De vergüenza ajena, literalmente. Otros múltiples adjetivos podrían aplicarse a esta infame producción, pero resultaría un esfuerzo inane a la par que estúpido perder el tiempo en sacar el diccionario de sinónimos para tratar de describir semejante espanto.

Cierto que es que tratándose de una producción de The Asylum las esperanzas de visionar algo mínimamente decente fueran pocas, sin embargo Transmorphers supera y desborda con creces cualquier previsión, por nefasta que esta fuera.

Fundamentalmente el horror se basa, no sólo en lo cutre de sus interpretes, lo patético de la puesta en escena o de sus efectos especiales inferiores a los de un Ed Wood Jr borracho, sino que todo parte del engaño masivo al que someten al crédulo espectador. Efectivamente Transmorphers no va de alienígenas de metal en plan guerra de bandas callejeras mientras los humanos reciben los denominados daños colaterales, sino que finalmente resulta ser un remedo de Matrix Revolutions con cosas, por llamarlo de alguna manera, que se transforman, o al menos eso parece, en robots y así tratar de justificar el título de la cinta.

Aunque quizás lo más destacable es que, a pesar de su corto metraje, su visionado resulta absolutamente insufrible, capaza de aburrir a un niño hiperactivo y a la vez destrozar los nervios del mejor diseñador de jardines zen.

Pero no contentos con perpetrar semejante delito cinematográfico los amigos de The Asylum acaban de lanzar una especie de secuela/precuela que este modesto servidor ansía degustar próximamente. Puede que sea una cuestión de puro masoquismo, pero en realidad de lo que se trata es de establecer de una vez por todas si puede existir una barrera que delimite el cine de lo que son excrementos malolientes en forma de fotograma. Si en verdad es así, Transmorphers está cerca, muy cerca.