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Voto de Tony Montana:
9
Drama La fama del saxofonista de jazz Charlie ’Bird’ Parker crece rápidamente a partir de su llegada a Nueva York en 1940. Pero Parker comienza a abusar del alcohol y las drogas, y su vida se convierte en un infierno. (FILMAFFINITY)
21 de mayo de 2006
55 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clint Eastwood siempre ha elegido mostrar las vidas de perdedores, de esas personas que un día lo tuvieron todo, el mundo a sus pies, y que por su tozudez, su estupidez, y su egocentrismo, acabaron siendo una sombra de lo que un día fueron. A Clint nunca le han interesando los personajes que siempre consiguen a la chica, los guapos que salvan al mundo o los que tienen un buen trabajo y conducen un gran deportivo. Así los John Wilson, William Munny o Frankie Dunn han sido siempre el arquetipo ejemplar de personajes eastwoodianos, perdedores destinados a acabar solos por su propia culpa. Charlie Parker pertenece por motivos propios a este selecto grupo.

Dentro de la filmografía de Eastwood, primero El jinete pálido y luego Bird significan dos puntos de inflexión en las historias que cuenta Clint, precedidas por la fallida Bronco Billy y por la notable El aventurero de medianoche, y comienzan a marcar lo que será la serie de películas que hará a partir de entonces, una vez alcanzada la perfección técnica, se centrará en contar las historias.

A la hora de analizar Bird, hay que tener en cuenta que siempre es muy difícil llevar al cine una historia tan dura y tan fuerte sobre uno de los grandes músicos de la historia, y por tanto lo más fácil podría haber sido recurrir a numerosos tópicos sobre la música, y acabar en una especie de Ray, un film muy bien realizado pero con menos historia que cualquier comedia adolescente. Pero Eastwood ama el jazz, y más particularmente Parker, su ídolo personal, y éso se nota. Él no embellece la historia, el conduce un relato duro y oscuro sobre un auténtico perdedor, alguien que, consciente de su mala situación, no hacía nada para remediarla. Clint realiza una puesta en escena acorde con la situación del personaje, con escenas que transcurren casi en su totalidad en momentos nocturnos, al igual que la vida de Parker, en la que abundaban más los oscuros que los claros. Apoyado en una fotografía sensacional, que envuelve al espectador, y, obviamente, en una banda sonora de excepción, Eastwood nos deleita con un drama desgarrador que permite conocer cómo fue la caída de un hombre, no sólo musicalmente hablando, si no con su vida, su relación con las personas que le quería, y su relación con las drogas y el alcohol, hasta que perdió la batalla definitivamente.

Tampoco hay que olvidar la forma soberbia en que el director retrató el ambiente propio del jazz. Esos locales llenos de humo, acompañado de un montaje frenético, consiguen transportar al espectador a esos lugares bohemios, llenos de genios, y consiguen que por un momento, se sienta como si hubiera visto tocar en directo a genios como Gillespie, Parker o Miles Davis.
Tony Montana
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