Tengo un amigo que hace un tiempo tuvo una oferta de trabajo muy peculiar. La tarea consistía en estar observando una lucecita roja durante todo el rato, y en el momento en que se apagase llamar por teléfono a un número concreto. Sin más.

Bien, imagínense una película sobre un tipo que hace este trabajo, remozado con algunas escenas hogareñas con las consecuencias que le trae tener este extraño empleo. Por muy bien que se cuente, el resultado no puede ser otro: un supino tostón.

Ahora bien, si en vez de mirar una lucecita(*), lo sustituimos por esta variante moruna(**) del tiro al blanco(***) obtenemos réditos previsibles: alabanzas de críticos entusiasmados por el realismo, e indignaciones de los típicos críticos moralistas.

Naturalmente, mi amigo no aceptó la oferta. La justificación fue muy convincente: prefiero morir de hambre que de aburrimiento.