Hancock, el superhéroe, encaja en el perfil de tipo gruñón de buen corazón. Él intenta ayudar a la gente pero, debido a su carácter asocial y a un grave problema de autodominio, los sentimientos que despierta en la mayoría de los ciudadanos están bastante alejados del agradecimiento y la admiración. Esta situación cambia cuando se cruza en su camino con un publicista idealista y fracasado, que intentará hacer de él un nuevo hombre.

Hancock, como película, resulta ser una historieta hecha sin demasiadas pretensiones, de las que se conforman con mantener entretenido al espectador. Cuenta con un guión simple que pone en evidencia no pocos fallos, si bien es cierto que este experimento de superhéroe marginal está bien aliñado con unos cuántos golpes de humor acertados.

La presencia de Will Smith es la principal baza del film. Sin él, la película sería mucho más mediocre. Como ya es costumbre, el ya desencasillado Príncipe de Bel-Air nos deja satisfechos con su papel de contención, dando a la película la dimensión dramática que la salva de ser un fiasco absoluto.

Por otro lado, Smith también sabe explotar muy bien esa faceta cómica y chulesca tan suya, que resulta muy efectiva para crear empatía con el público. La sala de cine estaba llena de gente de todas las edades, y no nos engañemos: esta película no habría llenado salas (ni mucho menos) de no ser por Will Smith. Él es la estrella de esta producción comercial, con un papel hecho a su medida y para su lucimiento individual. No en vano es productor de la película.

Poco más se puede decir de esta película veraniega, simple pero simpática, y que al menos a mí me ha hecho pasar un buen rato en el cine. Para entretenerse y nada más.