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Voto de reporter:
6
4,5
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Comedia
Un grupo de personas sobrevive a una catástrofe, pero… ¿y ahora qué? Tras haber estado quince días atrapados en un túnel, por fin son rescatados y la tragedia parece quedar en el pasado. Así, llenos de buenos propósitos, celebrarán el estar vivos reuniéndose todos los viernes. Pero estos variopintos personajes tendrán que seguir adelante con sus vidas, tarea que no será tan fácil como pensaban.
22 de enero de 2017
28 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahí estabas, en aquella barbacoa, en aquel estupendo evento social que tanto tiempo te había llevado preparar. A ti y a tu querida mujer, claro... y a tu queridísima hija, también, cuyo apoyo incondicional a todas tus empresas se vio también reflejado en esta nueva aventura. "¡Claro que podemos montar una barbacoa en el jardín de atrás, papá!", dijo ella, hará unas dos semanas, "Somos un equipo, ¿no? ¡Juntos podemos lograr cualquier cosa!" Y así fue. La familia aunó esfuerzos y, una vez más, triunfó. Montó la comilona más espectacular jamás celebrada en ese soberbio barrio donde vivía ese padre, y esa madre y esa hija tan cachondos, y tan simpáticos y tan bien compenetrados. Sí, la vida era bonita. Más que esto, era preciosa. Y luminosa, y divertida, y memorable en todos los segundos, minutos, horas y días que ofrecía. La vida era tan... tan... todo, que era épica. Así, en general. Solo que en realidad, no. En realidad, esas hamburguesas, chuletas, salchichas y chorizos que se estaban cociendo al aire libre, tenían una pinta bastante sospechosa. En realidad, las bromitas que se gastaba tu grupo de amigotes no tenían puñetera gracia. En realidad, tus colegas daban bastante pena. En realidad, tu familia era lo peor...
Te diste cuenta, por fin, de que todo aquello era insoportable; de que daba puto asco. Tanto, que ni todas las arcadas que pudiera generar tu estómago iban a bastar para hacerte sentir mejor. Aquella gente, aquel panorama... "aquello", exigía medidas más drásticas, más desesperadas. Un ataque al corazón o un ictus parecían, en aquel momento y circunstancias, las opciones más racionales. Las únicas posibles. Y así empezó a manifestarse aquella presión en el pecho, aquella parálisis en el brazo, aquel dolor punzante en la cabeza... Tu organismo estaba a punto de colapsarse, pero en vez de invadirte el pánico, sólo sentiste un alivio que si no llegó a total, fue porque temiste que aquel derrumbe se prolongaría más de lo deseado. "Ojalá me muera ya", te dijiste a ti mismo; "¡Ojalá me muera ya!", gritaste a los invitados. Pero nada. Ahí no pasó nada. Tras unos pocos instantes de -bienvenido- silencio, Paco, uno de los compis de la oficina, se acercó a ti, te dio unas palmaditas en la espalda y comentó, en voz altísima, que tú y sólo tú eras siempre el alma de la fiesta. Prosiguieron las risas, aquellas carcajadas que dejaban entrever el intestino grueso del sujeto. Tu mujer sonrío vagamente mientras negaba con la cabeza, tu hija escupió no una, sino dos veces en el césped y los choricillos siguieron emanando ese jugo grasiento que seguramente obraría más milagros que aquel intento de infarto que acababas de sufrir.
Desaparecieron los dolores físicos. Permaneció ese malestar interior. No moriste aquel día, en aquella barbacoa infecta... No porque tu cuerpo sanara por arte de magia, sino porque ya llevabas mucho tiempo muerto. Game Over, amigo. ¿Pero cuándo sucedió eso? ¿En qué momento se convirtió todo en una puta porquería? ¿Cuándo dejaste de molar? ¿Cuánto tiempo desde que dejaste de estar oficialmente vivo? Y te perdiste, por siempre jamás, en el túnel; en tus propios recuerdos. En una galería espantosa de memorias distorsionadas a conveniencia del consumidor. Una ficción, una mentira meticulosamente auto-diseñada para que la mierda que te rodeaba cada día no te matara del pestazo. Pero claro, llegó el momento en que el tufo se hizo tan fuerte, que ni los mantras buenrollistas repetidos frente al espejo, ni todas las tazas y/o pósters motivacionales de Mr. Wonderful pudieron evitar el derrumbamiento. Y ahí te quedaste, soterrado por las ruinas de todos tus proyectos; por el peso de tu propia ineptitud a la hora de construir algo que precisara de algo más que humo. Tu cuñado, siempre a los controles de la situación, intentó tranquilizarte diciendo que todo esto no era más que un pequeño bache, un bajón, la típica depresión que tal como vino, se iría... aunque claro, por algo era tu cuñado. Tu puto cuñado...
