Valorar justamente a “Intolerancia” es sencillamente imposible. Yo, sin ir montes arriba, no lo he hecho. Y lo sé. Puede ser esta película de Griffith una de las películas que crearon el lenguaje cinematográfico tal y como lo conocemos. Intolerancia lo tiene todo hablando cinematográficamente pero aún así, no consigue encandilarme como otras magnas obras del cine mudo como son: “Amanecer”, “Nosferatu” o “El gabinete del doctor Galigari” que vi recientemente.

Aún así, es comprensible que esta película pueda ser para muchos, una de las grandes obras maestras de todos los tiempo, e igual comprendo que su duración, su falta de gancho con el espectador y la grandilocuencia causen cierta desazón y desidia a otros muchos cinéfilos. No sólo “Intolerancia” representa la cúspide del cine mudo en sus inicios. No sólo es la clara representación del esfuerzo humano y económico o la visión de un director por darle un empuje y empaque a una pequeña criatura llamada Cine. “Intolerancia” es un claro alegato de ciertos valores que en la época de la primera guerra mundial estaban de capa caída.

Son cuatro las historias que va entrecruzando con pericia Griffith durantes tres horas de metraje, pero el director no cuida igual estas cuatro historias (ni la historia de la noche de San Bartolomé ni la Pasión de Cristo que usa de manera testimonial están a la altura de las otras dos historias: la caída de Babilonia y la revolución industrial americana) y las carencias en alguna de ella perjudican el ritmo de “Intolerancia”. La grandilocuencia de esta película que en su día pudo asustar y perjudicar al director aún sorprende a espectadores del siglo XXI y eso es un dato a tener muy en cuenta.