas narrativas y más personajes, entrelazados unos y otros con habilidad en pos de una cohesión narrativa que fortalezca las ideas del director y el propio espíritu de la película.

Ésta narra los avatares de un grupo de "educadores-padres" y de sus "alumnos-hijos" en un centro especial para jóvenes descarriados. Su función es educar y orientar a estos muchachos para que puedan encarar el futuro con posibilidades. La función de Shimizu es demostrarnos la importancia que tiene esta enseñanza y la forma en que se imparte. O dicho en otras palabras: descubrir al espectador que es clave cuidar, en el respeto, el cariño y la inteligencia, al niño de hoy, porque será el adulto de mañana. O que su fracaso en la vida es también nuestro fracaso.

La historia se permite algunas obviedades y un exceso de buenas palabras, pero en general camina briosa y con credibilidad por las vidas de esos chavales llenos de dudas, miedos e ilusiones, con los que uno acaba irremediablemente encariñándose. Y aunque la idea del acueducto puede parecer un poco heavy (¡son trabajos forzados!), lo que verdaderamente importa es la enseñanza que lleva implícita: la nobleza del individuo también se nutre del esfuerzo y del dolor.

Es, en definitiva, una notable película sobre el saber y sobre cómo depositamos este saber en los ciudadanos del mañana, esponjas que todo lo absorben y de las que somos inevitables responsables.
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12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
La campana que resuena en nuestros corazones
Aislados del mundo, exiliados, al margen de él y de todos los que lo habitan, los niños observan la vida y sus avatares desde una perspectiva esperanzadora aunque inevitablemente despiadada...
Y el momento en que Hiroshi Shimizu decide regresar a éste, uno de los temas por antonomasia de su filmografía, resulta ser el peor para la industria cinematográfica del país.

Pues, aunque Japón no haya entrado en guerra con EE.UU., ya se ha apoderado de la Indochina francesa, ha invadido Filipinas y firmado una alianza con Italia y Alemania; la propaganda nacional es un credo a seguir para absolutamente todos los cineastas y Nikkatsu y Shochiku controlan la distribución y exhibición de películas así como su censura. Es por tanto desconcertante que el director tuviera libertad para acometer un film como éste; consigue evitar la propaganda, al menos de momento, deja los estudios de la ciudad y marcha a rodar fuera, con un inmenso equipo técnico y artístico.
Su inspiración parte de la novela de Ryuji Kumano y el famoso autor, profesor y miembro de la academia de las artes Yoshio Toyoshima, ocupándose él mismo del guión; en efecto, parece querer sumergirnos entre la naturaleza bucólica de un escenario apartado de todo rastro de civilización (el único que veremos es un tren que pasa de vez en cuando, figurando el progreso). Durante un elaborado inicio, Kusama, profesor de un reformatorio para niños problemáticos (en quien se transmuta Shimizu), muestra sus instalaciones a un grupo de padres (asumiendo el punto de vista del público); seguimos así la línea marcada por "Nobuko" un año antes que nos devuelve al mundo de la educación y, por ende, al de la infancia.

La más brillante de las técnicas del nipón ha sido siempre capturar en un largo travelling una situación colectiva, y en este caso alcanza cotas magistrales, pues durante esa visita guiada logra mantener el movimiento de un extremo a otro del encuadre, y la cámara jamás se detiene, evidenciando ese bello naturalismo que es sinónimo de su cine; pese a esta visión comunitaria, "Mikaheri no To" también analiza de manera individual las vidas de algunos residentes del centro, centrándose en tres niños (Masao, Yoshio y Nobu) y una niña (Tamiko), dejando paso a una bonita relación íntima entre ella y Masao.
El director registra cada uno de sus errores, peleas, frustraciones, deseos y tragedias familiares, y desde esa perspectiva única que sólo pertenece a los niños, viéndose éstos en la cuerda floja de su propia inocencia, egoísmo y rabia, a lo cual se han de enfrentar los cuidadores; como en "Nobuko" también se le da voz al maestro, al adulto (en especial Kusama y la señorita Natsumura) que debe irrumpir entre los instintos volátiles del niño y esforzarse en reconducirlos hacia la bondad, el respeto y la felicidad. Y debido a la época de realización, esto puede interpretarse desde el contexto del nacionalismo que imperaba en la sociedad.

Pero si en algún momento sobresale el espíritu militarista y tradicional de la era Showa es cuando se plantea ese problema acerca de la escasez de agua en la zona y se propone una colaboración entre niños y maestros para combatir la adversidad; durante todo este tramo, que rompe de algún modo con el discurso anterior, se abandona la individualidad y el intimismo para asistir al esfuerzo colectivo, con los niños trabajando duro y olvidando sus diferencias y odios personales en su lucha por la supervivencia. Esto último y la disciplina, en efecto, son parte vital de la enseñanza, además del amor hacia el padre y la madre (los emperadores de Japón).
Sin embargo Shimizu jamás esconde su humanismo progresista, y esas ideas se trasladan fervientemente a su película, que defiende la comprensión de los sentimientos, la libertad individual y el absoluto rechazo de la violencia; esta obsesión por complacer al espíritu a través de la educación y la enseñanza también se aplica a las relaciones entre los adultos, sobre todo a la que mantienen padres y maestros. Así, una historia de muchos protagonistas que, lejos de perderse en su enfoque multiperspectivo, es manejada con precisión milimétrica por el nipón.

Auténticos malabares los que hace durante las dos horas de metraje para lograr que su público simpatice y comprenda a todos y cada uno de los diversos personajes, cruzando con un realismo pasmoso el drama más desgarrador y el humor más puro y sobre todo afianzando su prestigio como el mejor director de actores infantiles de la Historia del cine; un esfuerzo mayúsculo el poder lidiar con docenas de niños y extraer de ellos tal naturalidad ante la cámara. Por tanto son esos pequeños Norio Otsuka, Yuiko Nomura, Keiko Izumi, Kiyoshi Takeuchi y el genial Jun Yokoyama, recurrente de Shimizu, las verdaderas estrellas.
Sin desprestigiar, por supuesto, a Takeshi Sakamoto, Shinyo Nara en el papel del director del reformatorio, o dos grandes del cine como Chishu Ryu y Kuniko Miyake, compañeros en más de una ocasión para Ozu; todos al servicio de una conmovedora historia que en ningún modo busca la lágrima fácil, sino, al estilo de Shimazu, Gosho y el mencionado Ozu, llegarnos a lo más profundo expresando las más grandiosas emociones y a través de la sencillez más humilde y humana. Al final, teniendo en cuenta sus limitaciones, Shimizu logró un gran éxito con "Mikaheri no To", sobre todo a nivel de crítica.

Y los niños marchan, preparados, tras un arduo viaje de maduración vital, para ser parte de la sociedad y de una familia; incluso con sus connotaciones nacionalistas y militaristas, la mirada se dirige al más puro humanismo.
La secuencia hace vibrar las entrañas. A lo lejos se escucha el particular sonido de la campana, la de la torre del reformatorio, cuyo retumbar permanecerá en las mentes y corazones de los que se van, y así en los nuestros. No se persigue la lágrima fácil, pero al final se consigue; sólo los maestros pueden hacer eso...
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