En éstas que llega a nuestras salas 'Los del túnel', nuevo trabajo de la dupla Pepón Montero & Juan Maidagán, quienes empezaran a destacar, en el año 2008 en la pequeña pantalla, agitando (todo lo que se pudo) el panorama nacional con un producto ('Plutón BRB Nero', la serie espacial impulsada por Álex de la Iglesia) ciertamente atípico dentro del conservadurismo y ranciedad que rigen normalmente en la oferta televisiva española. Ahora, casi diez años después, y tras varios proyectos juntos más, la pareja artística hace por fin el salto a la gran pantalla, sorprendiendo para bien (aunque en ocasiones, desconcertando para mal) con una película que, no hay dudas al respecto, se aleja también de los sabores con los que suele "deleitarnos" nuestra cinematografía. Su escena de apertura ya es impactante, no por el poder de las imágenes o de los sentimientos con los que juega, sino por cómo destroza los tempos de aquel film que esperabas... y que finalmente (y afortunadamente) no vas a recibir.
Te diste cuenta, por fin, de que todo aquello era insoportable; de que daba puto asco. Tanto, que ni todas las arcadas que pudiera generar tu estómago iban a bastar para hacerte sentir mejor. Aquella gente, aquel panorama... "aquello", exigía medidas más drásticas, más desesperadas. Un ataque al corazón o un ictus parecían, en aquel momento y circunstancias, las opciones más racionales. Las únicas posibles. Y así empezó a manifestarse aquella presión en el pecho, aquella parálisis en el brazo, aquel dolor punzante en la cabeza... Tu organismo estaba a punto de colapsarse, pero en vez de invadirte el pánico, sólo sentiste un alivio que si no llegó a total, fue porque temiste que aquel derrumbe se prolongaría más de lo deseado. "Ojalá me muera ya", te dijiste a ti mismo; "¡Ojalá me muera ya!", gritaste a los invitados. Pero nada. Ahí no pasó nada. Tras unos pocos instantes de -bienvenido- silencio, Paco, uno de los compis de la oficina, se acercó a ti, te dio unas palmaditas en la espalda y comentó, en voz altísima, que tú y sólo tú eras siempre el alma de la fiesta. Prosiguieron las risas, aquellas carcajadas que dejaban entrever el intestino grueso del sujeto. Tu mujer sonrío vagamente mientras negaba con la cabeza, tu hija escupió no una, sino dos veces en el césped y los choricillos siguieron emanando ese jugo grasiento que seguramente obraría más milagros que aquel intento de infarto que acababas de sufrir.
Desaparecieron los dolores físicos. Permaneció ese malestar interior. No moriste aquel día, en aquella barbacoa infecta... No porque tu cuerpo sanara por arte de magia, sino porque ya llevabas mucho tiempo muerto. Game Over, amigo. ¿Pero cuándo sucedió eso? ¿En qué momento se convirtió todo en una puta porquería? ¿Cuándo dejaste de molar? ¿Cuánto tiempo desde que dejaste de estar oficialmente vivo? Y te perdiste, por siempre jamás, en el túnel; en tus propios recuerdos. En una galería espantosa de memorias distorsionadas a conveniencia del consumidor. Una ficción, una mentira meticulosamente auto-diseñada para que la mierda que te rodeaba cada día no te matara del pestazo. Pero claro, llegó el momento en que el tufo se hizo tan fuerte, que ni los mantras buenrollistas repetidos frente al espejo, ni todas las tazas y/o pósters motivacionales de Mr. Wonderful pudieron evitar el derrumbamiento. Y ahí te quedaste, soterrado por las ruinas de todos tus proyectos; por el peso de tu propia ineptitud a la hora de construir algo que precisara de algo más que humo. Tu cuñado, siempre a los controles de la situación, intentó tranquilizarte diciendo que todo esto no era más que un pequeño bache, un bajón, la típica depresión que tal como vino, se iría... aunque claro, por algo era tu cuñado. Tu puto cuñado...
