Leí la novela de Javier Cercas y me entusiasmó. Poco después se estrenó esta película de David Trueba, y al verla me sentí todo lo decepcionado que uno queda siempre al no encontrar en la pantalla las sensaciones que ha experimentado al leer un libro. Y ello por no hablar de las discutibles ideas de cambiar el sexo del personaje protagonista, y de introducir entrevistas con personas que intervinieron en la acción, que se interpretan a sí mismas, con diálogos asimétricos que no funcionan del todo bien.

He vuelto a descubrir esta película bastantes años después, con la objetividad y frialdad que proporciona el paso del tiempo. Y, ahora sí, he descubierto una muy correcta adaptación cinematográfica, y una obra cinematográfica meritoria. Con independencia de las licencias que Trueba se tomase, “Soldados de Salamina” es un film emocionante, con un ritmo ágil, y con un inteligente montaje para narrar historias en paralelo. La conmoción que una vieja historia de la Guerra Civil provoca en la protagonista, y la manera en que eso trastoca su universo, traspasa también al espectador. Al ver la película, uno acaba sintiéndose como un intruso ante todo lo que ve, sin derecho a juzgar un suceso que nunca podrá entenderse si no se contextualiza debidamente.

Gracias a Cercas y a Trueba uno entiende que la mal llamada Memoria Histórica ha de ser mucho más que un mecanismo de justicia universal a toro pasado. No tiene sentido si sólo es eso. También ha de ser un ejercicio introspectivo de reconocimiento de nuestra identidad, tanto a nivel individual como colectivo. La investigación de la anécdota apócrifa sobre cómo el falangista Sánchez Mazas se libró de la muerte tras un fusilamiento colectivo por un batallón en retirada desesperada, va más allá del hecho en sí. Es una excusa para profundizar en conceptos como la soledad, la realidad y la cultura. “Soldados de Salamina” aborda el dilema entre la superioridad moral que encierra cualquier discurso sobre la Memoria Histórica (así, en rimbombantes mayúsculas), siempre maniqueo, y la obligación ética que nos atañe a todos de reivindicar la figura de los pequeños héroes injustamente olvidados. Tanto los que se fueron como los que continuaron sus vidas de forma sigilosa y anónima. "Soldados de Salamina" es una reflexión sobre el concepto de realidad, y sobre la paradoja que supone que la verdad pueda alterarse y alterarnos, aun siendo inmutable. Y, en ese sentido, David Trueba es extraordinariamente fiel al espíritu de la novela. Y la película es casi tan cautivadora y emocionante como el original.