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Premios
Amami Alfredo!
21 de noviembre de 2008
Con el cine pasa un poco como con la ópera. Están las grandes obras épicas, protagonizadas por dioses, príncipes, reyes y toda clase de gente magnífica y que exigen poderosas gargantas capaz de hacer temblar la platea con la mera sugestión de su tono imperial. Y por otro lado, obviando pasos intermedios, están las óperas que representan un drama humano. Este tipo de óperas obligan a los artistas a reducir las dimensiones de su voz, someterla a unos dictados mucho más sutiles e infinitamente más complicados: es más fácil caminar a zancadas que andar de puntillas. Y lo cierto es que Wagner nos impresiona más, pero nunca dejará el mismo poso de emoción que nos deja una ópera de Verdi. ¿Porqué?. Porque quizás admiremos a Sigfrido, pero nunca lloraremos por él.
Resulta un bello privilegio presenciar esta Traviata, un recital de humanidad y talento que para nuestra suerte, Zeffirelli ha atrapado en el ámbar del celuloide, conservando así el prodigio de un Plácido Domingo en plenitud de sus facultades y una Teresa Strata que a pesar de su corpulencia, logra transmitir la turbuleta fragilidad de Violetta. Como suele ser en el caso del director italiano, la puesta en escena es de lo más clásica y elegante, con un gran cuidado en lo que respecta al vestuario y a los lujosísimos decorados, de modo que el placer para el oído se complementa estupendamente con el placer para la vista. La calidad de sonido es más que aceptable, para la época en que se rodó el filme y creo que no decepcionará a menos que uno se espere que suene como en la primera fila de la Scala, sitio en el que por cierto nunca he estado, pero que me imagino que tendrá una acústica de caerse de espaldas.
Y por último añadir que, retomando un poco lo que se mencionaba en el primer párrafo, no sólo tenemos la ocasión de devorar un banquete artístico que nutrirá nuestro cuerpo y sobre todo, nuestra alma, además, volvemos a tomar conciencia, por medio de la eterna historia de la hermosa puta tísica y su rico amante, que la humanidad, esto es, la herida imperfección de los seres pequeños, es tan difícil de plasmar en una voz como en una pantalla y sin embargo, cuando se consigue...uff. No existe nada igual.
Resulta un bello privilegio presenciar esta Traviata, un recital de humanidad y talento que para nuestra suerte, Zeffirelli ha atrapado en el ámbar del celuloide, conservando así el prodigio de un Plácido Domingo en plenitud de sus facultades y una Teresa Strata que a pesar de su corpulencia, logra transmitir la turbuleta fragilidad de Violetta. Como suele ser en el caso del director italiano, la puesta en escena es de lo más clásica y elegante, con un gran cuidado en lo que respecta al vestuario y a los lujosísimos decorados, de modo que el placer para el oído se complementa estupendamente con el placer para la vista. La calidad de sonido es más que aceptable, para la época en que se rodó el filme y creo que no decepcionará a menos que uno se espere que suene como en la primera fila de la Scala, sitio en el que por cierto nunca he estado, pero que me imagino que tendrá una acústica de caerse de espaldas.
Y por último añadir que, retomando un poco lo que se mencionaba en el primer párrafo, no sólo tenemos la ocasión de devorar un banquete artístico que nutrirá nuestro cuerpo y sobre todo, nuestra alma, además, volvemos a tomar conciencia, por medio de la eterna historia de la hermosa puta tísica y su rico amante, que la humanidad, esto es, la herida imperfección de los seres pequeños, es tan difícil de plasmar en una voz como en una pantalla y sin embargo, cuando se consigue...uff. No existe nada igual.
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12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bravo
23 de octubre de 2008
Es una soprano griega que no tiene la figura adecuada para el personaje, y sin embargo convence, seduce y te lleva adonde quieras en esta historia que Dumas escribió como La dama de las Camelias y el genial Giuseppe Verdi convirtió en ópera intimista y crítica contra su propio público burgués que en el estreno abandonó la sala, heridos en su amor propio porque el canto desdichado es el de una traviata, una perdida, una mujer que vive de los hombres y que se pierde doblemente en la siniestra sociedad de su tiempo: la doble moral de los ricos.
Plácido Domingo lo hace muy bien. El británico Cornell MacNeil está inmenso en su larga y magnífica escena. Teresa Stratas logra con maestría todas las facetas del personaje.
Zeffirelli director teatral, diez puntos. Como hombre de cine le saca menos partido. Pero también participa en toda la producción activamente como si fuera uno de sus estrenos teatrales, y lo hace con notable talento. Aporta un prólogo muy de su interés: un joven hermoso abre la puerta de un testimonio de una hermosa mujer, dando paso al intenso poema musical en el que los seres humanos se degradan a lo largo del tiempo y de las miserias sociales. Esa melancolía propia del bell canto ante lo imposible...
Plácido Domingo lo hace muy bien. El británico Cornell MacNeil está inmenso en su larga y magnífica escena. Teresa Stratas logra con maestría todas las facetas del personaje.
Zeffirelli director teatral, diez puntos. Como hombre de cine le saca menos partido. Pero también participa en toda la producción activamente como si fuera uno de sus estrenos teatrales, y lo hace con notable talento. Aporta un prólogo muy de su interés: un joven hermoso abre la puerta de un testimonio de una hermosa mujer, dando paso al intenso poema musical en el que los seres humanos se degradan a lo largo del tiempo y de las miserias sociales. Esa melancolía propia del bell canto ante lo imposible...
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