En éstas que llega a nuestras salas 'Los del túnel', nuevo trabajo de la dupla Pepón Montero & Juan Maidagán, quienes empezaran a destacar, en el año 2008 en la pequeña pantalla, agitando (todo lo que se pudo) el panorama nacional con un producto ('Plutón BRB Nero', la serie espacial impulsada por Álex de la Iglesia) ciertamente atípico dentro del conservadurismo y ranciedad que rigen normalmente en la oferta televisiva española. Ahora, casi diez años después, y tras varios proyectos juntos más, la pareja artística hace por fin el salto a la gran pantalla, sorprendiendo para bien (aunque en ocasiones, desconcertando para mal) con una película que, no hay dudas al respecto, se aleja también de los sabores con los que suele "deleitarnos" nuestra cinematografía. Su escena de apertura ya es impactante, no por el poder de las imágenes o de los sentimientos con los que juega, sino por cómo destroza los tempos de aquel film que esperabas... y que finalmente (y afortunadamente) no vas a recibir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Porque puede que 'Los del túnel' tenga toda la apariencia de comedia (véase ese protagonismo casi absoluto de un Arturo Valls en continua y desesperada búsqueda de la complicidad cómica con los demás personajes de la historia), peor aún, puede que tenga pinta de "típica-comedia-española" (sí, por desgracia este subgénero existe). Puede que, en algún recóndito lugar de su propio ser, esta misma apariencia se quiera adoptar. Pero no va más allá de esto, de una fachada que oculta una cara mucho más amarga, y por ello, interesante y, claro que sí, reivindicable. El caso es que las secuencias se van sucediendo y en el patio de butacas se registran más bien pocas risas (algo que, también sea dicho, es misión prácticamente imposible en los pases de prensa de Barcelona). Entonces, la pregunta: ¿Tan pobre balance se debe a un público difícil, a la falta de puntería del producto o a que éste persigue en realidad otras metas? La respuesta, como en casi todas las películas que merecen ser comentadas y analizadas, no está nada clara... Aunque visto lo visto, cuanto más se piensa en ello, más se decantan las sospechas hacia la última opción. A fin de cuentas, puede que el prólogo no engañara.
Puede que el ponernos tan de sopetón en los momentos posteriores del evento que teóricamente tenía que marcar toda la película (a saber, un grupo de gente de todas las edades y procedencias queda atrapado en una montaña por el desplome de un túnel), sea algo más que una provocación. Y en efecto, lo que realmente proponen Monetro y Maidagán es algo que podría catalogarse de auténtica deconstrucción, en clave ácida, de la disaster movie clásica, cuya épica acostumbra a sustentarse en una especie de catarsis colectiva que a la vez surge de una situación de supervivencia extrema. 'Los del túnel' parecen haber bebido de ello, pero este ingrediente, que en tantas otras películas supone el punto final, aquí no es más que un preludio, equiparable al gesto, valiente donde los haya, de aguantar la cámara allá donde parece que ya no hay nada más que ver. Lo mismo que quedarse observando, con la mirada fija, a un cómico después de que éste haya contado un chiste... sólo para comprobar que tras la gracieta de turno, al pobre hombre ya no le queda nada más por contar. Es la tristeza de Jimmy Fallon cuando le falla el teleprompter, por ejemplo. Esto es exactamente la cinta en cuestión, una especie de comedia fallida (de forma más o menos voluntaria) que hace del tropiezo del gag fallido el acierto de la reflexión dolorosa. Un retrato genial del malcontento causado por los sueños aplastados por la -falsa- felicidad del conformismo, vestido éste de aceptación e inconsciencia (reflejado todo ello en la discreta, pero sin duda muy apreciable composición de Nuria Mencía). Un fracaso del que no se puede escapar. Una derrota indigerible, ante la cual sólo cabe sumar adeptos. Ya se sabe, las cargas compartidas, pesan menos. Y ahora sí, ahora sí que toca reír.
Puede que el ponernos tan de sopetón en los momentos posteriores del evento que teóricamente tenía que marcar toda la película (a saber, un grupo de gente de todas las edades y procedencias queda atrapado en una montaña por el desplome de un túnel), sea algo más que una provocación. Y en efecto, lo que realmente proponen Monetro y Maidagán es algo que podría catalogarse de auténtica deconstrucción, en clave ácida, de la disaster movie clásica, cuya épica acostumbra a sustentarse en una especie de catarsis colectiva que a la vez surge de una situación de supervivencia extrema. 'Los del túnel' parecen haber bebido de ello, pero este ingrediente, que en tantas otras películas supone el punto final, aquí no es más que un preludio, equiparable al gesto, valiente donde los haya, de aguantar la cámara allá donde parece que ya no hay nada más que ver. Lo mismo que quedarse observando, con la mirada fija, a un cómico después de que éste haya contado un chiste... sólo para comprobar que tras la gracieta de turno, al pobre hombre ya no le queda nada más por contar. Es la tristeza de Jimmy Fallon cuando le falla el teleprompter, por ejemplo. Esto es exactamente la cinta en cuestión, una especie de comedia fallida (de forma más o menos voluntaria) que hace del tropiezo del gag fallido el acierto de la reflexión dolorosa. Un retrato genial del malcontento causado por los sueños aplastados por la -falsa- felicidad del conformismo, vestido éste de aceptación e inconsciencia (reflejado todo ello en la discreta, pero sin duda muy apreciable composición de Nuria Mencía). Un fracaso del que no se puede escapar. Una derrota indigerible, ante la cual sólo cabe sumar adeptos. Ya se sabe, las cargas compartidas, pesan menos. Y ahora sí, ahora sí que toca reír.