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España España · Cáceres
Voto de Sinhué:
8
Drama Andrea Marcocci (Pietro Germi) es un orgulloso maquinista de tren en la Italia de los años 50’. Está casado con Sara (Luisa Della Noce) y tienen dos hijos, Marcello (Renato Speziali) y Sandro (Edoardo Nevola), y una hija llamada Giulia (Sylva Koscina). Pero Andrea suele anteponer los tragos de vino con su amigo Gigi (Saro Urzi) a su familia. Cuando se suceden una serie de problemas en el seno familiar, unidos a un accidente sufrido con ... [+]
1 de diciembre de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El neorrealismo es una etiqueta que suena triste y a la vez se ve hermosa. Cuando hablamos de cine sabemos que tras la puerta con ese nombre habrá amargura, tiernas sonrisas, abrazos de madre, puñaladas de amigos, momentos para enmarcar y llamadas a la tierra para que cumpla con su deber de tragarse a los que se equivocan gravemente. Ese "nuevo realismo" viene siempre acompañado por la verdad y hace películas como se hace la vida, con los mismos elementos: pasión, ternura, traición, una pizca de amor y un puñado de llanto.

El ferroviario, del genovés Pietro Germi (1914-!974), tenía a su disposición todos los ingredientes para acercar el resultado artístico a la experiencia vital de muchas familias italianas de mediados del siglo XX; fundiendo ficción y hechos en una inolvidable historia.
Andrea Marcocci, orgulloso ferroviario, es uno más de los muchos obreros que sobrevivían en aquellas fechas tragando sapos, bebiendo vinagre en las tabernas y presumiendo de lo que más carecían todos los de su condición: de la dignidad, secuestrada por el miedo, el hambre y los bajos salarios.
Todos tenían mujeres enlutadas, hijos sin horizonte ni futuro, hijas sin libertad para elegir y pequeñines, como Sandro, que aún tenían al padre como héroe y referente, y a quienes había que ocultar que a veces los hombres lloran y se arrodillan.

Este género cinematográfico raspa, no es de seda; está vestido de áspera pana negra, pero emociona y calienta. Su desnuda y pura ejemplaridad nos hace mejores, al menos durante unas horas, hasta el punto de hacernos exclamar: ¡cómo nos complicamos, si la vida es un suspiro!.
Pietro, guionista, director y actor, procedía de una humilde familia con muchas necesidades; tal vez sus orígenes le sirvan, en esta ocasión, para jugar con ventaja a la hora de transmitirnos veracidad y sentimientos, estos últimos encorchados en quienes nunca tuvieron esas carencias.
Nos toca estar alerta y solidarios porque nadie puede decir de este agua no beberé. Alguien debería recuperar, con carácter educativo y obligatorio, el cine italiano de la posguerra: Roma ciudad abierta, El limpiabotas, Ladrón de bicicletas, Umberto D., Arroz amargo, La tierra tiembla, La strada, Las noches de Cabiria... y por supuesto el hiperrealista y satírico del gran P. Germi.
Sinhué
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