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Voto de alex:
10
29 de diciembre de 2007
120 de 147 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así como Hitchcock es el maestro del suspense y la narrativa, digamos tradicional, en la medida en que consigue nuestra atención a base de llevarnos, como en una montaña rusa, a través de un planteamiento, un nudo -con sus consiguientes sub nudos o puntos culminantes- y un rápido desenlace, Antonioni es el maestro de la subversión narrativa, de la destrucción de los códigos dramáticos tradicionales.
Y así en su cine (igual que en la vida) puede ocurrir que determinado planteamiento no tenga forzosamente que llevarnos a un desarrollo y luego a un desenlace. Es un cine en el que toma más importancia el subtexto que el texto, lo que se oculta que lo que se expone, el silencio y la quietud (que nos remiten a la meditación o a la contemplación) que los fuegos vacuos de la convencionalidad dramática. Pero lo mejor de todo es que siempre hay un elemento de elegancia, de rigor, y sobre todo, de misterio, que se sustrae a ser analizado por la lógica.
Y La Aventura es el paradigma de todas estas características. Una mujer desaparece en un islote, y en el transcurso de su incierta búsqueda, su mejor amiga y su novio se enzarzan en una apasionada -aunque ambigua y culpable- relación amorosa que va relegando a la mujer desaparecida y a la propia búsqueda a un plano cada vez más marginal. La ausencia, en este caso, es la génesis del amor y de la pasión, pero también del olvido. Un olvido que no solo aqueja a los protagonistas sino también, progresivamente, a los propios espectadores, provocándonos -por lo menos a mí- una sensación extraña, indefinible, una suerte de profunda y subconsciente convulsión interior.
Los escenarios romanos y sicilianos, la fotografía en blanco y negro, los movimientos de cámara, los encuadres, son de una belleza y precisión pocas veces vista. También debo resaltar la belleza, elegancia, y expresividad de Monica Vitti. Su atormentada presencia en la sublime secuencia final es uno de los momentos más bellos, desolados, y conmovedores que yo he visto en el cine.
Y así en su cine (igual que en la vida) puede ocurrir que determinado planteamiento no tenga forzosamente que llevarnos a un desarrollo y luego a un desenlace. Es un cine en el que toma más importancia el subtexto que el texto, lo que se oculta que lo que se expone, el silencio y la quietud (que nos remiten a la meditación o a la contemplación) que los fuegos vacuos de la convencionalidad dramática. Pero lo mejor de todo es que siempre hay un elemento de elegancia, de rigor, y sobre todo, de misterio, que se sustrae a ser analizado por la lógica.
Y La Aventura es el paradigma de todas estas características. Una mujer desaparece en un islote, y en el transcurso de su incierta búsqueda, su mejor amiga y su novio se enzarzan en una apasionada -aunque ambigua y culpable- relación amorosa que va relegando a la mujer desaparecida y a la propia búsqueda a un plano cada vez más marginal. La ausencia, en este caso, es la génesis del amor y de la pasión, pero también del olvido. Un olvido que no solo aqueja a los protagonistas sino también, progresivamente, a los propios espectadores, provocándonos -por lo menos a mí- una sensación extraña, indefinible, una suerte de profunda y subconsciente convulsión interior.
Los escenarios romanos y sicilianos, la fotografía en blanco y negro, los movimientos de cámara, los encuadres, son de una belleza y precisión pocas veces vista. También debo resaltar la belleza, elegancia, y expresividad de Monica Vitti. Su atormentada presencia en la sublime secuencia final es uno de los momentos más bellos, desolados, y conmovedores que yo he visto en el cine.