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Chagolate con churros rating:
8
Action. Drama Ryunosuke is a sociopathic samurai without compassion or scruples. When he is scheduled for an exhibition match at his fencing school, the wife of his opponent begs Ryunosuke to throw the match, offering her own virtue in trade. Ryunosuke accepts her offer, but kills her husband in the match. Over time, Ryunosuke is pursued by the brother of the man he killed. The brother trains with the master fencer Shimada. In the meantime, however, ... [+]
Language of the review:
  • es
February 24, 2011
55 of 61 users found this review helpful
O el espadachín con cara infinita. Es decir, el Nakadai con cara de fumador de porros.

Tengo que reconocer que no soy nada objetivo en el cine de samuráis. Ni en el de vaqueros. Ni en ninguno, vaya. Pero sobre todo en esos dos géneros que para mí siempre van cogidos de la mano. Cuando termino de ver un western siempre pienso:
<Me hubiera gustado nacer en ese momento y ese lugar> Aunque posiblemente, en el primer duelo me hubieran liquidado. Igualmente, cuando termino de ver una película de samuráis pienso lo mismo: <Me hubiera gustado nacer en ese momento y en ese lugar. Con la katana al cinto y un kimono de la hostia. Aunque las pelucas que se gastaban son feas de cojones.> Aunque posiblemente, en el primer duelo me hubieran liquidado.

Ejercicio de violencia desmedida, casi absurda, pero estilizada hasta convertirla en algo asombroso, realmente bello, poderosamente sensual, visualmente imperecedero. La imagen penetra, nunca oscila, siempre castiga, como la espada de Ryunosuke (Nakadai). Por eso perdono las burdas metáforas sexuales en el molino, y una narrativa muy deslavazada. Porque a la postre, quedan los milimétricos primeros planos, los sonidos de los pies, los planos generales con los cuerpos caídos entre hojas o copos de nieve, la maravillosa iluminación y el final. Si la técnica del samurái es tan importante en la historia, más aún deben ser los ángulos que la cámara de Okamoto usa para ello. ¡Cuan diferentes son tratados Nakadai y Mifune (Toranosuke) tras las lentes del director! La mirada de Nakadai, mientras observa a Mifune repartir estopa, es en sí, la mirada del espectador. El plano es limpio, los movimientos son gráciles. A pensar de la violencia, todo es sereno. Nada que ver cuando Nakadai coge el relevo. Aquí de sereno no hay ni los posos de las hojas del té.

Ahora, como película desligada al esbozo original, “La espada del mal” tiene muchísima más fuerza, y su riesgo es infinitamente superior. Aunque no fuera el planteamiento inicial del proyecto. Porque la espera que el espectador adquiere durante la trama, no se ve recompensada (dirán algunos), y nos queja la imagen congelada de Ryunosuke dispuesto a retomarla en una continuación que nunca llegó a producirse. Como película aislada, ese “no duelo” es una de las mayores alegrías que podemos encontrar. Porque es una tocada de cojones, porque Nakadai se carga a 75 samuráis el solito -sí, los he contado- y porque justo antes del fundido en negro, Nakadai hace una cosa maravillosa con sus ojos -lo que no haga este actor con la mirada es que no se puede hacer- me transmite el humo que lo rodea todo.

Setenta y cinco, he dicho. ¡La rehostia!
Chagolate con churros
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